La muerte del amor

Capítulo 53 · Silenciar mi voluntad

ADVERTENCIA: CONTENIDO FUERTE (ABUSO/VIOLACIONES) CUANDO INICIA LA SEGUNDA NARRACIÓN DE MARLENE. SI ERES SENSIBLE A ESTOS TEMAS, PROCURA NO LEER. DE HACERLO, SIGUES BAJO TU PROPIA RESPONSABILIDAD.

Por otro lado, si decides avanzar la historia sin leer este capítulo, entenderás de igual manera la trama y los hechos que siguen.

LIII

MIMI

Rager era todo. todo.

Y al principio eso estuvo bien. Era romántico, atento y bueno conmigo. Me hizo sentir como si fuésemos solo nosotros dos en este mundo. Como si nada pudiese ser mejor. Él y yo. Eso era suficiente... hasta que empezaron los problemas. Sus llamadas estando borracho o drogado, siempre bajo los efectos de alguna influencia que lo atontaba y ponía en peligro su vida. Conducía así, diciendo que iría a buscarme para dar alguna vuelta. Cuando llegaba y me encontraba con el corazón en la boca, se molestaba por lo que él decía que era mi estúpida paranoia.

Lo que empezó siendo el cielo terminó convirtiéndose en el averno de mis emociones.

Pero eso era solo el inicio de todo. Hizo tantas cosas en mi contra, sacó provecho de lo inmadura que era debido a mi edad, arruinó todo lo bueno que me quedaba bajo la excusa de que él era quien estaba pasándola peor, el incomprendido al que la vida castigaba sin piedad.

Todo porque su madre lo abandonó, su padre lo maltrataba y no pudo evitar tomar malas decisiones en su pasado.

Durante mucho tiempo, más del que me gusta admitir, yo misma justifiqué sus acciones.

Logró convencerme de que estaba roto, de que esa era razón suficiente para perdonarle lo que fuera.

Llevábamos ya trece meses de relación cuando me enteré.

Aquello en lo que estaba metido era simplemente... horrible. Diversas bandas de los barrios bajos de Gunnhild se unieron para tomar el poder sobre ciertas zonas, concluyendo en peleas, alianzas y traiciones para ver quién era capaz de albergar un poder superior. No solo vendían drogas y otras sustancias, sino que también organizaban peleas como método para otorgar un vencedor por sobre los otros.

Y los acuerdos.

Los putísimos acuerdos.

Antes de él, antes de toda su desgracia, yo era una estudiante aplicada, una chica amable con todo el mundo y la hija que más miedo y respeto tenía hacia su madre. Después de él ya no quedaba nada de lo que alguna vez pude ser. Mientras al principio estar con Rager era una bendición, conforme el tiempo pasaba se asimilaba cada vez más a una maldición. Mi día a día se basaba en visitas al cementerio, poesías que escribía cuando nadie veía, además de empezar con mi tonta manía de dibujar durante las clases.

Visitarlo era también parte de esa rutina, puesto que él nunca iba a buscarme cuando salía de mis clases porque decía que le molestaba estar cerca de niñatos. Yo empezaba a pensar que era diferente, que era la madura del grupo y todas esas cosas solo porque salía con alguien mayor.

Estúpida yo, ¿eh?

Un día de mierda como tantos otros, ingresé a su casa como si fuese la mía. Tenía una copia de las llaves porque Rager dijo que eso sería prudente, por lo que poco me faltaba para convertir su hogar en el mío.

No te harás jamás a la idea de la sorpresa que me llevé cuando vi la puerta de entrada destrozada.

Agarré con fuerza las tiras de mi mochila, aferrándome a ellas como si pudiesen salvarme de algo. Apreté los dientes, tomé aire y me adentré a pesar del miedo que sentí de tan solo pensar que algo pudiese haberle pasado. Era tan ingenua que lo primero que me hizo sentido fue que él hubiese olvidado cerrarla, que por eso alguien entró a robar y listo. Nada demasiado serio, nada de qué temer.

—¿Rager?—pregunté, empujando lo que quedaba de la puerta para así poder entrar.

La sala de estar estaba a oscuras, pero cuatro figuras oscuras voltearon a verme en cuanto me escucharon llegar.

—¿Quién es ella?—demandó saber uno, el que tenía la voz más grave y masculina.

—¡Una invitada más a la fiesta!—exclamó otro.

El panorama me heló la sangre, convirtiendo todas esas escenas que solo había tenido la oportunidad de ver en películas, en algo real. En algo que estaba pasando, algo que tenía frente a mis inexpertos ojos: cuatro hombres retenían el cuerpo golpeado de Rager contra el sofá, amenazándolo con diferentes armas. Uno de ellos tenía un cuchillo, otro un encendedor, otro lo que parecía un taser, y el último un tambō.

—¡Mimi!—gritó Rager en mi dirección—. ¡Vete!

A cambio recibió un golpe de lleno en la cara por parte de quien sostenía el tambó, consiguiendo que escupa sangre sobre el sofá.

—¿Qué le están haciendo?—exclamé, aterrada, mientras empezaba a retroceder.

Uno de ellos se apresuró a acercarse hasta mí, amenazante. Era el más bajito pero aun así tenía aspecto de no ser precisamente amistoso. Ver que tenía las manos cubiertas de sangre tampoco le dio una muy buena primera impresión, mucho menos cuando se interpuso entre mi cuerpo y la puerta para que no pudiese escapar.




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