La muerte llama a mi puerta

Revelación

-¿Segura que hoy quieres ir al instituto?- me pregunta en un susurro mientras bebe café de su taza, evitando mi mirada.

-Debo hacerlo, me sentiré peor si no voy- espeto sin dejarle oportunidad de replicar.

Me acerco a ella y planto un beso en su mejilla, le susurro un hasta luego y cojo mi mochila para dirigirme a mi infierno diario. Parece una tontería, pero en estos momentos necesito escuchar la aburrida voz de mi profesor de historia para buscar algo de normalidad. Cada vez que respiro, me imagino la última vez que lo haré, cada vez que miro un árbol, pienso en cómo será ver algo y después estar sumido en la eterna oscuridad. ¿Habrá vida después de la muerte? Nunca me lo he preguntado, no le veía la necesidad, ahora, simplemente no se si quiero que la respuesta sea afirmativa o negativa.

Llego al instituto más tarde de lo habitual y todos mis amigos ya están en una esquina, hablando y riendo, como si nada pasase. A mi cabeza vienen los recuerdos y el pensamiento de no decirles nada aparece en mi mente. No quiero estropear su felicidad con una mala noticia. Todo queda descartado cuando todas las miradas se dirigen hacia mi junto sus ceños fruncidos. Debo tener un aspecto horrible, no he dormido nada en toda la noche.

-Claudia, ¿te encuentras bien?

Iba a contestar, lo juro, pero la voz del profesor me interrumpe y toda la valentía que había reunido en un segundo, se esfuma, quedando en nada. Escucho a mi cerebro maldecir al hombre que acaba de llegar y a mi corazón comenzando a regular sus latidos. Suspiro con alivio y miedo, me giro hacia mis amigos y les sonrío de lado.

-Luego os cuento algo importante, por favor, necesito que me escuchéis en el patio, ¿entendido?- enarco una de mis cejas y todos asienten sin entender.

-¡Todos a sus sitios, hoy hablaremos de la Segunda Guerra Mundial!- grita y los alumnos asienten antes de sentarse en sus sillas con diferentes expresiones en sus rostros.

No se como sentirme en estos momentos. Mis manos tiemblan, pero mi cerebro lucha por solo centrarse en lo que el profesor explica, como si fuese lo más interesante del mundo. Quiero que sea lo más interesante del mundo. Las miradas de algunos de mis amigos están sobre mi, normalmente estoy dibujando en vez de atendiendo, siempre pongo muecas cada vez que alguien pregunta algo que hace hablar más al hombre, pero esta vez, soy yo quien levanta la mano para hablar. Si, necesito un toque de realidad y los soldados caídos me parecen lo más normal que puedo conseguir en estos momentos.

-¿El orgullo nacional llevó a que otra guerra comenzase?- mi voz suena alta, normal, como si de verdad me interesase el tema.

El profesor sonríe ante mi pregunta.

-Hitler quería conseguir de nuevo lo que había sido arrebatado a Alemania en el Tratado de Versalles, no veía justo que los territorios alemanes ahora fuesen de Rusia, Inglaterra o Francia, así que, si, se podría decir que por la ambición de Hitler de volver a reconstruir Alemania, comenzó todo- me explica con entusiasmo y yo asiento comprendiendo todo.

Siempre hay un detonante y todo por culpa de que algún hombre es demasiado orgulloso para dejar las cosas como están y decide luchar de una manera incorrecta por lo él cree justo, matando a miles de personas por el camino, en sentido figurado y literal.

El resto de la mañana transcurre con normalidad y siento como mis manos vuelven a temblar cuando el timbre del patio suena y todos se levantan de sus mesas, cogiendo su almuerzo antes de salir de clase. Mis seis amigos me esperan en la puerta, soy la única que aún no ha recogidos sus cosas de la mesa. Suspiro y les pido que se acerquen. No hay nadie más, solo nosotros, y es mejor estar en clase, con privacidad a tener a los adolescentes hormonales gritando a nuestro alrededor. 

-No nos asustes así, Claudia, parece como si fueses a decirnos que te vas a la guerra o algo- intenta bromear a la que considero mi mejor amiga en el grupo, así que sonrío, para tranquilizarla y hacer que no se preocupe.

-¿Podéis sentaros, por favor?- les pido antes de levantarme y ponerme delante de ellos.

-¿Tan serio es?- pregunta Leo y yo asiento.

-Ayer fui al médico- comienzo y toda su atención se dirige a mi, como un resorte con finas líneas que me indican seriedad.

-¿Por los resultados?

Ellos saben lo de las pruebas que me hice, pero no saben la gravedad con la que me las hicieron hacer. Simplemente les conté como me pincharon y sacaron sangre entre risas, esperando apoyo de mis amigos, chistes y comentarios que me hiciesen sonreír y no las típicas palabras conciliadoras de mi madre. Ellos me dijeron "te pasa por comer siempre chocolate" "en vez de sangre, te habrán sacado Coca-Cola de las venas". Si, eso me ayudó a dormir por la noche. Ahora, todo será distinto. 

-Si- asiento, buscando las palabras para decírselo.

-¿Qué te dijeron?- Hugo me pasa un brazo por los hombros, seguramente comenzando a suponer cosas, aunque ninguna comparada con la realidad.

-Tengo la enfermedad de Frish- suelto sin más.

-No suena tan mal...- comenta Paz y yo le sonrío, intentando hacerle ver que la verdad es otra.

-Bueno, el médico se sorprendió de que estuviese viva- susurro, aunque todos me han escuchando atentamente.

-¿Qué quieres decir con eso?

Todos sus ojos están taladrando los míos, como queriendo leer mi mente, aunque saben que eso es completamente imposible. Mis ojos se cristalizan y una sonrisa se forma en mi rostro como único soporte para seguir hablando. Mi voz sale rota y necesito carraspear varias veces para poder decir todo con algo de calma.

-La enfermedad hará que mi cuerpo se destruya interiormente a si mismo, eliminando la sangre, las células, todo de él- muerdo mi labio inferior con fuerza sintiendo la sangre que después de unos años ya no existirá- me quedan dos años, tal vez tres si la medicina funciona bien.



#25292 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor lgbt, lgbt juvenil

Editado: 25.08.2021

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