La Muerte Escarlata (retelling de la Caperucita roja)

Capítulo 9

Levantó su mano empuñando uno de sus cuchillos, y antes de poder clavarlo en la humanidad de Débora, las enormes cortinas se abrieron, dándole paso a unas escenas espeluznantes. Los gritos y lamentos de las chicas que en ese instante eran ultrajadas, se hicieron escuchar. Sin embargo, fue la imagen de una chica acostada boca abajo sobre una mesa la que la desconcertó, uno de esos asquerosos hombres la violaba y en ese momento los ojos de la joven conectaron con los de ella detrás del vidrio. Percibió su dolor, su vergüenza y como imploraba clemencia, estaba pidiéndole ayuda.

Su madre aprovechó para dar un golpe seco en la mandíbula de Casie, quien cayó al piso, seguido de eso, su madre le clavó el cuchillo en la pierna derecha.

Casie gritó por el dolor, se torcía ante la sensación de desgarre, mientras se sacaba su propio cuchillo aserrado.

¡Vaya mierda! Lo que sentían sus víctimas era espantoso. Su corazón se estrujó, su abuela había abierto las cortinas y encendido el sonido para salvar a su hija de las garras de su nieta.

La chica tapaba sus oídos para poder concentrarse, pero era demasiado, todas las pobres chicas estaban pasando por la misma desgracia.

Una patada por parte de Débora, la hizo retorcerse sobre el piso, la sangre emanaba por su pierna y el dolor era insoportable.

—Como estás marcada —dijo mirando con asco la herida en la pierna de su hija— no podré venderte a precio de una virgen, así que te instalaremos en un cuarto igual al de ellas, —señaló las cajas de cristal enormes—, para que hagan de tu vida un infierno.

Quería mantener la cordura, las voces de auxilios eran pedidos a gritos. Su madre la tomó del cabello y la obligó a ponerse de pie.

—Serás una maldita perra obediente.

De repente, todo se puso en silencio. Ambas mujeres, su abuela y su madre quedaron extrañadas, las cortinas se cerraron y se dejaron de escuchar los quejidos de angustia de las chicas.

El sonido de un impacto de bala se hizo eco de inmediato, haciendo que Débora, cállese de rodillas delante de su maltratada hija.

Red se recompuso, la perturbación era poca pero la rabia era más, vio a su madre retorcerse en el piso con una herida de bala en su costado derecho, su abuela corrió de inmediato hacia ella, haciendo disparos que, con mucho esfuerzo, Casie pudo esquivar cojeando para esconderse detrás del escritorio. Su Abu tomó a su hija y ambas salieron corriendo tras una puerta que seguro las llevaba hasta la salida.

—Vaya que me costó llegar hasta aquí —Wolf se recostó en el marco de la puerta, se le veía cansado, golpeado, muy herido—. Se suponía que ambos nos encargaríamos de ese ejército de allá, y te encuentro aquí en una muy bonita reunión familiar.

—¿Estás bien? —preguntó la chica acercándose a él. Agarró un cinturón e hizo un torniquete para que la sangre dejara de emanar de su pierna.

—Vivo, pero —hace una mueca de dolor—, creo que tengo un par de costillas rotas.  Parece que no te fue tan mal.

—Debiste apuntar a su cabeza. Escaparon, ¡mierda! ¡Las chicas!

—Tranquila loba, mis agentes están adentro, las están sacando y matando a todos esos malditos hijos de putas.

—¿Cómo nos localizaron?

—Destruí la antena que impedía la ubicación, pedí apoyo. ¿Crees que yo solo iba a poder con todos esos? Estas demente Red. Vamos, debemos hacer que curen esa herida. Si las seguimos no podremos alcanzarlas, nos llevan ventajas.

—¿Eso crees? —La malicia en ella era evidente algo sabía que Wolf ignoraba. Tomó su pulsera y guio a su dron hacia donde sospechaba que irían esas arpías.

—Me excita cuando pones esa cara loba, pero vamos —la tomó entre sus enormes brazos y le ayudó a caminar para que la atendieran. Afuera los esperaba un equipo médico que los atendería de inmediato—. Esa pierna puede agarrar alguna infección y así no puedo hacerte gemir mi nombre mientras te vienes en mi boca.

—No estoy de ánimos para tus cosas estúpido, mira esto —le mostró la pulsera y ahí estaba, localizó la Cueva donde su abuela tenía todo su equipo—. Vamos a interceptarlas.

Agarró unas gasas del equipo médico y se las colocó en la pierna, se tomó unas pastillas para el dolor y subió a su moto con una que otra dificultad, sabía que la oportunidad era ese instante, no quería imaginarse que esas dos se librarán con facilidad, que huyeran de la ciudad y que fuesen a otra a hacer más daño.

Wolf se montó con esfuerzo, pero sabía que no debía dejarla sola. Él sentía que con ella se complementaba desde que la siguió el primer mes y luego decidiese meterse al club para poder satisfacerla de maneras que solo él podría.

La sujetó pegando su cuerpo al de él.

—Un día me dejarás hacértelo sobre esta moto —le susurró en su oído chupando su lóbulo.

—Ni herido dejas de estar de caliente —le reclamó

—Y eso te fascina —ella sonrió como respuesta.

Arrancó con rapidez la moto, el aire frío de la madrugada les recordaba que pronto llegaría otoño, ella amaba esa estación muy cerca del invierno, amaba el frío igual que Wolf.




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