La muerte llama a mi puerta

Miedo

Avanzo por el césped, mirando a todos lados por si veo a alguien extraño y debo huir. Últimamente me he dado cuenta que hay más locos de los que esperaba en ese parque y no debería andar tanto tiempo sola en este lugar. Sinceramente, nunca creo poder parar de venir. No coincidimos, nunca nos vemos, pero después de dos meses llenos de cartas, historias y palabras compartidas, siento que mi corazón se descontrola solo con imaginar la hoja de papel donde estará lo próximo que leeré.

Miro mis pies y luego muerdo mi labio inferior, todos absurdos intentos por relajarme y hacerme pensar que en realidad no estoy nerviosa. Si no me contesta a la pregunta, ¿haré lo que tenía previsto? Se que tal vez todo acabe mal, no nos vemos en persona y sus cartas se han vuelto algo indispensable en mi vida que no quiero que acaben. Tengo el poema listo, aunque tal vez me arrepienta nada más tocar el banco junto al lago. Tengo miedo, tengo ganas de vomitar con el simple hecho de pensar que me puede llegar a rechazar de la manera más cruel y hermosa, solo como ella sabría hacerlo. 

Tal vez me dedicaría una historia de dos amantes que acabaron muertos porque no soportaban estar separados. Tal vez me escriba un relato de cómo alguien se hundió en la miseria porque no pudo salir a flote después de que su corazón se partiese. Si, sin duda, la forma en la que ella lo haga, hará que sea especial, da igual si su respuesta no es lo que espero.

Visualizo el banco a lo lejos y me siento en él cuando cojo la hoja que está pegada a una de las patas para que no salga volando. No se cuando viene, cuando deja las cartas o las lee, pero siempre que vengo, hay una hoja, una color verde claro que hace que mi corazón lata a mil por hora. Debería controlarme, es simplemente una hoja de papel que tiene con tinta las palabras de la chica de las estrellas. Desdoblo el papel y no puedo contener una sonrisa:

"Yo sin duda lo he hecho y también me duele cuando pienso que eres tu quien sufre la tristeza de tus poemas."

También se enamoró de palabras...

Todo en mi interior se remueve y leo la pequeña historia tras la nota, acabando con lágrimas en los ojos, obviamente, no es una de sus historias si no me hace llorar hasta morir. Dos amantes que no pudieron estar juntos, uno en la tierra y otro junto a las estrellas. Si, sin duda amo su escritura, su forma de expresarse, sus dulces y envenenadas palabras que me llenan de tristeza y felicidad a la vez. 

-Así que es verdad que lloras con mis historias- susurra alguien a mis espaldas.

No me sobresalto, no me muevo, me quedo inmóvil esperando a que ella se siente a mi lado para poder ver sus ojos azules después de tanto tiempo. Siento como ella roza su mano con mi hombro descubierto gracias a mi camiseta de tirantes y mi garganta se seca. Miro el lago que hay delante mío y dejo que ella se acomode a mi lado, observándome, luciendo la sonrisa que tantas veces he imaginado. De la forma más normal del mundo, las dos nos cogemos de la mano, como si lo hubiésemos hecho mil veces pero necesitásemos mil veces más para estar satisfechas. 

-Yo nunca te mentiria.

Mis palabras salen calmadas y algo dentro de mi se relaja al instante que ella apoya la cabeza en mi hombro, dejando un pequeño beso en mi mejilla ahora sonrojada.

-Echaba de menos escuchar tu voz- murmura tranquilamente, creando un burbuja de la que ninguna queremos salir.

-Yo echaba de menos tus ojos azules, brillantes como la luna.

Nos sonreímos, amenas a nuestros problemas, consolándonos con cada caricia que nuestras manos sienten, uniéndonos en una misma respiración. El silencio reina entre nosotras, pero es algo tan relajante que no quiero romperlo, solo cerrar los ojos y dormir entre sus brazos, sintiendo sus labios de nuevo sobre mi mejilla. Ella es la primera en hablar, causando estragos en mi corazón:

-Tengo miedo.

Esas dos palabras me dejan desconcertada, sin saber qué contestar hasta después de unos segundos.

-¿De qué?

-Del mundo.

Le dejo unos minutos para que sus ideas se aclaren, dejándole espacio para que pueda volver a hablar si eso es lo que quiere, pero cuando compruebo que espera una respuesta, abro la boca, soltando lo único que se me ocurre en ese momento.

-¿Por qué?

-Es demasiado grande, cruel y venenoso como para que algo débil viva mucho tiempo.

-No eres débil.

-Pero tampoco fuerte.

-Hay cosas bellas.

-Hay cosas feas.

-Hay cosas que te hacen reír.

-Hay cosas que te hacen llorar.

-Pero hay más buenas.

-Según desde qué punto de vista lo mires.

Nos miramos a los ojos, con intensidad, uniendo mi color miel con su azul, formando una combinación mágica que ninguna de las dos queremos romper.

-Las estrellas te sacan sonrisas.

-Las enfermedades te las quita.

-En eso concuerdo contigo.

Silencio de nuevo.

-Mi abuela está enferma, el médico no sabe cuánto durará.

-Solo el destino lo sabe.

-Pues espero que por una vez haga algo bueno por mi.

El sonido del viento removiendo el agua del lago y los árboles hace que me estremezca, sintiendo el frío del próximo otoño ya aproximándose. Se que debería estar apoyándola, haciéndole sentir mejor y que dejase de pensar en su abuela, pero la primera lágrima cae por mi rostro al imaginarme en clase, débil, a punto de morir por culpa de una estúpida enfermedad que me quitará mi futuro.

-¿Por qué lloras?

¿Alguna vez habéis tenido un dejavù tan grande que no sabéis si en verdad lo habéis soñado o si simplemente es que en realidad ha pasado de verdad y tu lo recuerdas como algo irreal? Me acaba de pasar.

-El amanecer es muy bonito- me dedico a contestar con simpleza.

-Me habías dicho que nunca me mentirías.

-Simplemente odio mi vida y cuando estoy contigo es menos jodida.



#21891 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor lgbt, lgbt juvenil

Editado: 25.08.2021

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