LX
LOUIE
Fuimos a almorzar juntos tras eso. Nos metimos en una biblioteca de la ciudad que tenía dentro un pequeño bar y ahí nos pasamos parte de la tarde, viéndonos como dos amigos que llevan siglos sin contarse qué es de sus vidas. Hablamos mucho y poco a la vez, porque en realidad estábamos constantemente evitando tocar el tema que no nos convenía. Yo en especial.
Se supone que arreglamos lo que fallaba porque llegamos al acuerdo de vernos más seguido, al menos una vez al mes. Intentarlo. Porque nos queríamos, nos preocupábamos por nosotros y no pensábamos dejar que la relación se arruine. Eso dijimos. A eso llegamos. Vi una tristeza tan profunda en ti que yo mismo me apené por no haberme dado cuenta antes. Por pensar que estábamos bien sin que así sea.
Preguntaste por papá. Te dije que llevaba algo así como un mes trabajando de nuevo. le costaba, pero poco a poco iba adaptándose a la dinámica. ¿Y qué era de mamá? Bueno, seguía como siempre. Trabajando día y noche, mandándome el mismo regalo cada año por mi cumpleaños. No te gustó tanto cuando la tortilla se dio vuelta y empecé a preguntar por tu familia, pero de igual forma me explicaste que seguiste mi consejo. Tu hermano y tú vendieron la casa de tu abuela, Candy, y en parte eso también te ponía más sensible de lo usual. Sentías que perdiste algo muy tuyo, lo único que quedaba que te unía a ella. Pero que necesitaban el dinero, tanto tu hermano como tú, y que sin embargo gran parte de él lo reservaban para Candace.
Seguían intentando convencerla para que se internara, seguían siendo rechazados, pero también seguían intentando. Veían que empeoraba a medida que el tiempo pasaba sin que recibiera terapia, el apoyo profesional que nunca buscó como era debido.
Te veía tan afligida por el tema que yo tampoco era capaz de encontrar la forma de ayudarte, pero si mal no recuerdo te aconsejé que volvieras a hablar con ella cuando te sintieras cómoda. Que no la dejaras sola a pesar de lo que te hizo, no porque tuvieras una responsabilidad sobre ella por ser tu madre, sino porque eras la única familia que le quedaba como para preocuparse por lo que le pasaba.
No supe qué tan en serio te tomaste mi opinión al respecto hasta que fue demasiado tarde.
Volviste a tu residencia al anochecer, mientras a mí me tocó volver a Ghael con la garganta ahogándome de la angustia. Supe desde el primer segundo en el que te vi que probablemente esa sería la última vez que podría hacerlo con tranquilidad o sin tener que preocuparme porque alguien pudiera descubrirnos.
Iba a hacerlo, Darcie.
Lo hice, en realidad.
No porque siguiera amándola. No porque le debiera algo. Ni siquiera porque le tuviera miedo a Hades. Fue porque no podía permitirme perder otra vida. No una segunda vez. O una tercera, si lo ves desde perspectiva. Primero perdí a Josephine, luego a Kit. Mi necesidad de salvar a alguien eligió arriesgar, asumió que Dante no necesitaba nada de mí para ganar una batalla que ya tenía asegurada.
Pero la elegí.
Traicioné a Dante.
A medida que el metro se sacudía bajando de velocidad, decidí ponerme el tapado que Jo me regaló antes de abandonarme. Era incapaz de entrar en el mar de dudas que se alzaba hacia mí, permaneciendo lo más en silencio que podía dentro de mis pensamientos. Las puertas se abrieron, bajé y caminé hasta llegar a la entrada del lugar que tantos demonios escondía detrás. El pasillo angosto me recibió de camino al verdadero ingreso de Catábasis, auspiciando una muerte que jamás me libraría en lo absoluto.
¿Estoy siendo dramático otra vez? Puede ser. Juzgarás más adelante, cuando te cuente lo que esa noche sucedió en el mismo infierno.
Era domingo, el vestíbulo estaba repleto de personas que bebían cervezas y tragos en la Taberna. Pasé de ellos, descubriendo que Ron se encontraba en medio del grupo. Caminé en silencio hacia ese otro pasillo, uno de tantos, que se encontraba justo en el centro de la gran sala. Al final estaban los Campos Elíseos. Los tres despachos, representando a cada uno de los tres amos. El trio tripartito. Perfecto. Pero no inseparable.
Hades me esperaba como una sombra al final, detrás de ella la puerta permanecía abierta. Al verme llegar, me invitó a pasar con una sonrisa que fingía ser cordial. Y mira, yo sabía muy bien en dónde no iba a estar Josephine. Sabía que no la vería en ese lugar, sabía que debía de tenerla oculta. Que mandarla a buscarme era solo una estrategia para que cayera, algo que ella debía de haber accedido a hacer a cambio de lo que de verdad quería: su propia libertad.
Supongo que por todas esas razones no me extrañó encontrarme a solas con Hades dentro de su desordenado y sucio despacho. Era tan diferente al de Dante que por un momento me sentí fuera de lugar, anhelando jamás haber tomado una decisión como esa. Vi las cuatro estatuas al fondo, el desbordado maletín gracias al cual guardaba sus contratos, el sofá en el que se sentó con una actitud de completa comodidad al tenerme ahí. Sabía de sobra, con una seguridad desbordante, a qué iba.
Así nos miramos en silencio los primeros segundos, permitiéndome dudar, preguntarme si no fui demasiado lejos. Si no arriesgué en exceso. No sé en quién termine convirtiéndome realmente al vender mi alma y cuerpo a favor de una vida que no valía tanto la pena.
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Editado: 21.11.2021