La Muerte Escarlata (retelling de la Caperucita roja)

Capítulo 4

—¿Estás bien? —preguntó su abuela, sentándose en una silla a su lado—. Te noto retraída, más de lo que a veces sueles estar cariño.

Negó viendo fijamente a su querida Abu, siempre quiso estar con ella, de no ser por esa señora ella estaría muerta desde hace mucho.

El cariño que su madre no le ofreció, se lo dio sin peros su abuela Úrsula. Aún no daba crédito a lo que le había comentado Wolf. ¿Por qué creerle a un hombre que acaba de conocer? Quizás la sinceridad que transmiten los ojos violáceos del tipo, es lo que le había hecho retroceder de pedirle explicaciones a su protectora.

—Estoy cansada, recuerda que mi día no fue del todo calmado.

—Me asusté mucho mi niña, pero eres valiente y fuerte. Después de perder comunicación contigo, pensé en rastrearte, pero tu celular está en out. —Aprieta su mano para transmitirle apoyo.

—Te dije que sería pan comido, lo que sí es extraño es que no me siguiesen. En fin, supongo que eso ahora no es de real importancia —subió y dejó caer sus hombros—. ¿Algo más que deba saber Abu? —La chica escudriñó la mirada de su abuela esperando algún atisbo de mentira.

—Nada mi niña, es hora de que descanses.

—Iré a mi apartamento, nos vemos mañana. —se despidió de su abuela Úrsula con un beso en su mejilla y se dirigió a su apartamento, fuera de las instalaciones de la Cueva en la que su abuela estableció sus oficinas.

Casie, caminaba hacia su auto, se subió a este y arrancó con rapidez, había sido un día agitado, confuso, no puedo confiar en Wolf ¿O sí?, pensaba mientras aceleraba, desviándose en la carretera llena de árboles, rumbo a su desahogo.

El club de los mellizos H/G, estaba lleno como de costumbre, la pelirroja pasó la zona VIP, se metió detrás de unas cortinas y la recibió Sandro, quien le sonrió al verla y le extendió un antifaz el cual ella tomó, el mismo de siempre.

— ¿Cual deseas mi vida? —preguntó Sandro, tecleando en su laptop.

—El mismo desde hace 5 meses—respondió sin inmutarse.

—Mmmmm, hace meses no cambias de espécimen, este te ha dejado muy, satisfecha. —la cara de morbo de Sandro no inmutó a la pelirroja. Desde que empezó a explorar su sexualidad, había venido al club para desahogarse. Cada cierto tiempo, se desviaba camino a casa, días como este, es cuando el morbo se incrementaba en su ser.

Se puso su antifaz, recogió su largo cabello y se colocó una peluca negra corta, tomó la llave que Sandro le extendió, miraba el número y buscó la puerta con el mismo número que le indicaba el llavero.

Cuando por fin la encontró, tomó una respiración y el valor necesario para entrar. Desde hace unos meses, un hombre nuevo entró para ser parte de la satisfacción de las mujeres que desean su grata compañía.

Lo curioso de todo, es que desde que empezó a experimentar, no se dejaba penetrar por nadie, dejaba que los hombres se deleitaran con sus partes, dejaba que disfrutaran de su botón rosa sin dejarles su virginidad, nadie la merecía, se decía a sí misma, amaba verlos agachados enterrados entre sus piernas donde ella llevaba las riendas del ritmo, y al merecedor, le daba el premio de venirse sobre sus bocas.

Unos pocos fueron los afortunados de que la parte de atrás de la loba como la llamaban, fuese suya. No le importaba sentárseles y cabalgarles, siempre le gusto por atrás desde la primera vez que estuvo tan excitada, que se levantó de su posición de piernas abiertas y tumbó al hombre boca arriba en el sillón de cuero y llevó el ritmo de su cabalgada, el orgasmo al que le llevó por ahí, fue tan grande, que sus gemidos de deseos se escucharon por todo el lugar.

Casie, siendo una mujer muy exigente con respecto a la intimidad, tomando el mando en cada paso, hace un par de meses se dejó de llevar por el éxtasis que este tipo le ofreció.

Al principio, se opuso a eso, no quería que él llevase las riendas del asunto, fue solo un descuido, un error de su parte, porque no dejaba de pensar en las sensaciones que solo él le hacía experimentar.

Aunque podía tomar el control cuando ella lo quisiera, no lo deseaba, le encantaba como él la hacía explotar de tal manera, que olvidaba quien era, de donde venía, y que es lo que hacía, olvidaba, que era el verdugo de todas las lacras que existían en Storyland.

Al entrar, en las sombras la esperaba sentado, no había visto su rostro, pero si sentido su tacto, uno que se le apetecía exquisito.

Ahí, sentado como fiera al asecho, la esperaba expectante, mientras ella caminaba hacia su feroz, pero delicioso hombre misterioso, fue despojándose de sus ropas hasta quedar frente a él completamente desnuda.

—Mi loba —le susurró el hombre, mientras ella se sentaba a horcadas sobre él. El escalofrío que recorría por todo el cuerpo de Red, era señal de que este, respondía a su voz de manera inmediata.

Y así, permitió que él se hundiera en ella, como lo hacía desde esa primera vez en donde ella sin pensarlo más, le entregó su virginidad.

Después de unas horas, cansada pero satisfecha, Red llegó a su apartamento, en las afueras de la ciudad.

Se dio una buena y merecida ducha relajante, mientras estaba en la tina de agua caliente con sus esencias de flores silvestres, su mente rememoraba cada momento recién vivido con el misterioso hombre. Ese, que no sabía la razón, pero que la hacía parecer una cachorrita entre sus enormes y fuertes brazos.




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