La Mujer del Alfa

4-Rane

Lo más difícil de haber tomado esa decisión fue decir adiós a la única vida que conocía.  Marián se sentó en el asiento del vehículo con las piernas contraídas. Le quitaron las esposas y, aun así, siguió sintiéndose atada, sometida. Así como André la hizo sentir tantas veces…

El abogado de Oma no le dijo ninguna otra palabra, le aseguró que a partir de ese momento tenía que dejarle todo en sus manos.

—Perdió su oportunidad de elegir, de discutir y sobre todo de negarte. Hizo lo que su abuela más temía… caer.

Aquellas palabras calaron en el fondo de su corazón, o donde debía estarlo. Tenía razón, muchas veces Oma intentó hablar con ella de eso.

—Marián, tengo miedo de que llegué el día que no pueda hacer nada por ti, que ese coraje y dolor te lleven a lo más profundo. Que realmente cometas una locura…

Hizo como si no la hubiera escuchado antes de azotar la puerta, esa fue la última vez que hablaron, antes de la enfermedad de Oma, después simplemente el cáncer consumió a su abuela y perdió…

Marián comenzó a llorar contra el asiento del carro, estaba allí, donde Oma siempre temió, en el fondo, en lo más profundo donde la luz no entraba. Le dolía la cabeza, entre el temor y la cruda por el alcohol la estaban matando.

El abogado no hizo nada, lanzó un pañuelo cerca de ella, fue todo. Lo tomó entre sus manos y limpió sus lágrimas, se enderezó en su lugar y acomodó su cabello que era un desastre.

—Llegaremos al aeropuerto, esté es un viaje privado, pero debemos hacer el papeleo.

—No tengo mi pasaporte —dijo Marián después de escucharlo.

—En el sobre que puede ver frente a usted, detrás del asiento, dentro viene tu documentación. Junto a otra carta de su abuela, esa debe abrirla hasta que esté instalada.

—Oma pensó en todo —murmuró mientras obtenía sus documentos —. No llevo maleta, ninguna pertenencia…

—No creo que tenga algo de valor en ese desastre —dijo refiriéndose a su departamento. Marián no contestó nada, era verdad, había dejado tanto su vida que nadie supondría en el estado que vivía allí —. En la propiedad podrá encontrar ropa de su abuela, la casa está amueblada, en realidad no sé en qué tan buen estado esté todo, pero algo se podrá salvar. Tiene que aceptar, señorita Hernández, que cualquier cosa será mejor que aquí…

—Mejor que aquí —pronunció levemente observando por la ventana el aeropuerto. Su estómago se contrajo de solo asimilar que estaba por dejar todo atrás.

No hubo tiempo de reflexionar en otra cosa cuando descendió de ese auto, los sucesos fueron ocurriendo con premura, el abogado permaneció junto a ella en todo momento.

Marián comenzó a prestarle atención al abogado de su abuela, era un hombre joven, cabello negro y ojos azules profundos. Solucionaba las cosas que se detenían con una sonrisa que volvía a las administrativas eficientes. Tenía ese encanto, de eso estaba segura la castaña, sin embargo, no era algo que la provocara.

A veces se cuestionaba duramente si alguna vez le volvería a interesar un hombre, si desearlo físicamente sería tan fácil o en el último de los casos amarlo plenamente. Enamorarse estaba lejos de Marián, volver a confiar en alguien eso jamás sería posible, entonces prefirió dejar de pensar en eso.

Enterró a la mujer en lo más profundo, detrás de esas ojeras, de ese cuerpo falto de cuidado, sabía que había bajado mucho de peso, pero mirarse en el espejo ya no era parte de su rutina.

—Volemos —dijo Sebastián entregándole su boleto —. El vuelo será de unas diecisiete horas, tendrá tiempo de dormir, el clima no es tan helado, pasaron lo peor en enero, febrero es más misericordioso con los nuevos, la temperatura ronda en los menos siete o menos nueve si es un día muy frío, pero un día normal menos uno.

—Perfecto, moriré de pulmonía —contestó tomando el boleto.

—Eso, o un lobo te comerá —afirmó con una sonrisa en sus labios. Marián arrugó la mirada, era acaso eso una broma, una de muy mal gusto.

—Seguro que es mi mejor opción, en este momento, la cárcel está comenzando a verse más piadosa —murmuró Marián.

—Solo cumplo la voluntad de su abuela.

Aquello no le contestó a Marián, al contrario, la dejaba con más dudas. Pero ya estaba allí. El vuelo fue lo más difícil, permanecer tanto tiempo encerrada sin poder beber.

A cierta hora, cuando su cuerpo ya no soportaba los espasmos de la desintoxicación, Sebastián acercó una botella de vodka, una pequeñita. La dejó entre sus manos…

—Será lo único que recibirás de mí, el vuelo será un infierno para usted en ese estado —pronunció el abogado duramente.

Realmente había llegado a ese estado donde la necesidad del alcohol la descomponía. Se sintió patética después de beber el primer trago.

Pero Sebastián había tenido razón, aquel líquido hizo más pasajero el viaje. Durmió, por cuanto tiempo no lo supo, sin embargo, cuando la despertaron estaban por descender. Estaba hecho, había cruzado al otro lado del mundo.

Llegaron a un aeropuerto muy diferente a lo que imaginó, el lugar estaba despejado y solo. No era una ciudad, ni un pueblo, únicamente había un paisaje oscuro por la noche.




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