Llevo un mes, un maldito mes sin verle y necesito decirle la verdad. Parece que lo haga adrede y me esté evitando como sabiendo lo que le diré, lo que le contaré. Quiero gritarlo, que me escuche y luego me abrace diciéndome que estará para mi y no se alejará. Necesito que me sonría y me coja de la mano haciéndome sentir nuestra constelación en la palma de su mano. ¿Es muy complicado pedir que algo sea fácil por una vez en mi vida?
-Cariño, relájate, no has parado de ir de un lado a otro en toda la semana- se queja mi madre- sabes que el médico te dijo que debías descansar después de que tu último desmayo fue mucho más grave que los anteriores.
-Estoy bien, mamá- le aseguro rodando los ojos.
Lleva paranoica desde que se acabó el instituto, creyendo que ya me llegará la hora sin que yo pueda graduarme justo cuando me queda un año simplemente. Estoy emocionada por entrar a segundo de bachiller con tan buenas notas, básicamente de sobresaliente y con todos mis objetivos cumplidos, excepto uno, pero ese ya no depende tanto de mi. Si, podría habérselo dicho antes, tal vez hace un mes, tal vez hace dos, pero tenía que pensar las palabras exactas, así que le escribí un poema. De nada sirve si ella no aparece.
-Voy a salir.
-No, no, de eso nada, señorita- se sitúa entre la puerta y yo, justo cuando voy a abrirla- llevas toda la semana saliendo a altas horas de la noche, a saber porqué y nunca me das una explicación.
-¿No puedes simplemente dejarme pasar sin hacer preguntas?- pregunto con la molestia clara en mi voz.
-Llevo haciendo eso durante más de año y medio, me estoy cansando de dejarte tu espacio mientras veo como te alejas de mi...- su voz se rompe y algo en mi corazón se clava para proporcionarme un dolor que he intentado evitar durante mucho tiempo- ¿cuánto tiempo llevamos sin ver películas juntas?
-No lo se...
-Exacto, ya no me hablas- la primera lágrima cae por su mejilla- el otro día me encontré con Hugo.
-Mamá, yo...
-¿Qué es eso de que ya no sois amigos?
-¿Te lo dijo?
-No, pero no soy estúpida, de eso estoy segura.
-No es lo que crees.
-Pues explícamelo.
A ese punto, siento que mis ojos están a punto de dejar caer las lágrimas que retengo en ellos causando que mi vista se vuelva borrosa. Pestañeo, rindiéndome, mostrándole a mi madre todo el dolor que llevo soportando durante estos últimos meses, todo lo que me guardo incluso con mi psicóloga. No puedo más y necesito sentarme, pero mis piernas flaquean y siento justo a tiempo como ella me coje, pasando uno de mis brazos por sus hombros hasta llevarme al sofá para que pueda estar cómoda.
Me deja llorar, me deja balbucear cosas sin sentido mientras ella, por una vez, oculta como puede sus sentimientos para ser fuerte frente a mi. Por una vez, está viendo que su hija no es tan fuerte como ella creía, me estoy derrumbando y siento algo de vergüenza, pero su sonrisa, sus ojos llenos de amor, me hacen ver que eso es justo lo que esperaba de mi, incluso veo orgullo en su mirada.
-Es mucho.
-Lo se.
-Pero debo soportarlo.
-También lo se.
-Aunque no me veo lo suficiente fuerte como para aguantar...
-Siempre has sido más fuerte, más valiente, más todo que yo, ¿comprendes?- asiento, aunque al hacerlo algo en mi cabeza pincha, causando que tenga que disimular una mueca de dolor para no preocuparle- eres increíble.
-No soy valiente, tengo miedo a muchas cosas- susurro sin poder evitarlo.
-Oh, cariño, los valientes no son los que no tienen miedo- niega varias veces con la cabeza, acariciando mi mejilla llena de lágrimas- aquellos que hacen las cosas sin pensar, son inconscientes, los que igualmente, con el miedo clavado en sus venas y a punto de desgarrarles por dentro, siguen adelante, enfrentando a todos, superando a aquello que temen y sabiendo las consecuencias, son valientes.
-Pero yo no lo afronto, yo huyo.
-Si fuese así, no estaría hablando conmigo.
Entonces, lo comprendo y una sonrisa se instaura en mis labios. Siento algo de orgullo hacia mi y un peso menos sobre los hombros al poder decir en voz alta todo lo que no he dicho en mucho tiempo. Quiero darme palmaditas en el hombro, tal y como haría con cualquier otra persona, pero esta vez es mi madre quien lo hace, abrazándome durante largo tiempo que disfruto de su olor, de su calidez y de su amor. Nunca le digo a mi madre que le quiero, nunca expreso nada de eso porque siento que es extraño cuando sale de mis labios, como irreal, como si fuese la verdad que tanto tiempo lleva oculta pero aún no quiere salir a la luz. No se porque me cuesta tanto, tal vez por vergüenza, aunque se que a ella le haría muy feliz.
-¿Qué tal si te tomas todas tus pastillas, preparo palomitas y vemos una película juntas, como en los viejos tiempos?- pregunta con una sonrisa en su rostro.
-Me parece perfecto- asiento antes de levantarme rumbo al baño donde tengo todos mis medicamentos, girándome justo cuando estoy en la puerta y mi madre ya ha encendido la televisión para buscar algo que ver- por cierto- llamo su atención- te quiero, mamá.
Con una sonrisa y las mejillas sonrojadas, salgo del salón y comienzo a caminar para no ver su expresión. Abro los cajones y compruebo que mañana mismo debo ir a comprar nuevos medicamentos mientras siento como mis manos comienzan a fallar por la falta de pastillas en mi interior. Unas me permiten moverme, otras bloquean el dolor. Si tuviese que elegir, me quedaría simplemente con las del movimientos, soportaría el dolor, pero no estar postrada en un cama, sin poder hablar si comer con normalidad por el resto de mi vida. Ingiero las tres pastillas, una por una, sintiendo como mi garganta se queda seca a pesar del agua que no paro de beber. Un dolor punzante recorre de nuevo mi cabeza, pero lo ignoro, volviendo con mi madre, llevo haciendo eso toda la semana.