-Cariño, ¿podemos hablar?
La voz preocupada de mi madre me saca de mi mundo y consigo centrar toda mi atención en ella. Lleva el collar que le regalé por navidad la semana pasada y ya va maquillada para la cena de fin de año que celebramos todos los años. Siento retortijones en el estómago solo de pensar que he llegado a año nuevo, he sobrevivido ocho meses con la estúpida enfermedad y he podido dar a mi madre tal vez su último regalo de navidad por mi parte. Decir que estoy feliz sería mentir, pero por lo menos sigo aquí, un día más, un año más. Es algo raro pensar así sabiendo lo que casi hice hace menos de un mes...
-Dime, mamá.
Se sienta con cuidado a mi lado, evitando tocarme o mirarme fijamente a lo ojos, como si temiese algo, como si ocultase algo que está a punto de revelarme. Carraspea varias veces buscando las palabras adecuadas y juega con sus manos de manera impulsiva.
-He estado pensando...
-Todos lo hacemos.
-Pero yo he estado pensando en cómo estás de salud- sentencia, mordiéndose su labio inferior.
-No es nada nuevo y voy todos lo meses a revisión, no debes preocuparte por nada- apoyo mi mano sobre las suyas, queriendo que deje de moverlas de un lado a otro como si no supiese qué hacer con ella. Una sonrisa se escapa de mis labios- vamos, cuéntame, yo te escucho, seguro que lo podemos resolver.
-Es que no es tu salud física lo que me preocupa en estos momentos...
Eso hace que todo en mi cambie. Siento mis hombros tensarse inconscientemente, haciendo desaparecer mi sonrisa por completo. No puede haber dicho eso, no puede haber dicho que le preocupa que me vuelva loca. Siento como las lágrimas ya vuelven mi vista borrosa hasta tal punto que debo cerrar los ojos y bajar la mirada para que ella no pueda verme en ese estado. Me aparto de mi madre como si quemase, sintiendo que de verdad su tacto es lava ardiendo. Un último apretón se ciñe sobre mi rodilla, intentando llamar mi atención, así que asiento, rezando que con ello deje de tocarme.
El aire me falta.
-No...
-Claudia, entiéndeme, te comportas... Raro, solo sales por las noches a un parque, ya no quieres quedar con tus amigos como al principio, o te encierras en tu cuarto y no te veo el pelo en todo el día o sales de casa sin dar ninguna explicación- comienza a explicarme pero todas sus palabras me suenan vacías, puras excusas para sus verdaderos pensamientos- encima, la enfermedad, aceptar lo que te puede pasar... Es algo muy duro de asimilar.
Y ahí está, la verdadera razón por la que me quiere llevar a un psicólogo o tal vez a un psiquiatra para que me empastille aún más. Solo me faltaba, tomarme veinte pastillas al día, ocho para la enfermedad y 12 para la salud mental. No necesito ninguna, estoy bien, es simplemente algo que debo llevar yo sola, sin ayuda de nadie. Niego varias veces con la cabeza, queriendo apartar las imágenes que llegan a mi cabeza, los pensamientos e ideas de lo que conllevaría ir a un especialista. Estoy en primero de bachiller, con una maldita enfermedad y sacando las mejores notas de la clase, ¿qué más puede pedir mi madre?
-No lo necesito.
-Solo unas sesiones o tal vez de esas que se hacen en grupos, no tienes que estar sola completamente y...
-¡No!- grito, quitándome las lágrimas con rapidez- estoy bien, solo intento sobrevivir sin pensar en la mierda que arrastro, un psicólogo solo la sacaría a la luz y todas mis esperanzas se irían a tomar por culo porque para estar bien de salud mental necesitas...- pienso en la palabra, en lo que pasará cuando la diga en voz alta- tiempo- susurro de una manera casi inaudible.
-Claudia...
-Necesito estar sola- cojo mi chaquetón, un gorro y guantes, rezando para que no nieve esta noche- volveré antes de la cena, lo prometo, saludaré a los tíos la primera.
Con eso y dejando con las palabras en la boca a mi madre, salgo de casa, disfrutando del aire frío muchísimo mejor que el de verano. Siempre he amado el frío, me ayuda a olvidarme de las cosas, haciéndome pensar solo en que no siento la nariz o que mis manos se sienten raras con los guantes puestos. Camino de manera lenta y pesada, arrastrando los pies sin querer realmente ir al parque. No quiero encontrarme con ella, pero tampoco quiero estar sola. ¿Por qué hago la vida tan complicada? Con lo fácil que es a veces...
-Hola, Clau.
Coge mi mano y una sonrisa debajo de mis lágrimas se instaura, llevando algo de alegría a mi corazón. Llevo sin verle una semana. Hay veces que no coincidimos, que le necesito y no está y que ella me necesita y yo no he llegado. No todo es color de rosa cuando te dejas llevar por el destino, pero por lo menos, nos mantiene con vida, esperando escuchar la risa de la otra.
-Hola, Vic.
-Hoy he escuchado una canción en inglés- comienza a contar y toda mi atención va hacia su voz, su explicación, su manera de mover los labios cuando le emociona un tema- iba sobre las inseguridades, la cantante decía que ella tenía buen corazón, que se merecía cosas buenas, pero que todo le sobrellevaba ya que siempre pensaba mucho las cosas.
-Una canción muy bonita, seguro.
-No pienses tanto las cosas, yo nunca te juzgaré- apoya su cabeza en mi hombro, dejándome sin palabras- cuéntame porqué lloras, cariño.
-Yo...
Muerdo mi labio inferior con fuerza, cerrando los ojos hasta hacerme daño y abriéndolos viendo puntitos de colores. Siempre amo esa sensación extraña. Cuando siento sangre rozar mis dientes, paso la lengua por ahí y me armo de valor para hablar.
-Mi madre quiere llevarme a un psicólogo- confieso con la vista en el suelo.
-¿Y?
-Tiene miedo.
-¿De qué?
-De lo que soy capaz.
Con esas palabras, lo entiende todo y besa mi mejilla, consiguiendo que esta se tiña de un color rojo bastante notable ante mi pálida piel. Sus ojos se esconden detrás del flequillo aunque sigo viendo la tristeza en ellos. ¿Nunca se irá? ¿Yo me veré igual?