La muñeca del rey [+21]

Capítulo VI

Muchos rostros. Muchas cabelleras largas y con vestidos elegantes. Varias habitaciones largas y sin ningún hueco en los suelos o techos. Risas, varias risas entre mujeres y hombres. Y sangre, un charco enorme de sangre.

Me despierto sobresaltada ante aquella pesadilla, agarro aire con brusquedad y trato de buscar a Caster, al no conseguirlo al lado de siempre me giro y noto que no está, en cambio veo unos barrotes largos y gruesos lleno de sangre seca, bajo la vista y me encuentro con una base de metal y algo lisa; «pero qué…» no termino de formular las palabras, al escuchar un silbido particular, levantando la mirada.

Más allá de aquellos barrotes, se encuentra una mujer completamente desnuda mirándome con mucha atención; nos quedamos por unos segundos, sin apartar la vista, hasta que tomo la decisión de gatear hasta llegar a los barrotes y apoyar en ellos mis manos sin importar aquella sangre seca, la mujer no se hace ningún movimiento.

—¿Me puede ayudar? —pregunto y en eso siento mi garganta seca y dolorosa—. Yo… —pero en ese mismo instante algunos recuerdos me golpean, con aquella mujer resguardada en aquella…

—Jaula —habla la mujer y mi estómago se aprieta al saber que es ella—. Te supliqué por ayuda, te supliqué que me ayudaras.

Mi cuerpo se deja caer, sintiendo la fuerte estructura y pensando cómo aquella mujer moribunda con golpes y heridas, se encuentra de pies a una distancia. Arrimo mi cuerpo hacia atrás, sin perder de vista a la mujer.

—Ahora eres tú, la que está en una jaula —la voz de aquella mujer es dulce pero hay algo que la vuelve temerosa—. Y me pides ayudas…

—¿Cómo es posible? —pregunto al no creerme que ella esté ahí.

De repente la pierdo de vista, dejando solo un pequeño rastro de la nieve levantada y el silencio del bosque, muevo mi rostro por todos lados hasta sentir un jalón en la parte de mi cabello.

—Si estoy acá es solo porque la naturaleza tiene un mensaje para ti.

—Ay —me quejo al sentir que jala más fuerte.

—Por mí te puedes pudrir en el castillo, niña —masculla la mujer cerca de mi oreja—. Ellos te quieren con vida, pero cuidado con los pasos en falso, ya cometiste tu primer error.

Solo puedo escuchar mis quejidos mientras ella sigue jalando de mi cabello, dejando que sus palabras queden en un segundo plano para mi cabeza.

—Ah, y cuídate las espaldas. —Ese susurro lo logro escuchar muy bien.

—¡Davina! —Aquel llamado me hace despertar, meneo la cabeza al sentir un fuerte dolor apoderarse en la parte de atrás, trato de ponerme de pies pero alguien me sostiene en sus brazos. Dejo mi vista al frente donde se encuentra Caster, que de alguna manera logró soltarse del guardia que lo retenía, y Flora había agarrado una rama gruesa y golpea con ella al primer guardia que se le acercara. Los dos están siendo acorralados en la puerta de la casa y los guardias tienen sus espadas empuñadas, listos para atacar.

—No, ¡no! —Pero no trato de soltarme del guardia que me está alejando de la casa—. ¡Ya estoy aquí! ¡Dejen a mi familia en paz!

La poca fuerza que tengo, hago que mis manos se aferren a los brazos fuertes del guardia y trato de soltarme, haciendo fuerza de más para separarme de él.

—¡Davina! ¡No se la lleven, es mi única hija! —y aquel grito de Flora me deja helada, con falta de respirar, no había visto a mi madre de aquella forma y verla en esta situación, me está matando por dentro.

Mi cuerpo sale volando por un breve segundo y es golpeado con algo fuerte en la parte de atrás, suelto gemidos de dolor y al levantar la mirada, el guardia me está encerrando en la jaula de barrotes gruesos y llenos de sangre seca. Me deslizo hasta la puerta cerrada de la jaula y me quedo mirando la escena de mi familia.

Flora y Caster cierran la puerta de la casa, dejando que el guardia más cercano se acerque a esta y lo golpee con mucha fuerza, pero por algún motivos, está no se derrumba. Respiro con fuerza al sentir que los pulmones le faltan aire, escucho las maldiciones de los guardias al turnarse para derribar aquella puerta, que a simple vista es de una madera delgada y fácil de romper.

De repente siento como una aguja es atravesada en mi cabeza, gruño con fuerza al ver que el dolor va empeorando hasta que mi vista se nubla y mi cuerpo se siente pesado.

—Mi familia —murmuro al no querer derrumbarme.

—¡Ardan esta maldita casa! —Grita el capitán—. Y llévense a la niña al castillo del rey.

Aquellas palabras hacen que me olvide por un momento del dolor de cabeza y veo como aquellos hombres se dispersan, tres guardias se introducen por los bosques y cinco caminan hasta donde está la jaula y los caballos amarrados a uno de los troncos; dos de ellos se van a los caballos y en los pequeños bolsos sacan varios frascos largos con una sustancia negra en ellas; los tres guardias se me acercan, uno me sonríe y envía su cuerpo hacia adelante con brusquedad, me asusto y mi cuerpo se desliza hacia atrás, lejos de la puerta de aquella jaula.

Aparecen sus risas y se van hacia la parte de delante de la jaula, donde escucho y siento como suben a ella. Vuelvo mi vista hacia la casa y miro como los guardias empiezan a tirar aquellos frascos, dejando que la sustancia negra se esparza en esta. Uno de los tres guardias les habla a los caballos sonando el látigo, haciendo que la jaula se mueva con ella.




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