Las paredes frías y blanquecinas del hospital me miran desde todas las direcciones, deparándome malas noticias que espero que nunca lleguen. Siento mi corazón latir a mil por hora y los llantos contenidos de mi madre a mi costado no ayudan para calmarme. Ella está sentada en una silla incómoda igual que yo, esperando a que el médico nos diga si los resultados son malos o si puedo irme a casa con una sonrisa en la cara. Se que me costará asimilarlo, ¿qué haré cuando me digan que algo está mal conmigo?
No he podido dormir en toda la noche pensando en eso.
El corazón de mi madre se rompería, las personas de mi alrededor me mirarían con lástima, dejaría atrás un futuro del que deseaba disfrutar. Yo no querría ver la realidad hasta que no me quedasen simples instantes de vida y tuviese que despedirme. Si, seguramente sería algo así. Tal vez me obliguen a ir a grupos de apoyo, he visto eso en varias películas. No quiero contarle mis desgracias a otros, me incomoda, prefiero que solamente mi almohada sepa las lágrimas que derramo por las noches o los gritos que intento amortiguar cada vez que no puedo aguantar ni un segundo más en pie.
Todo parece tan complicado.
Mi madre no quiere aceptar que seguramente las noticias serán malas, simplemente se ha dedicado a tener una pequeña esperanza que me ha resultado imposible destruir. Su "todo estará bien" me llenaba, había momentos en los que me lo creía y me hacía sonreír. Un mal chiste, una anécdota, he intentado disfrutar de cada segundo de normalidad que me ha ofrecido la vida estos últimos días mientras esperábamos. Se que cuando todo se desmorone, solamente quedarán los trozos rotos intentando juntarse de una forma inútil.
-Claudia War- dice una voz autoritaria y demandante, queriendo acabar todo de una vez.
Estos días estuve pensando la forma en la que me lo dirían, si de una forma calmada y tranquilizante o yendo al grano para así poderme ir a casa, sin más. Me da que será simplemente un "te morirás dentro de poco, adiós". Tal vez sea lo mejor.
-Díganos, doctor, ¿cómo han ido los resultados?- la voz de mi madre suena rota, casi como si estuviese aguantando el llanto, aunque aún no sabe si será de felicidad o tristeza.
-Estos casos son muy particulares, nunca había visto algo parecido- comienza y siento que está alargando el momento de decirlo en voz alta.
Los ojos de mi madre, cristalizados y esperanzados, los míos, ya muertos en vida, sin un brillo característico que te haga querer acercarte a mi, son lo que echa hacia atrás al hombre y debilitan su voz. Ya sabe que estamos rotas, que cualquier cosa que diga, nos destrozará. Tal vez sea lo mejor.
-Por favor, no se ande con rodeos, quiero irme a casa- susurro como puedo, queriendo sonar con la suficiente fuerza para darle un poco a él y así que pueda continuar.
-Lo siento mucho, pero tienes la enfermedad de Frish, es muy poco común y aún no sabemos cómo se transmite, si es hereditaria o no, pero lo que me sorprende es que... Sigas viva- me mira como si fuese un experimento que no ha salido como él esperaba, soy algo extraño que muere por averiguar su origen- normalmente la gente con tu enfermedad muere a los 16, presentando síntomas a los 14, como máximo.
-Pero tengo 16 recien cumplidos- aseguro con el ceño fruncido.
Mi madre no está en condiciones para hablar. Siento como tiembla desde aquí. Ahora mismo necesitamos tener la cabeza fría, ya podremos llorar después. Tras haber estado concienciándome de lo que me iban a decir, en estos momentos floto en una nube, como si fuese otro sueño del que podré despertar y aún no me estuviesen dando los resultados en realidad. Ella conservaba esperanzas, y ahora, se le ha caído el mundo a los pies. Por una vez, debo ser la cabeza que dirija la conversación.
-Exacto, los primeros síntomas de deterioro los has presentado ahora, así que te deberían quedar dos años, tal vez tres con los medicamentos adecuados- asiento repitiendo mentalmente todas sus palabras- siento mucho darte esta noticia.
-No se preocupe, es su trabajo- le enseño una pequeña sonrisa tranquilizadora y eso parece desconcertarle durante unos segundos- explíqueme cómo será el proceso, por favor.
-Por supuesto- ordena sus papeles intentando recomponerse y adoptar una posición más profesional- tu cuerpo en estos momentos está acabando con todo tu sistema inmunológico, con tus glóbulos rojos y blancos, absolutamente todo, hasta que no quede nada, ¿comprendes?
-Entonces, mi cuerpo se está destruyendo a si mismo.
-Básicamente.
-¿Qué debo tomar para que vaya más lento?
-Todo está en esta hoja, y un chequeo semanal para comprobar que está haciendo efecto- me tiende el papel y yo lo leo por encima.
<<Paciente: Claudia War
Edad: 16
Padecimiento: Comienzo de enfermedad de Frish.>>
-Muchas gracias- asiento, sin saber qué más decir.
¿Me voy ya? ¿Espero a que diga algo más?
El sonoro sollozo de mi madre me saca de mis pensamientos. Cada llanto me estruja el corazón y siento como todo se posa sobre mis hombros haciendo que yo levante mis brazos y le rodee con ellos, cargando algo de su dolor en la mochila que se acaba de formar sobre mi espalda.
Nos quedamos en silencio unos largos minutos como banda sonora los gritos casi inaudibles de mi madre, negando cada palabra que ha dicho el doctor, como si así pudiese arreglar algo. Ella es más positiva que yo, intenta buscar el lado bueno, pero no lo encuentra. No puede más y necesita romperse en estos momentos.
-Todo estará bien, mamá- susurro en su oído tal y como ella lo hizo minutos atrás, antes de entrar en esta habitación.
-Vivirás, cariño, lo harás- murmura de la misma manera que yo, intentando convencerse a si misma.
-Por supuesto mamá, debo cuidarte cuando tengas 80 y no puedas parar de quejarte de cómo la peluquera te ha dejado el pelo- le sonrío, sintiendo mis ojos cristalizados, pero no dejo que las lágrimas caigan por mis mejillas.