La vuelta al instituto fue una mierda. Todos me miraban, todos sabían sobre mi enfermedad y lo que me causaría después de un tiempo no muy lejano. Me miraba con lástima, me dedicaban palabras llenas de dolor falso al que solo pude responder con sonrisas de su mismo filo. No, no quería más llanto por mi culpa y mucho menos proveniente de alguien con el que nunca hablé.
Los días se me hicieron pesados y cada vez me costaba salir más de la cama, simplemente cerrando los ojos para que todo fuese una estúpida pesadilla y que en realidad mi vida seguía siendo la misma que hace unos meses. Pero no, todo era real y no podía hacer nada para cambiarlo. Simplemente dejo que los días pasen, esperando a que la muerte esté lista para llamar a mi puerta y llevarme con ella, tal vez cogidas de la mano.
Abro los ojos con lentitud cuando siento la luz adentrarse en mi habitación por la ventana y con cuidado cojo una gran bocanada de aire para luego expulsarla lentamente. Me he acostumbrado a hacer eso cada mañana, comprobando que lo que veo no es una pesadilla y que estoy viva un día más. Me retuerzo entre las sábanas y miro al exterior con cansancio, rezando para que sea más tarde de las cuatro de la tarde.
El instituto acabó hace dos días, dando la bienvenida al verano y llevo sin salir tres, supongo que no soy tan fuerte como pensaba. Mi cuerpo pesa cada vez que quiero volver a hacer las cosas que antes amaba. Ahora odio la música, odio escribir, odio el mundo. Nadie me obliga a salir, solo a comer y beber para mantenerme con vida, todos piensan que me cuido y por ellos estoy siempre encerrada, pero si me vieran, con mis enormes ojeras y el rostro demacrado, seguramente se asustarían.
Mi móvil lleva días apagado, desde que dejé el instituto, supongo, no me acuerdo de mucho.
Miro la hora en el reloj de pared que hay colgado en lo más alto y compruebo con sorpresa que son las ocho de la tarde y que el sol que antes se colaba en mi habitación no me indicaba el inicio de la tarde, sino un hermoso amanecer que desde mi casa no se podía apreciar como se merecía.
Pienso en ella, pienso en el poema que le dejé e imagino su expresión al leerlo, tal vez no le gustó, tal vez si. Quiero saberlo, quiero ir al banco de siempre y mirar estrellas con ella mientras le recito mis palabras cara a cara sin miedo al rechazo o sintiendo mi enfermedad pesar sobre mis hombros. Todo sería tan fácil si yo estuviese bien...
Salgo de mi cuarto como las pocas veces que lo hago al día y compruebo que mi madre está dormida en el sofá, con la televisión encendida y un bol de palomitas en la mano. Le tapo con una manta y apago el aparato. Sigo escuchándola llorar cada día, sigo cuidándola, dándole fuerza que no tengo y que es tan falsa que hasta parece real.
Miro al exterior y pienso en salir, en volver a encontrarme con ella y tal vez volver a sonreír de nuevo después de tanto tiempo sin hacerlo. Llevaré sin verle dos semanas y siento que le echo de menos aunque lo máximo que se de ella es su nombre y que ama las estrellas tanto como yo, aunque de manera distinta. Aprieto los puños y cojo mi sudadera, colocándome la capucha en la cabeza para tapar un poco mi cara de zombi. Si la llego a ver, prefiero que piense que está todo bien.
Hace calor, es verano, yo soy la loca que se abriga en esta época del año.
Abro la puerta y comienzo a caminar después de cerrarla detrás mío, asegurándome de que mi madre no se haya despertado por mi culpa. Me adentro en el parque, mirando hacia todos lados por si le veo en alguna parte, en alguna esquina, en el cielo, tal vez. Cuando llego al banco y compruebo que no hay nadie, no me sorprendo, solo me siento y dejo que el aire frío roce mi pálida piel de una forma que hacía tiempo no hacía. Miro el lago con fijeza hasta que me doy cuenta que en el césped, justo en el sitio donde dejé mi poema, ahora hay un papel de un color verde claro.
Lo cojo lo más rápido que mis manos me lo permiten y me apresuro a leer su contenido:
"No soy buena escribiendo poemas, así que te contaré una historia que tal vez te guste, tal vez no:
Una chica gritaba y lloraba delante de su psicóloga. Todo su mundo se le había venido encima cuando esta mañana se dió cuenta de que todo lo que había conseguido en tanto tiempo se había echado a perder, haciéndole retroceder hasta la casilla de inicio.
-Estoy rota, ¿por qué sigo luchando?- susurraba una y otra vez, sin parar, sin esperar respuesta a las preguntas que rondaban su cabeza.
-No estás rota- dijo la psicóloga de una manera algo neutra pero tranquilizadora.
-¿A qué te refieres?- preguntó la pobre niña que se sentía tan vulnerable después de tanto llanto- ¿no ves que no mejoro? ¿no ves que no hay nada más que puedas hacer conmigo? ¿por qué no te rindes de una vez?
-Porque hay muy pocas personas en el mundo que están completamente rotas e incluso, ellas tampoco lo están del todo.
-Odio cuando no hablas claro.
Había dejado de llorar, pero la confusión nublaba su mente y ya no podía pensar con claridad.
-Es simple, tu no estás rota, estás descosida, y eso no es imposible de reparar- carraspeó varias veces antes de continuar- hay gente que tiene mejores habilidades para la costura, otras personas prefieren nunca aprender y quedarse con sus rasguños, pero siempre hay seres humanos que quieren coserse, pero les cuesta meter el hilito a través del agujero que hay en la aguja, tu eres una de ellas, aprende a coserte, aprende a usar aguja e hilo y podrás recomponerte, porque no estás rota, simplemente descosida...
Espero que te guste, a lo mejor no se me da bien escribir tampoco, todo puede ser. Aunque una cosa me ha quedado clara, no debemos forzar al destino, él nos unirá tal y como lo hizo las otras veces.
Vic."