La Mujer del Alfa

6-Carta

Marián estuvo atenta a la conversación que se suscitaba afuera, aunque estuviera dentro del vehículo no quería perderse de ningún detalle. El semblante de Rane cambió en segundos, tensó los hombros y miró a la nada por unos minutos.

—¿Eso cuando ha pasado? —cuestionó incrédulo.

—Hace tres años —murmuró Galt.

—Y nadie pensaba decírmelo —dijo con un sentimiento amargo.

—Como lo íbamos a hacer si tú pusiste tierra de por medio a este lugar —contestó el mayor —. Te fuiste de acá hace tanto tiempo, tenían dieciocho cuando huiste de tu manada.

—Mi padre me corrió —pronunció llevándose las manos al rostro y limpiándose su boca, estaba furioso.

—Él se arrepintió cada día —aseguró Galt.

—¿Qué fue lo que pasó? —cuestionó herido al escuchar esas palabras de Galt.

—Es largo de contar y no es el sitio, además que aún no sabemos que haremos con esa humana —señaló el vehículo donde Marián seguía esperando con recelo.

—Te he dicho que es nieta de Oma y su heredera, así que por derecho le tocan esas tierras y ustedes no se lo pueden impedir —recompuso la postura volviéndose el abogado que era.

—Y te repito que los humanos no son bienvenidos…

—¡Pero acá viven humanos! —interrumpió Rane exaltado por semejante estupidez. Había crecido junto a ellos.

—No más, todos fueron desterrados —murmuró Galt, parecía que había tristeza en sus palabras.

—Me estés diciendo que dejaron desamparados a familias enteras, ¿quién ordenó eso?

—Tu hermano.

Aquellas palabras estallaron en Rane. Dio un paso atrás confundido, Markus su padre había sido un líder justo y sobre todo benevolente con quienes le ayudaron alguna vez. Jon el esposo de Oma fue uno de ellos junto a sus padres, quien recibió no solo un espacio de tierra para vivir junto a su familia, se había hecho amigo inseparable desde la infancia de Markus, no entendía un carajo.

Aunque sus motivos para salir de grønn skog fueron personales e indiscutibles, jamás puso en duda la honradez de los actos de su padre.

—Ella no sabe de nuestra existencia —aclaró Rane —. La llevaré a su propiedad y después hablaremos. Necesito entender que pasó aquí. ¿Dónde está mi hermano?

—En las montañas…

—Quiero hablar con él, necesito decirle de la presencia de Marián —declaró regresando al vehículo.

—Rane, él no lo tomará bien, por la seguridad de esa humana debes sacarla de aquí.

—No tiene nada más… únicamente le queda grønn skog.

Galt suspiró pesadamente cuando lo vio subir al vehículo y avanzar. Las cosas iban a complicarse en cualquier momento, tenían que ser rápidos para evitar un accidente.

—¿Está todo bien? —cuestionó Marián mientras avanzaban.

—Como te dije, las cosas han cambiado por acá, necesito hablar con ellos y saber que es lo que ocurrió. Puedes esperarme en tu nueva casa, aún nos quedan tres horas de luz.

—Pero no es tan tarde dijo mirando el cielo.

—En invierno las horas de sol son pocas, la oscuridad prevalece y aunque ahora se pueda apreciar un poco de sol, hay días que no lo podemos ver.

—Rane…

—Llegamos, está lejos de las demás casas, pero en auto el camino es corto —señaló hacia enfrente.

Marián observó donde él señalaba y por un momento sintió que el cuerpo se le entumecía. Un vuelco en su estómago amagó todos los malos recuerdos. El paisaje no era otro que el mismo que Oma mandó pintar en la tumba de su Emma.

Los árboles eran inmensos y el verde resplandecía a detalle en los troncos. La casa, la pintoresca casa se envolvía en unas enredaderas frondosas que ahora permanecían cubiertas de nieve, se notaba que no la habían limpiado y esta se fue acumulando. Era de un solo piso, de madera con ventanas pequeñas y acogedoras.

—Es una casa de cuentos —afirmó Marián envuelta en esa nostalgia que solamente Oma la hacía sentir.

Se notaba que estaba deteriorada por los años y el clima, sin embargo, no perdía ese encanto mágico. Marián olvidó todo lo que había pasado en el trayecto, la desesperación golpeó su cuerpo, quería bajar y conocerla por dentro, sin embargo, aún debían terminar el camino a cuesta, rodear para poder acceder al frente de la casa.

—La casita de Oma, así la conocíamos todos, siempre olía a galletas —dijo Rane.

—Las galletas eran su especialidad, las de chispas de chocolate —contestó sin dejar de ver por la ventana.

Rane por primera vez miró esos ojos de Marián llenos de vida, había un brillo en ellos que no se comparaba al primer encuentro. Su cuerpo estuvo retraído sobre sí mismo, los hombros tensos y forzados como un caparazón, y sus orbes de color miel faltos de luz.

Descendieron del auto, Marián no dudo en avanzar al pequeño porche donde dos sillas se acomodaban, un tapete y la entrada principal. Un letrero que aseguraba que era la casa de Oma. Dos girasoles se tallaban sobre la madera, sus flores favoritas.




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