La muñeca del rey [+21]

Capítulo IV

—¿Mamá te ha castigado? —aquella voz me agarra de improviso y subo la cabeza hasta ver a Rui a un lado de la puerta, «se supone que no debe estar acá» medito, pero ese pequeño diablito es fácil perderse de vista.

—Algo así, Rui —digo y empiezo a colocar las flores para la corona con odio—. Solo debo terminar este odioso encargo.

—Rui quiere ayudar —menciona emocionado, dejando que la puerta se cierre de golpe y corre hasta la cama para subirse, aplastando algunas flores por su peso.

Dejo a un lado la corona y coloco toda la atención en mi hermano, lo sostengo y lo coloco en mis piernas.

—A ver, Rui —le quito una flor que agarro entre sus manitos—, aun eres muy joven para ayudarme con la decoración de la corona.

—Solo es colocar flores en aquel coso —señala las ramas que hice para formar un circulo casi redondo—, no es tan difícil y tampoco soy tan pequeño, solo tengo tres.

—Uf, eso es ser muy pequeño —resoplo, luego bajo mis dedos hasta la barriga de Rui y empiezo a hacerle cosquillas, a los segundos su cuerpo se está retorciendo y riendo al mismo tiempo.

Me detengo al ver que el rostro de Rui agarra un tono rojo, él suelta las últimas risas y lo acomodo mejor en mis piernas. Lo abrazo sin tanta fuerza, escuchando cada una de sus respiraciones, de cómo va volviendo a la normalidad.

—¿Quieres más de la araña cosquillas?

—No —pero su respuesta viene con una risa—, no, no, no.

—Venga entonces, tengo que terminar dos coronas para la señora Tellería —y no pudo sonar peor al pronunciar su apellido—, no queremos que mamá quede mal.

—¡Déjame ayudarte! —exclama.

—No, solo puedes ver ¿vale?

Rui hace un puchero, acerco mi dedo del medio a su frente y le golpeo con suavidad.

—Vamos quita ese rostro, después cuando tengas cinco años te quejarás de los trabajos que mamá te mandará hacer.

—No lo haré.

Sonrío con ternura.

—Sé que no lo harás.

Tardo más de lo pensado en las dos coronas, pero es terminado a tiempo al oír a mamá gritar para cenar; Rui es el primero en huir de la habitación, cojo los dos florales y salgo de la habitación.

—Ya terminé mi castigo —menciono al enseñarle las coronas ya listas.

—Oh, ahí tienes más —señala a una esquina una cesta de ramas y flores, gimo antes aquel caos—. Debes hacer cinco más.

—Disculpa mamá, no tuve que haber salido de casa sabiendo la situación que corre una niña a mi edad —trago—, pero no me castigues con esto, prefiero que me pegues con una regla.

Caster se encarga de poner cuatro platos en la mesa mientras Rui le pisa los talones para que lo cargue, al terminar de poner el último plato, este obedece a las necesidades de su hermanito y lo carga.

—Este es tu castigo por desobedecer mis reglas, Davina.

—Pero…

—Tú misma te lo buscaste, ahora acepta tu castigo —y con eso Flora me calla. Flora se acerca a la mesa con un plato más grande y hondo, donde contiene la comida.

Dejo las coronas a un lado sin que estas se dañen y me siento en la pequeña mesa; Caster se coloca a mi lado, mientras Rui y mamá están al frente. Nos agarramos de la mano y cerramos los ojos.

—Dios, bendice esta comida y perdónanos por los pecados cometidos en el día de hoy —habla Flora—. Perdóname por haber sido tan farisaica con la señora Tellería.

—Perdona por ser mentiroso, señor —habla Caster.

Suspiro.

—Pido perdón por haber roto una de las reglas más sagradas de mi madre.

—Diosito perdóname por haber entrado a la habitación cuando mi hermana está castigada —responde Rui con una voz tan angelical.

—Amen —finaliza nuestra madre y luego pronunciamos esa pequeña palabra, nos soltamos de las manos y empezamos a comer.

La mitad de la comida estuvimos casi en silencio, Rui a cada segundo preguntaba el nombre de dicha verdura como unas cien veces, agregando que le repetíamos la misma respuesta esas cien veces.

—Caster, mañana debes de levantarte temprano —anuncia Flora—, nos toca ir a la misa.

—Me lo imaginé —resopla Caster; él odia ir a las misas.

—Sin quejas —advierte mamá— y tú —se dirige a mí—, espero tener esas cinco coronas listas para mañana.

—No es justo.

—¿Qué no es justo, Davina?

—Este castigo, sabes cuánto odio hacer las coronas y me estas obligando a hacerlas solo porque me escapé por un rato.

—Esa escapada pudo hacerte la vida trizas, Davina; no eres una niña de cinco años, sabes lo que les suceda a las niñas de tu edad.

—Pero nadie me vio, nadie…

—Davina —y ella usa aquella voz, esa que se afinca en su garganta y hace que me envíe escalofríos—, ya te lo advertí antes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.