La Mujer de Ruslan Bozkurt

Capítulo 11

El amor no siempre tiene que ser difícil, no todo es dolor, drama y sufrimiento, a veces el amor nace de forma espontánea, sin necesidad de buscarlo o intentar atraerlo. No siempre tiene que haber villanos que se interpongan, un héroe que salve el día, o una damisela en apuros, muchas veces todo es más sencillo que eso y Ruslan agradecía que la llegada de su mate hubiera sido así. 

No había nadie que quisiera lastimarla, no había una bruja malvada que quisiera matarla, él tampoco era un príncipe azul que había llegado a su rescate, porque de alguna manera ella se las había arreglado para salvarse sola. La rubia había triado consigo la felicidad que él tanto había anhelado, aquello que tanto le hacía falta a su vida, todo lo que estorbaba lo había quitado de su camino, ese que estaba más que dispuesto a recorrer con esa chiquilla de bonitos ojos singulares.  

El “Padre” de Aysel no había muerto de forma honrada o por lo menos natural, alguien se haba desecho de aquella piedra que estorbaba en su vida. Una deuda, eso habían dicho, el dinero que Ruslan había pagado por su compañera el hombre lo había utilizado para pagar las deudas que había ganado después de perder un sin fin de apuestas en los casinos. Lo habían dejado morir desangrado, por una herida en el abdomen, pero, eso no era relevante para ninguno. 

— Segura que estas bien — Pregunto el pelinegro con intriga, mirando a Aysel quien no dejaba de observar aquel bonito jarrón de porcelana. 

— No puede doler perder a alguien que nunca te amo, ¿no? — Esa había sido la respuesta de la rubia, quien sorprendentemente había sonreído al decir aquello, no dolía, solo había una extraña paz en su interior — ¿Está mal sentirme bien? — Pregunto al ver como el hombre al igual que ella también sonreía. 

— Para nada — Y sin más la abrazo. 

Tan solo llevaban dos semanas desde que la rubia se había enterado de todo, vaya que le había costado comprender lo que el pelinegro era, no había podido evitar gritar al ver el enorme lobo en el que se podía convertir Ruslan. 

...................... 

— AAAHH — No lo había podido evitar, había prometido no asustarse al verlo, pero, le había sido imposible, era enorme y tan oscuro como la noche, que daba más que miedo. 

— Aysel... — Él también se había sorprendido al escuchar el alarmante grito de la chica. 

— Estoy bien — Respondió, luego de inhalar y exhalar lo suficiente. 

Y si eso había sido suficiente, ya que después de eso no hubo momento en el que ella no quisiera estar tocando el pelaje de Ruslan, él no se podía quejar, amaba que ella hiciera eso, pues solo significaba que lo aceptaba tal y como era. 

Los días se habían convertido en semanas, y con ello solo aumentaba el amor que sentían el uno por el otro, las mitradas cargadas de amor no faltaban y que decir deesas sonrisas llenas de complicidad y ternura, algo que ambos hacían con mucha, mucha frecuencia. 

….................... 

Esa noche de primavera había sido la indicada, según todos, para anunciar a la nueva Luna, aquella que llevaría todos al mejor camino a ser la mejor de las manadas o por lo menos de las más unidas. Aysel no había podido estas más que de acuerdo en ello, había tenido que pasar días para entender lo que era ser una Luna y la compañera de un Alfa, pero, le habían tomado solo segundos para aceptar serlo. 

— ¿Nerviosa? — Pregunto el pelinegro mientras abrazaba por la espalda a su Luna. 

— Mucho — No lo iba a negar, lo estaba, era raro, se sentía extrañamente emocionada y asustada, no sabía si podría ser la mejor compañera y guía para la manada y temía ser alguien inútil. 

— Sabes que eso no pasara ¿no? — Pregunto Ruslan al saber el porqué del nerviosismo de su rubia. 

— ¿Es un habito para ti no? —Ahora preguntaba ella, haciendo referencia al hecho de que he pelinegro no dejaba de escuchar sus pensamientos, lo que muchas veces la dejaba en desventaja contra él. 

— ¿Te molesta? — Parecía que les encantaba responder preguntas con más preguntas, eso entre ellos era una guerra de nunca terminar. 

— Si.... y mucho — Respondió ella con una sonrisa de diversión mientras se levantaba de la silla para poder mirar detenidamente a su Alfa, quedando totalmente sorprendida. 

El pelinegro llevaba un traje negro, a simple vista caro, que lo hacía lucir muy guapo, varonil y sexy a la vista de Aysel, y seguro a la vista de cualquiera que lo viera. 

— Amor... — Dijo Ruslan con la voz un poco más ronca de lo normal — No puedes pensar eso y no hacerte responsable — Ahora él parecía una dama a quien le habían manchado la reputación, se había cubierto la boca con la mano fingiendo sollozar con mucha indignación. 

— Estoy a nada de hacerlo — Respondió ella segura, provocando una sonrisa en el rostro de su pelinegro. 

— Y eso me encanta — Definitivamente ambos habían sido hechos el uno para el otro, se amaban y parecían entenderse de maravilla. 

— Eres hermosa... — Dijo él, mirándola a los ojos, era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida y con ese vestido blanco se veía divina. 

— Deberíamos ir... 

Esa era la noche de ambos, aquella con la que todos los licántropos sueñan con encontrar y unirse a su compañero para la eternidad, amarlos con cada fibra de su ser y hasta su último aliento. No todo tiene que ser malo y doloroso para alcanzar la felicidad, la diosa también tiene compasión por sus hijos, aquellos que siglo con siglo viven para sus parejas eternas, para los linajes, para ellos, para ella, para su raza. 

Los gritos y aullidos de felicidad era lo que había resaltado y se había escuchado toda la noche, las copas chocando entre sí, las felicitaciones y los aplausos para el Alfa y la Luna. Todo había tomado su curso, sin problemas ni más tropiezos, aprendiendo que, no todo en la vida es difícil, nosotros lo hacemos difícil, nosotros nos creamos los problemas y todo está en nuestra cabeza. 




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