La Mujer del Alfa

1- Oma

—¡Puja!

—No puedo... por favor, no puedo más.

—Debes pujar...

—¡Por favor! No puedo, André, André... diles que no puedo...

Las fuerzas las sintió salir por sus pies que colgaban, su respiración estaba agitada al grado de no poder controlarse, le habían puesto oxígeno, pero ella misma se lo arrebató desesperada.

Su mirada se perdía entre tanta luz y la oscuridad a su alrededor eres cada vez más tétrica y desoladora. Intentó ponerse de pie, alejarse de aquellas figuras que solo la atormentaban, sin embargo, se sentía débil, pesada, su vientre abultado le impedía moverse con agilidad.

Sintió un fuerte dolor que le acalambró los huesos, castañeó los dientes y vocifero, maldiciones endemoniadas mirando de un lado a otro.

 Tomó su vientre intentando que eso parara, pero los gritos que le pedían pujar seguían allí atormentándola...

Buscó con la mirada llena de lágrimas a su esposo, al hombre que estaba ahí con ella esperando, pero estaba sola de nuevo. Esa soledad caló en el alma como una pesada piedra hundiéndose en el mar. Sintió ahogarse por su propio llanto.

—¡Basta! —gritó Marián con todas sus fuerzas, sintió un vacío inmediato y su abdomen ya no estaba abultado. —Mi hija... ¿Dónde está mi hija?

Intentó observar su alrededor, pero no recibía ninguna palabra ni el llanto de su bebé. Un murmullo se hizo presente llegando al grado de ensordecerla.

Miró como envolvieron un delicado cuerpo en una sábana blanca, su pequeña mano quedo expuesta, sin embargo, no la acercaron ella. Una enfermera caminó con la bebé entre sus brazos alejándola...

—¡Quiero a mi bebé! —exclamó con la garganta ardiendo. Intentó ponerse de pie, pese al dolor punzante. Observó a André que no hacía nada por ella ni por su hija y el dolor se volvió insoportable.

Pataleó, golpeó a médicos, enfermeras, a todos los que intentaron detenerla. Solo quería tener a su hija en sus brazos, solo un momento.

Un momento para besar sus manitas diminutas...

Un instante para despedirse de su mayor ilusión...

Únicamente quería sentir a su hija...

 

 

Marián abrió los ojos y observó el techo de su habitación cundida en sudor, el cabello se arremolinaba y se pegaba a su piel. El mal sabor de boca le produjo asco inmediatamente.

Las botellas a su alrededor le recordaban todo lo que había bebido, el vodka se volvió adictivo desde ese día y a veces era un bálsamo que le ayudaba a conciliar el sueño, pero siempre despertaba igual, cinco años han pasado desde ese fatídico día, sin embargo, para Marián eran igual todos los días.

Su celular sonó en algún lugar, volteó por toda la habitación, su departamento era un desastre, las cosas se amontonaban por todos lados, la ropa, las cajas de comida que compraba cuando llegaba a tener hambre. Marián no era ni el rastro de la mujer que alguna vez fue, no había esa mirada jovial, ni el encanto de su sonrisa.

Su cabello castaño había perdido el brillo, su cuerpo permanecía oculto entre la ropa holgada y sus pocas ganas de mostrarse al mundo. Con un trabajo de medio tiempo en una gasolinera, la mujer que alguna vez tuvo el sueño de ser maestra y tener su propia escuela no quedaba nada.

A veces sentía que esa faceta fue siempre una mentira. Tenía préstamos saturando su vida, la demanda que interpuso ante el hospital y a su exesposo, no llegaba a nada y ese dinero perdido simplemente caía en un bote de basura para jamás volver.

Pero cuando se casó con André Vidal nunca creyó que ese hombre amoroso podría volverse un ser tan cruel. El divorcio fue un desastre, la acusó de locura y de negligente, sin embargo, quien no se volvería loca después de perder a su hija y no permitirle despedirse de ella.

Marián cayó en un odio imparable, pero que con el paso de los años se volvió una tristeza profunda que le ha quitado las ganas de vivir. Ciertamente, se seguía preguntando por qué estaba viva.

—Quien... —contestó su celular en el quinto sonido, lo halló debajo de un puñado de ropa que se quitó la noche anterior.

—Marián, cariño estuviste bebiendo.

—Clara, por favor... —dijo de mal humor.

—Hermanita, me preocupo por ti, además que hoy... —Marián contuvo el aliento al descubrir que día era.

Había cosas que jamás en su vida se perdonaría y una de ellas era haber dejado a su abuela sola por tanto tiempo, encerrada en su propio dolor, no se percató que su adorable Oma estaba pasando por una enfermedad tan delicada, el cáncer la consumió en un año. Clara le llamaba para recordarle la lectura del testamento, Marián no deseaba aparecer frente a su familia.

Tal vez era la vergüenza que sentía o la rabia por fallarle a Oma, lo que no la dejaba hacerlo.

—Estoy bien, iré a trabajar mi turno normal. Dile a mamá que estoy bien —contestó secamente.




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