Acompañada de su caballo, Mérida se dirigió a los pantanos de Morva, además de ropa y provisiones, llevaba consigo joyas, dinero, armas y otras cosas de valor, que esperaba, aceptaran las brujas a cambio de su magia. Durante dos días, Mérida cabalgó deteniéndose únicamente para comer o para que el caballo descansara, continuó así hasta que finalmente llegó a Morva, entonces solo debía continuar hasta encontrarse con una cabaña o cualquier lugar en donde podrían vivir las tres brujas (aunque no tuvo que caminar mucho para encontrar dicha cabaña).
– Es aquí, tiene que ser -Mérida llamó a la puerta, pero nadie contestó así que entró y comenzó a buscar a las brujas-, hola, disculpen, ¿Hay alguien aquí? Mi nombre es Mérida y quisiera que me ayudaran con una cosa ¿Hola? –Dijo Mérida mientras merodeaba por la cabaña.
– ¡Ah! ¡Intrusa! ¡Intrusa! –Gritó una de las brujas, (Orvina), un gran viento comenzó a soplar cuando volvieron a casa.
– No es educado entrar a la casa de alguien más sin su permiso. –Dijo otra bruja (Ondina), las tres brujas estaban detrás de Mérida, pero tan pronto como las escuché, se volteó.
– No fue mi intención. –Dijo Mérida.
– ¿Quién eres? –Preguntó otra bruja (Olguina).
– Soy... Mérida, yo soy... soy una.... –Dijo Mérida.
– Una princesa, lo sabemos. –Dijo Ondina.
– Se nota por cómo estás vestida. –Dijo Olguina.
– ¿Qué es lo que quieres? –Preguntó Orvina.
– Hay una persona que amo, pero ella se casó con alguien más y quiero saber qué habría pasado si me le hubiera declarado primero ¿Pueden ayudarme con eso? –Preguntó Mérida, las brujas se miraron entre ellas.
– Sí, un hechizo como ese no es problema para nosotras. –Dijo Ondina.
– Pero no entiendo por qué quieres saber eso, es posible que solo te deprima o te haga sentir miserable. –Dijo Olguina.
– Yo no entiendo por qué deberíamos hacerlo. –Dijo Orvina.
– Es cierto, nada es gratis niña ¿Qué nos ofreces a cambio? –Preguntó Ondina.
– Tengo instrumentos musicales. –Dijo Mérida.
– No nos interesa la música. –Dijo Olguina.
– Tengo deliciosa comida y vino cuyo sabor solo es conocido por reyes. –Dijo Mérida.
– Preferimos los sapos. –Dijo Orvina.
– Tengo oro. –Dijo Mérida.
– No somos codiciosas, además mira a tu alrededor ¿Qué haríamos con eso? –Dijo Ondina.
– Sólo... me quedan las joyas y vestidos. –Dijo Mérida.
– ¡Hecho! –Dijo Orvina.
– Hace siglos que no tenemos ropa nueva, de hecho solo tenemos los vestidos que tenemos puestos. –Dijo Olguina.
– Y con joyas nos veríamos mejor. –Dijo Orvina.
– ¿Entonces es un trato? –Preguntó Mérida.
– ¡De acuerdo! ¡Aceptamos los vestidos y las joyas! –Dijo Ondina, Mérida mostró todas las joyas y vestidos que tenía y la bruja los desapareció.
– ¿Y qué sigue? –Preguntó Mérida.
– Tú sólo quédate ahí y no estorbes. –Dijo Ondina apareciendo un gran caldero.
En ese momento las tres brujas comenzaron a buscar por toda su cabaña un sinfín de ingredientes extraños que comenzaron a agregar al caldero uno por uno cuando el agua hirvió. Mérida no pudo reconocer ninguno de los ingredientes que ellas usaron, excepto una pequeña mariposa que fue el ingrediente final e hizo que el brebaje se volviera rosa (era verde).
– Ya está lista. –Dijo Ondina.
– ¿Ahora qué hago? ¿La bebo? –Preguntó Mérida.
– No, tienes que meter tu cabeza ahí. –Dijo Olguina señalando al caldero.
– ¿Ahí? –Preguntó Mérida, ella no tenía muchas ganas de sumergir su cabeza en el caldero, después de todo el agua estaba hirviendo.
– Sí, ahí. –Dijo Ondina.
– Ahí. –Dijo Mérida.
– ¡Qué no te salga lo princesa ahora y sumerge la cabeza! –Dijo Orvina tratando de meter la cabeza de Mérida al caldero a la fuerza, pero ella se resistió.
– ¡Está bien, está bien, lo haré, suéltame! -la soltó- que rudeza, ¿Dedo tomar aire primero? –Preguntó Mérida.
– Si quieres, pero no es necesario, solo concéntrate en lo que quieres ver cuando sumerjas la cabeza. –Dijo Ondina.
– Muy bien, aquí voy. –Dijo Mérida y metió la cabeza al caldero, una vez adentro no sintió el calor del agua ni la necesidad de respirar, sólo se concentró en ver lo que quería.
La poción en el caldero la llevó a un día en Arendelle, cuando Clarice y Elsa aun no estaban juntas, más exactamente, un día antes de que Elsa se declarará. En la visión, ella y Clarice estaban a solas en uno de sus paseos diarios, Mérida estaba algo nerviosa pero decidida:
– ¿Te sientes bien? –Preguntó Clarice al notar que Mérida estaba muy callada; mientras tanto, la Mérida real pensaba: "recuerdo esto, ese día... había decidido decirle a Clarice la verdad, pero al final...... no pude hacerlo".
– Clarice... yo.... –Dijo Mérida.