La Muerte Escarlata (retelling de la Caperucita roja)

Capítulo 2

El lugar estaba casi en tinieblas, las únicas luces que iluminaban el lugar eran las de las flechas en las paredes indicando el camino, la chica las siguió extrañada al no escuchar ningún ruido, al llegar al final del pasillo, observó un cartel Entrada para Casie no dudó en abrir con una sonrisa que reflejaba su mayor felicidad, misma que fue apagándose poco a poco, al encontrarse en una enorme caja de cristal. A su alrededor, muchos ojos la observaban como lobos al ataque.

Sus lenguas saboreando sus labios como si ella fuese una presa jugosa, y sí que lo era, lo que su madre siempre aborreció de su hija era el atractivo que heredó de su padre, esos cabellos de color “vulgar” para ella, esos ojos azules de astuta zorra, y aquella piel de apariencia limpia y pura.

Rememoró la voz de su madre diciéndole lo mucho que la odiaba.

—Ahora un espécimen fuera de lo común —su madre habló tras la enorme caja con micrófono en mano—, bella —hizo un gesto de asco— joven, leal —su sonrisa de lado la horrorizó aún más—. Sumisa. Casie, puede ser todo lo que ustedes deseen señores.

¿Por qué? —Su voz era un susurro apenas audible.

—Maldita mocosa —susurró su madre, Casie podía ver el movimiento de sus labios y leerlos. Lo había aprendido al pasar el tiempo obligada a vivir con una mujer que le ordenaba cosas entre dientes, si no le entendía, para ella sería el inicio de una pesadilla.

¿Cuántas veces no fue encerrada en el sótano sin nada con que cubrirse, hambrienta, con sed y frío? Muchas, era una pequeña niña cuando la encerró por primera vez al no haber preparado el sándwich perfecto para su madre.

—Cincuenta mil es la primera oferta —los ojos azules se volvieron brillantes por las lágrimas, no pensó que su madre sería capaz de venderla con tal de deshacerse de ella.

—100000

—150000

—250000

Sus lágrimas salían sin poder evitarlo, al ver la sonrisa de satisfacción de Débora, es cuando se dio cuenta de que no valía nada para su madre, de que solo la consideró, su perdición

 

*****

Casie, empezó abrir los ojos sintiéndose pesada, al darse cuenta de que estaba en un lugar desconocido abrió de golpe sus ojos.

Se despertó en una pequeña sala, se encontraba recostada sobre un sillón, vio sus manos y le extrañó no tenerlas atadas, seguía vestida sin indicios de heridas o abuso, un escalofrío recorrió su espina dorsal, y el revoltijo en su estómago que le provocó nauseas al recordar un episodio pasado.

—Al fin despiertas, —la voz ronca, pero tranquila de un hombre la sobresaltó. Casie, buscó algo para defenderse un poco desorientada por el efecto del cloroformo.

Alarmada, se levantó con rapidez, cayendo y tratando de incorporarse, asustada.

—Tranquila Casie, no te haré daño —el hombre trató de levantarla, pero ella no lo permitió, apartándolo de su cercanía.

—¡Déjame, déjame! —gritaba agitando las manos para que no la tocase.

—Solo cálmate, no te haré daño, escúchame —el hombre levantó ambas manos mostrando las palmas, para que la chica pudiera tranquilizarse.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Por qué me has traído aquí? ¡Esto es secuestro!

—Contestaré a todas tus preguntas si te sientas, respiras y te calmas. Solo respira Casie.

La chica peinó su cabello, parpadeó varias veces y respiró más pausado, observó al gran hombre frente a ella y se sintió, por primera vez, muy pequeña. Desde joven se había enfrentado a hombres, grandes, fuertes y rudos, sin embargo, en este, había algo que la intimidaba.

Se sentó con desconfianza observando cada movimiento del tipo, él rodeó la mesa que lo separaba del sillón donde antes yacía la chica cabello de fuego.

—Mi nombre Leonard Wolf, soy gente de FBI y colaboro con la CIA. Hace tres años me asignaron un caso, uno muy especial. La desaparición de unas chicas, por unos diez años, mi departamento ha querido dar con el paradero de lo que entonces, pensábamos era algún asesino en serie, pero sus cuerpos jamás han sido encontrados.

»Cuando entré al FBI, me asignaron estos casos, no sabemos que es lo que ha pasado, todo lo que investigamos se hace humo en nuestras manos.

—Espera Wolf, o como te llames, todo eso, ¿qué tiene que ver con que me hayas secuestrado? ¡Maldito infeliz!

—Necesito de tu ayuda. —La chica se desencajó ante semejante afirmación.

—Y para pedirme eso, ¿tenías que secuestrarme?

—No te secuestré solo… te tomé prestada. —Se encogió de hombros al terminar la oración, a él también le pareció una enorme estupidez decir eso.

—No sé qué te hace pensar que yo, te daré mi ayuda. Eres un completo desconocido, no confió en nadie que no sea…

—Tu Abu —terminó Wolf por ella— Úrsula Savannah, mujer de unos Cincuenta y cinco años, una hija que no está en el radar, está al frente de una organización contra criminales peligrosos, con su nieta como arma letal haciendo justicia con sus propias manos.




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