Corrió con todas sus fuerzas, avanzó entre las calles como alma que lleva el diablo, sus pasos no eran seguros debido al alcohol, pero sus ganas por alejarse eran más fuertes. No pensó en hacerle daño a André, jamás fue algo que estuviera en sus planes pese a los malos momentos que vivió a su lado.
Toda la rabia que alguna vez sintió se volvió una tristeza pesada en su interior, una que no la dejaba mirar el sol con la misma alegría o disfrutar de las cosas pequeñas que la hacían feliz, el beber una taza de té mientras leía o comer un chocolate después de un día pesado.
Marián era una mujer sencilla en sus gustos, era plena con tan pocas cosas, tal vez eso la hizo débil ante un hombre como André Vidal. Se reprochó muchas veces, se dijo a sí misma que todo lo que vivió a su lado fue su culpa por permitirlo, sin embargo, en esos momentos no fue capaz de percatarse de la maldad escondida dentro de un hombre como él.
En realidad nadie se dio cuenta, hasta ese día ella era la loca, la que perdió a su hija por negligente y la que le hacía el matrimonio difícil a su esposo por sus cambios de humor y su constante acoso.
Marián tuvo que detenerse para tomar aire, las ganas de vomitar llegaron de golpe, llevó las manos a su boca, apretó sus cachetes para que estas pasaran, aunque dejara salir todo su interior, lo único que botaría de su cuerpo serían las papás fritas del desayuno si es que se le podía llamar de esa manera a la poca cantidad que ingirió.
Tomó aire con fuerza varias veces, pegó su cuerpo a la pared ocultándose. Miró de un lado a otro y nadie venía detrás de ella, no sabía cuantas cuadras había avanzado ni mucho menos en que dirección, estaba confundida.
Cuando el asco dejó su cuerpo se incorporó para seguir caminando. La lucidez viajó a mil por hora recordándole la realidad. Tal vez había matado a André y ella sería buscada, encontrada y encerrada. Y si él estaba con vida, el destino sería el mismo.
Se puso en cuclillas intentando procesar lo sucedido. De nuevo había quedado expuesta como una mujer mentalmente inestable, en el psiquiátrico se lo advirtieron, los abogados también y Oma…
—No puedes darle armas que pueda usar contra ti, debes ser fuerte y más inteligente que él.
Ese consejo se lo había pasado de largo por tanto tiempo y ahora lo recordaba en un momento así. No podía acudir a su madre, ni a su hermana porque Clara obedecía en todo a quien las trajo al mundo, pese a ser la mayor se dejaba guiar por las reglas de Martha.
Aparte de Oma la única persona que podía ayudarla también estaba muerto, su padre jamás hubiera permitido que terminara en las manos de André, de eso estaba tan segura y muchas veces después de terminar en el suelo pedía por su papá, deseaba que viniera por ella, que la llevara lejos, que la salvara del dolor, porque solo él podía hacerlo.
Palmeó su rostro y se puso de pie para ir a su departamento, refugiarse para poder reflexionar con calma. Observó a su alrededor por una última vez y al notarse sola caminó tranquilamente para no levantar sospechas, aunque su corazón estuviera latiendo con fuerza en su interior.
Decidió en no ir por la misma ruta de siempre a su departamento, porque debía regresarse dos cuadras y no iba a hacerlo, aunque tardaría más en llegar, no importaba, el solamente pensar en André la ponía nerviosa. Tal vez la estarían buscando en los alrededores, y no correría el riesgo en ese momento.
Se sintió mal huir de esa forma, como si fuera la peor persona del mundo, como si lo que hizo hubiera estado predeterminado, pero no fue su culpa, André la acorraló y su cuerpo reaccionó. Marián ya no era la misma mujer de antes que esperaba ser atacada por su esposo con la cabeza baja suplicando porque se detuviera. Tal vez fue el coraje retenido en su interior el que le dio la fuerza suficiente para patearlo de esa manera.
Era muy noche y su departamento estaba solo a una cuadra después de haber caminado desde donde el camión la dejó, todo el camino estuvo sintiéndose asechada, intranquila, mirando de un lado a otro, observando a las personas que subían y bajaban del transporte, en la calle fue lo mismo, al mínimo ruido saltaba asustada.
La creciente necesidad de beber algo también estaba haciendo de las suyas, detuvo sus pasos en seco cuando descubrió a la policía fuera del edificio de su departamento. No podía llegar a su único lugar seguro. Entonces lo había matado, no tenía otra explicación para que la policía estuviera allí.
Reconoció al abogado de André, un hombre de igual manera pedante y cruel. La había asechado desde que Marián lo acuso de misógino, pero es que cada una de sus palabras hacia ella poseían un tinte de asco que nunca logró entender. Ni sus lágrimas conmovieron a ese abogado, simplemente fue implacable con sus determinaciones para dejarla sin un centavo. Porque no era merecedora de nada.
—Lo único que tenías que hacer era parir, y ni siquiera lo pudiste hacer bien. Mi cliente debería ser compensado por casarse con una mujer inservible.
Aquellas palabras la carcomieron por dentro, fue un susurro para provocarla frente al juez quien prefirió estar atento a su celular mientras conciliaban la separación, lo golpeó en el rostro, fue una cachetada llena de dolor, pero que nadie supo el detrás y la acusaron de desacato.
—¡Es ella!