La mujer de Lucifer

Capítulo#2 Reencuentro.

Capítulo 2 Reencuentro.

Ariete sentía que el mes era demasiado largo, interminable. Esperaba con ansiedad el día acordado y el dolor de su duelo no favorecía para nada su estado de ansiedad y depresión. La pérdida de su madre era un dolor constante que no cesaba, a pesar de no estar sola en su duelo no lograba superarlo, era algo normal, todavía era reciente el deceso; no obstante la pérdida de un ser querido es una herida que nunca cerrará del todo, como mínimo quedará una cicatriz en el corazón, imborrable. Su hermana mayor era su apoyo, la consentía y la cuidaba con verdadera devoción.

Al fin llegó el tan anehelado día, las horas parecían detenerse. La espera de que llegara la tarde era interminable y aún no había decidido cómo escaparse de su hermana. Ariadna la vigilaba todo el día y eso la molestaba, a pesar de que sabía que lo hacía porque se preocupaba y la amaba.

—¿Qué te pasa?, te ves muy inquieta —le habló su hermana, que la había estado observando con creciente preocupación.

—No es nada, no te preocupes —respondió deteniendo su andar e intentando esconder su nerviosismo.

—Cómo no preocuparme, si no dejas de moverte inquieta, de un lado a otro. Me tienes mareada.

¡Entonces deja de observarme!, gritó en su mente, sin embargo dijo otra cosa en voz alta.

—Me estoy orinando, lo estaban limpiando y tuve que esperar —intentó justificar su extraño comportamiento.

—En esta propiedad hay más de uno —no tenían lógicas sus palabras para Ariadna.

—Es verdad —se hizo la despistada—, me he vuelto tonta, mejor me voy antes de que se me salga...

—¡Qué niña!, ¿qué haré contigo?

Cuando Ariete regresó del baño, su hermana le informó que tenía que salir y la chica se sintió más tranquila, ya no tenía que inventar una escusa para poder asistir a su cita. Ariadna se fue en su silla de manos, cargada por sus mozos. Ariete esperó un tiempo más y después salió a la calle. Caminó de prisa hasta el prado donde conoció al joven, del cual no sabía ni siquiera su nombre. En esta ocasión se aseguraría de preguntar. Tenía que hacerlo porque se estaba enamorando y quería seguir en contacto con él. Lo vio desde la distancia y su corazón revoloteó como si tuviera alas propias. Sintió un cosquilleo insoportable en su estómago y sus manos se pusieron sudorosas de pronto.

—Hola, princesa —saludó Lucifer, que también caminó a su encuentro, ansioso por acortar la distancia que los separaba.

—Hola..., ¿me puedes decir tu nombre por favor? —era lo principal que tenía en mente y no pudo esperar.

—¿Mi nombre? —la pregunta lo tomó por sorpresa, no podía decirle a esa mortal que se llamaba Lucifer—. Me llamo Oswald (ese nombre hace referencia a alguien que tiene poder como Dios.)—, mintió.

—Mi nombre es Ariete.

—Es muy hermoso, pero no más que tú.

Las mejillas de la chica se tiñeron de rojo vivo.

—Vamos a la ciudad, quiero llevarte a lugares bonitos; deseo que pases una linda tarde.

¡La ciudad, No!, allí estaba su hermana y no le había dicho nada sobre él. No podía verlos juntos.

—Mi hermana mayor podría vernos —objetó.

—Entonces disfrutemos de un pícnic privado —. Esperó en vano a qué él se ofreciera a pedir su mano, pero no lo hizo, le dolió el corazón; sin embargo no podía pedir demasiado, apenas era la tercera cita.

Sin que ella se diera cuenta, Lucifer hizo aparecer una manta y sobre ella variedades de frutas.

—¡Un pícnic, oh! —se asombró.

—Está todo preparado —. El príncipe demonio se apartó a un lado y le señaló el lugar donde estaba ubicado.

—¡Oh!, no lo vi antes —le pareció algo extraño, pero no le dio importancia. Estaba tan nerviosa que pudo haberlo pasado por alto, solo tenía ojos para él, le pareció lógico no haberlo visto, últimamente era muy despistada. Observó con atención y deleite lo que creyó que había preparado con antelación para ellos dos, incluso habían varias frutas que ella jamás había visto. Estaba emocionada. Lucifer tomó una uba roja y la puso en su boca. Ariete la aceptó y la masticó con suavidad.

—Ummh, qué dulce. ¡Jamás había probado una así!

—Come todo lo que quieras, no tengas pena.

Ariete tomó una fruta con forma muy exótica que llamó mucho su atención. Tenía una piel con escamas rosas.  

—¿Y esta como se llama?

—Es la fruta del dragón —respondió tomando otra de la cesta y pelándola con una pequeña daga afilada para la chica. Por dentro era blanca con pepitas negras, observó ella sin apartar la mirada de lo que él hacía, hechizada. Cuando terminó se la ofreció y ella la comió sin dudar, confiaba en él.

—Su sabor es suave, se parece al Kiwi pero sin amargar, es muy dulce y no amarga nada —comentó.

—¿Te gustó?

—Sí, mucho.

La tarde se les fue volando sin darse cuenta, estaban totalmente sumergidos en su mundo de ensueño. La claridad se fue escaseando y fue cuando se percataron de que se les hizo tarde.

—Tengo que irme, mi hermana debe estar preocupada —. Se incorporó de inmediato, turbada. No le dijo a nadie que saldría y le había cogido el anochecer.

—Te llevaré —Lucifer se sintió mal al ver la inquietud de la chica.

—Te lo agradezco. ¿Puedo llevarme algunas frutas?

Quedaban muchas y quería comer más tarde.

—Claro. Todas son tuyas.

Lucifer las envolvió con la misma manta que estaba debajo y las cargó. Caminaron juntos sin detenerse hasta que vieron la entrada de la mansión dónde vivía Ariete.

—Llegó la hora de decir adiós.

—Sí —contestó ella tímida, sin ningún deseo de separarse de su lado, pero sin atreverse a decirlo.

—Ve por alguien que pueda cargar esto, no permitiré que hagas esa fuerza.

—¿Quieres entrar? —habló sin razonar. Entrar significaba un compromiso... No fue su intención presionarlo.

—No puedo aunque quiero hacerlo, démonos más tiempo para conocernos mejor.

Lucifer quería un compromiso serio con Ariete, en verdad lo añoraba, se sentía demasiado atraído por ella y quería estar a su lado; sin embargo nada era así de sencillo, habían demasiados impedimentos y secretos. No creía posible que ella lo aceptara si conocía la verdad sobre él, lo que era. Lo más probable era que huyera despavorida de su lado, para nunca regresar. Por primera vez no sabía qué hacer o cómo actuar. Ella era la causa de sus primeras veces en tantas cosas..., que lo estaba asustando. Quién diría que él, el mismísimo diablo, tan temido por todos en la tierra y el infierno, se sentiría así por una mujer mortal.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.