La musa de las coletas

La musa de las coletas

El Umbral del Sueño

Giovanni Ricci era, sin lugar a dudas, el escritor francés de origen italiano más exitoso en lo que al género del terror se refiere. Desde que su primera obra había roto los récords de ventas su nombre resonaba tanto en las librerías como en las mentes de quienes amaban lo tétrico y macabro.

Sin embargo lo que pocos sabían era que su inspiración, aquella chispa que lo había encumbrado, hacía meses que lo había abandonado. Este hecho constituía una verdadera tragedia para quien como él vivía de la literatura.

Desde entonces, el genial autor se encontraba en una espiral de autodestrucción. Cada noche, sentado frente al portátil, veía un abismo insondable que parecía agarrarlo del cuello para llevárselo a las profundidades del Tártaro. Para combatir aquel vacío habíase sumergido en una adicción que mantenía en secreto: la cocaína.

Las líneas blancas eran lo único que, según su entendimiento, lo mantenían cuerdo, atándolo a este mundo. Su día a día terminaba llenándose de sombras, relevadas al caer la noche por una complaciente destrucción de la carne y del espíritu. Evidentemente la cocaína no era la solución, ni siquiera un parche. Lo único que lograba era hundirse cada vez más en una nebulosa de ansiedad infinita.

Su mente, antes rebosante de ideas y horrores inenarrables, se convertía con cada amanecer en a un vasto campo yermo. Ya no cabían en su mente monstruos horripilantes, ni fantasmas de aquí o acullá recorriendo los largos pasillos de alguna mansión victoriana; ni siquiera un pobre diablo menor al que conjurar.

Los días pasaban y la presión crecía. Su editor lo llamaba insistentemente mientras que los fans exigían una nueva novela, presionando en las redes sociales. Para su desgracia no tenía nada que ofrecerles, ni a uno ni a los otros. Pronto al margen de la droga entró en su vida otro viejo conocido: el alcohol…

Una noche, tras esnifar lo que restaba de su suministro blanco y vaciada la botella, Giovanni se desplomó sobre el sofá del estudio, incapaz de pensar en nada que no fuese su estrepitoso fracaso. Vomitó hasta la primera papilla. El sueño lo envolvió con rapidez y pronto comenzó a soñar…

El Sueño Revelador

En su ensoñación, Giovanni caminaba por un campo neblinoso tan extenso que no lograba atisbar el final del mismo. El aire olía a tierra mojada y ceniza volcánica. La niebla lo circuncidaba de forma constante y opresiva. Fue extraño pero le pareció como si quisiera fundirse con él para crear una única entidad, aferrándose al suelo para jamás moverse de allí...

Tras caminar unas decenas de metros se detuvo, sobresaltado, frente a una figura desdibujada que emergía de la penumbra. No tenía cuerpo visible, nada más que una perturbadora silueta débilmente luminosa, sin forma definida. Aquella presencia estaba dotada de una voz gutural que emanaba de todas partes. No tardó en darle uso a lo que podría llamarse boca...

—¿Buscas inspiración? Giovanni Ricci —bramó el ser—. ¡Yo puedo dártela!

—¿Quién eres? —Inquirió el escritor, atemorizado a la par que intrigado.

—¿Acaso importa? Soy lo que necesitas y esto es lo único importante —dio por réplica—. Te ofrezco la idea perfecta. Será la historia más aterradora que jamás hayas escrito. No obstante como todo en la vida tiene un peaje…

Giovanni no lo dudó ni por un segundo. Su curiosidad inicial había pasado a ser tan grande que cayó en el mismo centro de su propio remolino de emociones, sin importarle ser engullido…

—¡Haré lo que sea! —Exclamó, alzando la voz—. ¡Lo que sea! Sólo quiero volver a sentirme vivo además me debo a mi público antes que a mí mismo…

El contrahecho se inclinó hacia él, dejando ver algo hasta ese momento imperceptible; una línea horizontal de ojos (por llamarlos así) que parecían quemar el aire que transitaba entre ambos.

—¡Espléndido! La inspiración vendrá en forma de niña de largas coletas. Ella será tu musa y a la vez tu tormento. Solo tienes que sobrevivir a la noche. Si logras ver el amanecer, la historia será tuya…

Antes de que Giovanni pudiera responder el sueño se desvaneció en una oscuridad abrumadora. Aturdido y desorientado se despertó…

La niña de las coletas

Su malestar era épico. La cabeza le estaba a punto de estallar, el corazón le golpeaba desde dentro del pecho como si tuviese dos puños de hierro y como no hay dos sin tres un constante hormigueo atacaba los dedos de sus manos y pies.

La habitación quedó sumida en la penumbra, apenas iluminada por el resplandor tenue de la luna filtrada a través de la persiana. Algunas inoportunas gotas de sudor persistían en su frente y sin venir a cuento acudió a su mente aquel verano, especialmente cálido, en la costa andaluza. Paulatinamente consiguió sosegar la respiración. Secó el sudor y el recuerdo voló lejos.

—Sólo fue un sueño —se dijo—. Sólo un sueño…

Entonces recibió cien golpes a mano abierta, sin violencia explícita pero igual de dolorosos dado su realismo. Una manifestación le erizó los pelos del cuerpo. Fue un escalofrío primigenio que no tardó en convertirse en sofoco. La temperatura se desplomó de tal manera que creyó dejar Andalucía por Siberia. No estaba solo…

Quedamente giró la cabeza hacia la esquina más lóbrega de la habitación. Allí una figura se erguía trabajosamente, tal cual goznes de hierro con décadas de óxido a sus espaldas. Finas líneas de luz cubrían parcialmente su cuerpo y parecía no sentarle nada bien…

Era marcadamente delgada, con brazos y piernas en demasía luengos para una niña de su edad. Dos coletas entrelazadas se alargaban hasta tocar el suelo. Vestía una indumentaria de época, totalmente negra, con el pie de la tela raído. Flecos y volantes hechos a mano se distribuían por la zona del cuello, puños, pecho y cintura.

Su rostro (si se podía denominar así) a pesar de quedar sellado bajo un velo, no impedía dejar ver (o intuir) una mirada que escudriñó el alma del escritor, sin dejar ni un solo resquicio al azar…




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