La Mujer del Alfa

2- André

El turno de Marián terminó medía hora después de su horario habitual por culpa de su compañera que no llegó a tiempo. Desde que el abogado de su abuela le entregó esa carta la dejó intranquila y solo quería regresar a su departamento para beber y olvidar. Se negó, le aseguro al licenciado que no iría, aunque él le insistió en cumplir con la última voluntad de Oma, ella simplemente le repitió su negativa.

¿Qué iba a hacer del otro lado del mundo? Ni siquiera estando en el lugar donde creció tenía estabilidad, además estando tan lejos no podría ir a ver a su pequeña al panteón. Cada día veinticinco de cada mes estaba allí. Abril hubiera sido el mes de su cumpleaños y en ese año cumpliría cinco.

Oma logró que le dijeran en donde estaba sepultada, porque hasta eso le habían negado, André convenció a su madre por su bien. Cada vez que recordaba esa frase una furia crecía en su interior, por su bien, todo lo hicieron por su bien.

André había sido el novio perfecto, el que en la primera cita la deslumbró con flores, una cena maravillosa y una interesante declaración.

—No puedes esperar menos de un hombre, Marián, te mereces el mundo entero a tus pies.

Jamás se imaginó que detrás de ese traje caro, esa sonrisa y su atractivo existiría un hombre narcisista. Uno que la llevó a la locura.

Desesperada entró a una de las tiendas más cercanas, necesitaba beber algo que calmara esa ansiedad que poco a poco tomaba su cuerpo. Había agarrado la manía de mover mucho sus dedos y tronarlos entre ellos apretando en puño, un tic que se quedó en ella. Agarró una de las botellas más grandes, la llevó al mostrador para pagar.

—Estará buena la fiesta —bromeó el cajero, Marián no contestó.

Salió con la botella envuelta en papel y en una bolsa de plástico. Su departamento quedaba muy lejos de esa zona, tenía que tomar transporte a cinco cuadras, así que no soportaría estar sin una gota de alcohol, ya no podía más, abrió la botella sin sacarla de su envoltura y bebió de un solo trago, lo que pudo pasar.

Siempre caminaba sobre una de las avenidas principales y observaba a las personas como llevaban sus vidas cotidianas con naturalidad. Los grupos de amigas platicando y riéndose, las parejas tomadas de la mano. Y a veces se reflejaba en todos ellos, porque así fue su vida antes de perder a su hija.

Marián tenía todo para ser el ejemplo perfecto de una vida soñada, la mejor en la escuela, el orgullo de su padre, la hermana comprometida. Una persona de alta calidad, si alguien la llegaba a ver en ese estado, jamás la reconocería.

Siguió bebiendo mientras caminaba, al ser de noche los clubes y restaurantes se atiborraban de personas llenas de felicidad, o por lo menos sus rostros y carcajadas le dejaban eso claro.

Para Marián no importaba su alrededor, el efecto del alcohol había hecho su cometido, ese bálsamo que rompía cada una de las células de su cuerpo, que las embriagaba para formar una barrera, porque el dolor no se iba, claro que no, seguía allí carcomiendo, pero poco a poco se escuchaba cada vez más lejos donde los demonios se remolinaban entre ellos comiéndose unos a otro. Ese era el interior de una mujer rota… vacía y harta.

Pensó en la carta de su abuela, deseaba recordar aquellos cuentos, a veces pensó que Oma era tan misteriosa como buena. Tenía la peculiariedad de mirar siempre con optimismo la vida. Dolió recordarla, fue como una daga clavándose en su corazón. Pero no podía ir a Noruega... y eso le dolió más, de nuevo le falló a Oma. 

Detuvo sus pasos abruptamente cuando reconoció del otro lado de la calle a quien fue su esposo. El divorcio había sido un caos, André no quiso firmar los papeles durante años, y precisamente Marián era libre hace seis meses, uno de los abogados de él agilizó el proceso, lo que a ella le costó en años, en un abrir y cerrar de ojos él lo consiguió.

No había esperado toparse con André en esa zona, aunque era una de las avenidas principales, las probabilidades siempre fueron mínimas. Marián decidió dejar pasar ese desafortunado encuentro, pero antes de alejar su vista de él, notó a una mujer detrás, llevaba un hermoso vestido blanco, no fue la belleza lo que la impactó o su parecido a ella, otra cosa que descubrió al separarse de ese hombre fue que sus exparejas eran parecidas, cabello castaño oscuro largo, piel cálida, de compleción delgada, todas mostrando una dulzura e inocencia.

Pero nada de eso sorprendía a Marián, no después de haberse dado cuenta de todas sus mentiras, lo que golpeó su estómago y generó un mal sabor de boca inmediato, fue darse cuenta del vientre abultado debajo de ese vestido, estaba embarazada, André iba a ser padre.

No podía ser verdad, ese hombre estaba haciendo su vida con tanta normalidad y ella vivía en el infierno mismo por su culpa. Algo se encendió dentro de ella, aquella furia que la llevó a atacar al doctor que la atendió, amenazar al abogado de André, esa misma que la hizo maldecir a todos los presentes el día del funeral de su hija.

Claro, la misma que hizo que la tacharan de loca y que las palabras de André tuvieran el peso suficiente para que todo mundo le diera la espalda para dejarla en ese hospital psiquiátrico donde solo la mantuvieron sedada y muerta en vida.

La oscuridad le sirvió de un escondite perfecto donde los pudo observar mientras él se comportaba como el caballero que decía ser. Porque era un hombre ideal, André Vidal, pero también un demonio cubierto de piel de cordero.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.