La muerte llama a mi puerta

Flores

Siempre le he temido al futuro, pero mira que ironía, ahora ya no tengo que preocuparme más.

Mi sonrisa se desvanece cuando veo a dos abuelitos, cogidos de la mano y riendo mientras leen un libro en voz alta. Muchas personas les miran con hastío porque hacen mucho ruido cuando estamos en un sitio público como el metro, otros, como yo, los miramos con ternura y esperanza de tener algo así. Es bonito engañarse y pensar que yo podría estar así con mi pareja dentro de 50 años, sonriendo como si la vida no se pudiese acabar en segundos. Son amenos al mundo exterior, solo están ellos y su historia, leyendo sobre personajes ficticios para luego comentar lo que sea que acaben de leer.

-Son muy tiernos- susurra en mi oído Vic, sacándome de mi mundo.

-Da algo de esperanza.

-¿En el amor?

-En la esperanza.

Nos miramos fijamente, sin poder apartar los ojos de la otra, sintiendo como nuestras manos se unen inconscientemente y una sonrisa se forma en nuestros rostros como si fuese ya un acto reflejo ante cada mirada que nos dedicamos. 

-¿Crees que serás así cuando seas mayor?- me pregunta posando su cabeza en mi hombro de una manera ya natural permitiéndome admirar sus largas pestañas que se esconden bajo su flequillo.

-Ojalá- contesto con bastante decepción, sin poder ocultarla- ¿tu?

-Sería complicado.

El viaje en metro es corto y cuando los ancianos se deben de bajar, justo en la misma parada que en la que nos debemos bajar nosotras, cierran el libro y se sitúan a nuestro lado. Ellos nos sonríen, causando que nosotras les devolvamos el gesto. Ambas parejas, cogidas de la mano y con algo de vida en sus ojos junto a cicatrices en la piel.

-Nosotros éramos iguales a vosotras cuando éramos jóvenes- nos cuenta el señor, orgulloso.

-Amaba apoyar mi cabeza en su hombro, bueno, aún lo amo- la señora ríe y los ojos del hombre se iluminan como si fuese la primera vez que ha escuchado tal sonido.

-Seguid así, se nota que os queréis.

Las dos nos sonrojamos y bajamos la cabeza mientras evitamos hacer contacto visual entre nosotras.

-Bueno, en realidad...- me apresuro a decir, pero alguien me interrumpe.

-Esperamos ser como vosotros en un futuro- concluye ella con una sonrisa y un brillo extraño en los ojos.

Ambas cruzamos miradas y sin darnos cuenta transmitimos todos los sentimientos a la otra, supongo que ella puede leer el miedo y la forzada alegría que me provocan las palabras del señor. Yo en sus ojos leo el mismo sentimiento, pero no puedo identificar la razón, ¿puede ser que ella en realidad solo me vea como una amiga sin futuro? Vaya, eso es un golpe bajo.

-Adiós, chiquillas.

La pareja de abuelos sale del metro y nosotras hacemos lo mismo, pero con las manos cogidas por instinto, sin volver a hablar, con miedo de lo que podremos descubrir de la otra si rompemos el silencio. 

Caminamos por las distintas calles hasta que no podemos más y decidimos sentarnos en unos bancos que hay cerca, sin decir ninguna palabra, solo leyendo el gesto corporal de la otra y siguiéndonos de manera instintiva. No sé en qué momento decido levantar la mirada o en qué momento me parece que es buena idea ir a aquel lugar, pero aprieto su mano y le obligo a levantarse con una sonrisa de lado.

-¿Qué pasa?- me pregunta con el ceño fruncido ante mi cambio de actitud.

-Vamos allí.

Señalo una tienda detrás mío y eso solo le confunde más.

-¿A una floristería?

-¿Por qué no?

-¿Por qué si?

-Vamos, cariño, es solo un momento, miramos las flores y salimos de allí oliendo a rosas- le guiño un ojos y le planto un beso en la mejilla- ¿por favor?

-Sabes que no me puedo resistir a eso.

Una risa se escapa de mis labios y sin darme cuenta ya estoy corriendo rumbo hacia nuestro destino y sin poder evitar la emoción de niña pequeña que nace en mi corazón.

-Buenos días, chicas, cualquier cosa, podéis preguntarme y os atenderé- saluda la chica que está en el mostrador con una sonrisa.

-Gracias.

Paseamos por los pasillos, mirando todo tipo y parándonos a oler algunas flores que parecen sacadas de un cuadro, tan irreales y preciosas a la vez. Compruebo cuales mira Vic más y leo el precio de algunas, pero son muy caras como para que se vayan a morir mañana mismo y no tengo tanto dinero encima. Todo me decepciona hasta que llegamos a uno en la que todas valen menos de dos euros y son preciosas, solo que hay un pequeño problema...

-¿Por qué las de tela nos más caras que las de verdad?- pregunto en voz alta sin darme cuenta.

-Porque lo que dura poco es más caro- contesta con algo de duda en su tono.

-No tiene sentido, yo prefiero algo que dure, que pueda vivir toda una vida a mi lado a que se muera al día siguiente solamente dejándome como recuerdo un olor del que me olvidaré con los años- explico con el ceño fruncido- la humanidad es extraña.

-Bueno, lo que acabas de decir es muy profundo- confiesa con algo de sorpresa.

-No te sorprendas tanto, tonta- río por lo bajo- soy bastante lista en el fondo de mi cerebro.

-Lo que tu digas, amor- dice con burla y yo abro la boca haciéndome la ofendida.

-Y yo que te iba a proponer que nos comprásemos una flor de tela cada una para recordarnos- niego con la cabeza varias veces mientras ella abre los ojos como platos- pero supongo que esta tonta deberá irse a su casa a hacer el idiota con otra persona.

-Espera, espera- me coge del brazo justo cuando paso por su lado para irme- venga, ¿cuál quieres que compremos?

-¿No que era tonta?

Siento inmensas ganas de reírme cuando veo que de verdad está arrepentida y que se toma mi enfado como algo real. Mi voz es infantil y se nota desde lejos que no estoy molesta para nada, pero ella se preocupa, balbucea unas disculpas y comienza a hacerme cumplidos.



#21806 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor lgbt, lgbt juvenil

Editado: 25.08.2021

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