La muerte llama a mi puerta

Amigos

-¿Quién era ella?- pregunta Hugo una vez que me uno a él.

-Una amiga.

Me encojo de hombros para no darle importancia, comenzando a caminar de nuevo, pero aún sintiendo los labios de Vic en mi mejilla, calentándola y haciéndome sonrojar. Mi mejor amigo me sigue por detrás, clavándome la mirada en la nuca, preguntándose seguramente qué le estoy ocultando, pero antes de que hablar, llegamos. 

La casa de Lorena es enorme ya que, por decirlo de alguna manera, sus padres son ricos. Tocamos el timbre y cinco segundos después, un sonriente Leo nos abre la puerta, dejándonos pasar al ver que somos nosotros. Le saludamos con un abrazo cada uno y llegamos al salón donde ya están los otros dos. Paz, Lorena, Leo, Adrián, Hugo y yo, así es mi grupo de amigos y no los cambiaría por nada del mundo.

-¡Al fin llegáis!- se queja Adrián- Lorena no me dejaba comer si no estábais.

-Perdón, nos hemos distraído por el camino- digo como excusa, aunque creo que todos lo han entendido de la manera menos adecuada.

-Comprendemos- todos asienten y Hugo y yo rodamos los ojos con fastidio- ¿cuándo váis a admitir que estáis juntos?- pregunta Paz.

-Cuando tu admitas que te gusta Lorena- me encojo de hombros y una sonrisa se escapa de mis labios cuando las dos chicas se sonrojan a más no poder.

-Golpe bajo- comenta Leo detrás mío con una bolsa de papas en la mano.

-¿Y tu por qué no has venido a clase hoy?

Los dos fruncimos el ceño a la vez y con la mirada ya me explica la razón. Asiento comprendiéndolo y cada uno nos sentamos en el sofá con un suspiro. El resto, sin entender nada, sigue hablando como si nada pasase. 

Comemos, vemos unas películas y a las tres de la noche solo dejamos una lámpara encendida y cada uno se va al sitio donde le toca dormir. Leo y Adrián dormirán en el sofá grande, Paz en el pequeño y el resto en colchones individuales que hemos robado de algunas habitaciones de la casa. Esas cosas pesan muchísimos y contando que este lugar en enorme, nos a costado la vida poder llevar todo al salón. Estamos en círculo, acostados, tapados con mantas enormes y a lo mejor demasiado calientes como para usarlas casi a principios de verano. Nadie quiere dormir aún.

-Contemos secretos- propone Paz con una sonrisa pícara.

-El otro día una chica, creo que se llama Margo, me dijo si salíamos todos con todos o por qué estábamos siempre tan juntos y siendo tan amigos- comenta Adrián con el ceño fruncido- no comprendo porque no puede haber chicos amigos de chicas y viceversa.

-Ni idea, pero aquí nadie ha salido con nadie- digo en voz alta y me extraño nada más lo suelto- ¿nadie?

Silencio.

-Es el momento de confesar, gente- dice Lorena, apoyando mi pregunta.

-Bueno...- Leo se calla antes de hablar.

-Puede ser que Leo y yo estuviésemos saliendo durante una temporada, pero nada especial, solo un mes, luego nos dimos cuenta de que somos mejores amigos y que era raro- explica Paz algo avergonzada.

-Vaya, nunca me lo hubiera imaginado- confiesa Hugo aún sorprendido.

-¿Nadie más?

Todos niegan.

-Pues a jugar al monopoly- Lorena se levanta y se dirige a una de las habitaciones de la casa dejándonos a todos con las palabras en la boca.

-¿Enserio se ha ido a por el monopoly?- pregunto en voz alta.

-Parece ser que si...- susurra Adrián.

Mi mejor amiga vuelve con el juego en la mano y nos entrega una ficha a cada uno. Nos miramos entre nosotros y nos intercambiamos las fichas, queriendo cada uno el que más le gusta. Yo me quedo con el perro felizmente. Coloca todo en su sitio y nos hace tirar los dados para saber quién empezará. Sale Leo y saca un cinco, cayendo justo en una estación.

-¡Toma!- cuenta el dinero y se lo entrega a Lorena, que se ha agenciado la función de cajera.

-No es justo, a mi me gustan las estaciones- me quejo y cojo un puñado de las palomitas que están a mi lado.

-La vida no es justa, cariño- me guiña un ojos y besa la carta que pone que le pertenece- jodeos.

-Acabamos de empezar y ya me he enfadado, perfecto- comenta Hugo haciéndonos reír a todos.

El juego sigue y cada vez la gente compra más y más propiedades, pone casas y hace todo lo que se puede hacer en el monopoly. Por ahora nadie ha acabado en la carcel, por muy extraño que parezca. La saltamos en cada ronda y las cartas del centro solo nos libran de ir si caemos en la casilla alguna vez. Adrián y yo vamos ganando y nos compinchamos para comprar casas en toda una calle y así hacer perder al resto.

-No me parece justo- se queja Leo aún con la carta de la estación en la mano, que es lo único que ha podido comprar.

-La vida no es justa, cariño- le imito y lanzo un beso al aire en su dirección.

-No vale compincharse, es trampa- habla Paz y suelta un suspiro algo cansado.

-¿Quién creeis que acabará primero en la cárcel?- pregunto en voz alta.

-¿En el juego o en la vida real?- pregunta Lorena con una sonrisa divertida.

-Las dos cosas.

-Leo- dicen al unísono mirándolo fijamente, dejándolo con la boca abierta.

-Pero, ¿por qué?- pregunta incrédulo.

-No se, parece un futuro no muy lejano- comenta Hugo encogiéndose de hombros.

-No es justo.

-Nada es justo- digo y todos se quedan callados- yo te veo más como un psicólogo, más que en la cárcel- le intento animar de alguna forma.

-Gracias.

Sonríe de oreja a oreja, haciéndome sentir mejor y menos culpable de que por mi culpa todos lo hayan señalado.

-Hugo será abogado, Adrián empresario, Paz una pintora muy reconocida y obviamente Lorena diseñará el próximo cohete que vaya a la Luna- les digo a cada uno de ellos, con una sonrisa, creando a lo mejor un momento demasiado incómodo.

Todos se miran entre ellos, sin saber que decir, pero con una sonrisa porque son sus futuros soñados, y espero que los cumplan. 



#21891 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor lgbt, lgbt juvenil

Editado: 25.08.2021

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