-¿Nos vemos la próxima semana?- pregunto aunque en realidad lo estaba afirmando.
-Claro, el lunes.
-Perfecto.
Me levanto del cómodo sillón y me despido con una sonrisa de mi psicóloga, dejando escapar algunos suspiros por el camino. Le dedico un asentimiento de cabeza al chico que está en recepción y salgo lo antes posible de aquel lugar. Necesito respirar hondo dos veces más antes de conseguir caminar normal y saber lo que estoy haciendo. Cada vez que acabo mi hora con mi psicóloga, salgo atontada, como en una nube, con miles de pensamientos flotando encima de mi cabeza y un nudo en la garganta. Quiero creer que esto acabará, que podré salir de esta y volver a sentirme feliz y cómoda conmigo misma y mi vida, pero sé que será imposible.
El camino hacia mi casa lo hago en silencio, sin música, sin la voz de mi madre taladrándome el oído preguntándome cómo estoy o si me duele algo. He decidido venir sola, sin que ella me acompañase para después llevarme a casa como hace siempre. Me agobia y quiero tener en mi la estúpida sensación de estar flotando un poco más. No pienso, incluso creo que podrían llegar a atropellarme sin que yo me diese cuenta hasta dos horas después, tal vez estando ya muerta.
Mi vista se fija en algunas personas que pasan por mi lado, casi empujándome si no me llego a apartar a tiempo. Escucho sus risas, ajenas a lo que acaban de hacer. Me gustaría también vivir en una burbuja sin que nadie me sacase de ella.
Suspiro como puedo, apretando los puños para seguir fuerte y me dirijo a mi lugar seguro, donde espero encontrarle, poder abrazarla y sentir su calidez. El cielo se nubla, indicando que lloverá, burlándose de mi por no haber traído algo más abrigado o un simple paraguas, aunque todo me da un poco igual ahora mismo. Cuando llego al banco, hay alguien sentado en él, pero no es ella, es una persona que no consigo distinguir hasta que no estoy a menos de un metro de ella, cuando ya no puedo escapar.
-Me dijeron que te gusta venir aquí.
-Mar, yo...
-Tranquila, entiendo que estés asustada.
Asiento y acepto su mano tendida para luego sentarme junto a ella para admirar el cielo. Tal vez suene algo egoísta, pero no quiero que se siente en un sitio que no le pertenece, menos aún cuando ella podría llegar en cualquier momento.
-Llevo mucho sin verte- suelta sin más, mirándome a los ojos, analizándome y esperando una respuesta.
-Las clases, el médico...- me encojo de hombros- me mantienen ocupada.
-O me estás alejando.
Aquellas palabras se clavan como una estaca en mi corazón, sintiendo cómo poco a poco se rompe, volviendo a la realidad en la que no solo estoy yo, mi madre y ella, sino que también mi prima y amigos me echarán de menos cuando yo no esté. Prefiero seguir alejándome y que así les duela menos cuando me marche, aunque al parecer no me gusta cuando me hacen a mi eso.
-Así dolerá menos, Mar.
-A ti, pero no a mi- su voz suena rota y me obliga a apartar la mirada al ver la intensidad que desprenden sus ojos sobre los míos- eres mi prima, naciste un mes antes que yo, te he tenido básicamente en mi vida desde que nací... ¿Ahora me estás diciendo que porque te alejes unos meses antes de irte me va a doler menos?
-Lo siento...
-No, no lo sientes, sigues pensando que es lo correcto- suelta una risa amarga que me hace morder mi labio inferior y clavar mis uñas a las rodillas, rezando para que todo acabe lo antes posible- no me alejarás tan fácilmente, si es necesario pasaré a visitarte todos los días de tu vida.
-Tus clases...
-¡A la mierda!- niega varias veces con la cabeza- eres mi prima, mi mejor amiga y no pienso dejarte sola.
-No estoy sola.
-Pero lo estarás si sigues así.
-Me gusta estar sola.
-Repítelo cuantas veces quieras, no te lo crees ni tu.
Una sonrisa se escapa de mis labios y me acerco un poco a ella, apoyando mi cabeza en su hombro.
-El tratamiento va como la mierda.
-Lo se.
-No creo que vaya a durar con vida más de dos meses, mis desmayos son algo constantes y cada vez más graves.
-También lo se.
-Mi cumpleaños es la semana que viene.
-Y lo celebraremos como nunca porque los 17 no se cumplen todos los días.
-No quiero celebrarlo.
Ella frunce el ceño sin entender nada. Hasta hace unos meses, le llamé para que fuese pensando cosas por si llegaba al día de mi cumpleaños viva. Entre broma y broma la verdad se asoma y estoy segura de que en el fondo no tenía muchas esperanzas de llegar hasta aquí.
-¿Por qué?
-Quiero pasarlo en paz, mirando el cielo.
-Eres muy rara.
-Solo disfruto cada día como si fuese el último y por si es mi último cumpleaños, quiero pasarlo a mi manera, sin gritos ni música que me hagan sangrar los oídos- le explico con un encogimiento de hombros sin profundizar mucho en el tema.
-Cumpliré tu deseo, pero no te libras de salir al día siguiente conmigo para comer algo y así darte mi regalo- me guiña un ojo con una sonrisa de oreja a oreja- te va a encantar.
-Eso no lo dudo.
El silencio se hace presente y con comodidad ambas decidimos que es hora de volver a casa y así dormir un poco y no preocupar a nadie con nuestra ausencia. Nos damos un abrazo que dura más que ningún otro que nos habíamos dado y se gira para dirigirse a su casa. Se vuelve varias veces para mirarme, sonriéndome de lado cada vez que puede hasta desaparecer por una esquina. Es demasiado diferente a mi, ella no se arrepiente de sus acciones aunque mira hacia atrás, ella está segura y no piensa que algo malo pasará si se gira y me vuelve a sonreír una vez más.
-Ha pasado un año ya...
Mi voz se rompe y siento mis manos temblar de una manera que me asusta al principio pero cuando me acostumbro solo puedo admirar el movimiento mientras lágrimas caen por mis mejillas. La respiración me falla y por un segundo creo que me voy a desmayar pero comprendo enseguida que esto no tiene nada que ver con mi enfermedad, simplemente he llegado al límite igual que cualquier ser humano que vive y respira.