La muerte llama a mi puerta

Fin

Abro los ojos con cuidado, sintiendo una fuerte luz dándome de lleno en la cara, impidiéndome ver más allá. Siento algo cálido cogiendo mi mano, con fuerza, como si temiese perderme en algún momento, pero no se mueve y temo que no esté vivo o yo estar muerta. Me incorporo como puedo, sintiendo un fuerte dolor en la cabeza por culpa de un repentino mareo que me desorienta durante varios minutos. Mi vista está borrosa, intentando adaptarse al ambiente en el que se encuentra, todo blanco, todo demasiado brillante y monótono para recordarlo segundos después de verlo.

La persona a mi lado se remueve en su sitio y es ahora que me doy cuenta de que está en una silla, apoyando su cabeza en mis piernas mientras mi muñeca es encerrada entre sus dedos. Tiene las mejillas aún mojadas y no me extrañaría ver sus ojos rojos nada más despierte. Acaricio su rostro, aún sintiendo el fuerte pinchazo y mis dedos entumecidos, pero planto como puedo un beso en su frente, queriendo que se despierte para no seguir sola en un lugar como este.

-Mamá...- susurro como puedo, sintiendo mi garganta seca y toso sin poder evitarlo.

Paso mi vista por toda la habitación, pero solo puedo visualizar una botella de agua demasiado lejos de la cama en la que me encuentro como para poder llegar. Sigo pasando mi mano por su cabello, cada vez con más intención de despertarle, consiguiendo que sonría ante mi tacto. Siento su agarre más fuerte y poco a poco va abriendo los ojos, adaptándose a la luz que hay en este lugar.

-¿Mamá?- pregunto esta vez, esperando que mi voz suene lo suficiente fuerte como para que me escuche.

Ella alza de golpe la cabeza hasta encontrar mis ojos con los suyos, miel con miel, hija con madre, haciendo que las dos sonriamos a punto de llorar. Pasa sus brazos sobre mi cuerpo, dejándome sentir su calidez y tranquilidad, todo lo que una madre te transmite cuando te dice que te quiere de miles formas excepto con palabras. Ella rápidamente me pasa la botella de agua que había en una mesita para después salir corriendo a buscar un médico, según me dice entre balbuceos y varias miradas para comprobar que soy real.

-Claudia- me llama un hombre que no había visto en mi vida- ¿cómo te encuentras?

-Desorientada- confieso, mordiéndome el labio inferior con nerviosismo, sintiendo la mirada analizante del señor frente a mi.

-¿Sabes dónde te encuentras?

Lo pienso, es más que obvio que estoy en un hospital, simplemente con ver las luces blancas como la nieve pude distinguir el lugar en el que estoy, pero no se en cual, no se porque. Miro de reojo a mi madre que va de un lado a otro fuera de la habitación, sonriéndome cada vez que pasa por delante de la puerta hasta que el médico decide cerrarla para que me centre. Me pregunta varias cosas, si estoy bien, si recuerdo la última vez que comí, cuál es mi último recuerdo... Cosas de rutina, supongo. Varias enfermeras entran y salen, cambiándome tubos, comprobando otros, haciendo que me tumbe para no marearme, mirándome las retinas mientras intento centrarme en lo que dice el médico.

-¿Qué hago aquí?- me atrevo a preguntar cuando ya lleva varios minutos en silencio, anotando cosas seguramente con letra ilegible.

-Te desmayaste, según tu madre ella estaba diciéndote que estabas bastante caliente, quería saber si habías tomado tus pastillas, no le contestaste y se asustó, así que te trajo aquí- termina de explicar como si fuese la cosa más normal el desmayarte en los brazos de tu madre.

-¿Cuánto tiempo llevo aquí?

-Una semana.

-¿Una semana?

-Estabas en coma.

-¿En coma?

-Se que es un golpe muy duro pero...

-En coma...- susurro, perdiéndome en mis pensamientos.

¿Una semana? ¿Llevo una semana durmiendo luchando por vivir? Solo recuerdo la sonrisa de mi madre cuando le dije que si a lo de ver una película como antes, ese es mi último recuerdo y sinceramente uno muy bonito para el que podría haber sido el último para siempre. Quiero abrazarle, decirle que todo está bien, que ya he despertado, porque estoy segura que los últimos días no ha comido, no ha dormido como es debido y debe de haber estado sola, esperando a algo que tal vez no iba a llegar. 

-Necesito hacerte unas cuantas pruebas antes de dejar pasar a nadie, espero que lo comprendas, han pasado muchas personas a visitarte en tan solo siete días que ya parece esto una ciudad- se queja de una manera algo cómica viniendo de un médico.

-Lo siento por eso.

Él me mira fijamente, como intentando comprender si de verdad le acabo de pedir perdón por tener gente que me quiere y me viene a visitar cuando estoy a punto de morir. Me encojo de hombros con una leve sonrisa y eso es señal suficiente como para que salga de su trance y comience a ordenar a distintas personas que haga algo u otro. Me hacen miles de pruebas, me sacan sangre, me preguntan cosas y al final del día solo quiero dormir una semana más.

-Cariño- me llama la dulce voz de mi madre- hay gente aquí que quiere verte.

Por un segundo, me planteo qu esea ella, que se haya enterado y haya venido, pero descarto la idea nada más aparece en mi cabeza. ¿Cómo estará? Espero que no me haya echado de menos en esta semana que he estado desaparecida, aunque ya llevaba un mes sin verle... Tal vez ni se ha dado cuenta. Seguramente eso es lo mejor. Sonrío de lado y asiento a mi madre cuando esta busca mi aprobación.

-Podéis pasar- les indica a las personas que están fuera, esperando.

Uno a uno, van entrando, con la cabeza agachada y la mirada perdida, sin atreverse a mirarme, casi como si sintiesen culpa, como si fuese por su causa que estoy en una cama de hospital en observación. Las ganas de abrazarlos emerge en mi, pero no puedo moverme, solo puedo sonreír y esperar que entiendan que les perdono sin guardar rencor, pero nadie me mira, nadie es lo suficiente valiente como para enfrentarme.



#21806 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor lgbt, lgbt juvenil

Editado: 25.08.2021

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