La muerte del amor

Capítulo 56 · El parpadeo que lo cambia todo

LVI

ANDREW

—¿Recuerdas cuando me dijiste que ahora te conozco, y que eso me da miles de razones para irme?—esperé a que asintieras antes de seguir hablando, y luego solo lo dije sin más—. Darcie, esa es justamente la primera razón por la que jamás podría irme.

Supongo que así se siente la redención. El ser absuelto por cada uno de los pecados que cometimos, en especial aquellos que nos condenaron. Me abrazaste con fuerza para no tener que negarme lo que acababa de decirme. Volvimos a hablar después de esa tarde. Lía llegó a horario y nosotros mismos nos ofrecimos a cocinar. Aunque casi incendiamos la cocina, al final nuestro estofado no le dio diarrea a nadie. Al menos Lía no se quejó nunca, aunque la vi comer con cierta duda.

Diciembre pasó sin muchas otras cuestiones de por medio más allá de lo difícil que fue lidiar con la muerte de Kit o, en general, con su simple ausencia. Verte tener pesadillas por culpa de eso tampoco es algo digno de recordar, mucho menos aquella noche en la que entre sueños te escuché repetir miles de veces «debí haber sido yo». Creo que no alcancé a contarte eso.

Dante me indicó que no fuera a Catábasis por mi propia seguridad, que Hades y todas sus mujeres estaban buscándome luego de mi deliberada amenaza en el funeral de Kit. Hasta soy capaz de escuchar al mismísimo pelirrojo diciéndomelo en mi mente justo ahora, con esa afligida expresión suya y la advertencia clara en su tono:

—Es la regla de oro, Flynn. Si matas a un amo, mueres tú con él.

Así que ir abiertamente contra la mujer de las sombras no era algo del todo seguro, suerte para mí que pocos conocían mi verdadera identidad y, dicho sea de paso, la gran mayoría de miembros de Catábasis eran oriundos de Ghael. Aquellas mujeres que le pertenecían a Hades solían permanecer abajo la mayor parte del día, en especial las que bailaban para los lacayos de Virgilio. El resto de ellas eran mi peligro, pero fuera de eso los hombres de Dante tenían órdenes de cuidarme y a los virgilianos poco les importaba entrometerse.

Así que sí, era un ambiente tenso pero poco podía hacerse además de mantener un perfil bajo y esconderme.

El plan no era calmar las aguas, sino esperar el tiempo prudente para que la misma Hades empezase con la paranoia de no poder predecir con exactitud cuándo atacaríamos. Algo me dice que ella siempre supo que Dante me ayudaba, a pesar de fingir desconocerlo. Él le decía que me esfumé de la faz de la tierra tal y como Josephine lo hizo en su momento, alegando que tenía a sus hombres buscándome pero, en secreto, las órdenes eran otras.

Sé que había mucho más de fondo, probablemente amenazas y contratos de los que yo no tenía ni idea. Vidas puestas en juego, riesgos que Dante prefería mantenerme alejados. Yo mismo descubrí una nueva versión de mí, la peor y más oscura, a la que poco le importaba cómo seguíamos jugando ese terrible juego. Las reglas ya no nos afectaban en lo absoluto tras la pérdida de Kit, el más claro ejemplo de que si no empiezas a ensuciarte también las manos, solo te queda ser el siguiente.

Tú misma me lo dijiste una noche, el día antes de navidad.

—A veces me preocupa Flynn—confesaste. Estábamos ambos en tu habitación, solos. Lía se había ido de viaje para pasar las fiestas con algunos primos lejanos—. Siento que a él no le importa nada ni nadie. Que ya no tiene nada que perder, ningún límite que le ponga un freno.

—No deberías tenerle miedo—repuse, acomodando el brazo sobre el cual te recostabas. La tenue luz de la luna se colaba por la ventana, siendo la única fuente de iluminación que teníamos entre nosotros—. Después de todo, él existe para acabar con Catábasis. ¿No era eso lo que tú también querías, Megara?

Tus frías manos tomaron las mías, igual de congeladas.

—Eso es lo que más me aterra—aclaraste—. Porque ni siquiera yo puedo detenerlo.

Y era cierto.

De todos modos tomé aire y dije:

—No es así—ahorré llamarte boba, y seguí:—. No hay Flynn sin Megara, así como tampoco Louie sin Darcie.

Cosa que no te contentó, por lo que dejaste de tocar el tema a partir de esa charla.

Megara y Flynn siempre fueron nuestras versiones más agresivas, duras, dominantes, demandantes y fuertes. Queríamos apuntar a lo más alto con la seguridad de que jamás fallaríamos, poníamos el pecho a las balas, no parecía haber nada capaz de detenernos. Aunque dentro de Catábasis teníamos que seguir pretendiendo que nos odiábamos, esencialmente delante de Dante. Acabar con todo era una tarea peligrosa incluso aunque teníamos el favor de uno de los tres amos. Estábamos intentando derrumbar Roma, ¿entiendes? Nadie está preparado para algo así antes de cumplir los 20, y sin embargo ahí estábamos tú, yo, Dante y sus hombres, intentándolo.

Pero quise olvidarme de eso cuando empezó enero. Faltaba cada vez menos para tu examen y eso te alteraba, la ansiedad dominaba cada rincón de tu casa cada vez que iba a visitarte. En parte, a mí también me sacaba de quicio la idea de comenzar la universidad. Ambos nos graduamos, tú con honores y yo como uno más, pero el lado bueno es que nos reconocieron nuestro lindo trabajo con los castigados.

Despedirnos de Elías, Ellie y Billy fue diez veces más duro de lo que creí, y estoy seguro de que habría sido sencillo si tan solo ellos no se hubiesen organizado para regalarnos a cada uno una botella de vodka con la notita «para nuestros alcohólicos favoritos».




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