[Fecha desconocida]
Hundo el pie en el acelerador, logrando que el Ferrari derrape sobre el asfalto húmedo. La desesperación me hace respirar con dificultad y la enorme opresión que siento en el pecho amenaza con aplastarme el corazón. Los oídos me zumban, y aún así, soy capaz de escuchar con claridad sus sollozos a través del teléfono.
—¡Kat no cuelgues! ¡¿Me oyes?! ¡No cuelgues! —vocifero a la vez que giro el volante para adentrarme en la avenida principal.
Las venas de las manos se me marcan por la fuerza ejercida al aferrarme al volante y es que trato de mantenerme centrado para no estrellarme con algún poste. Rebaso los límites de velocidad, pero eso es lo que menos me importa ahora. Necesito llegar antes de que ocurra una tragedia.
La sangre se me hiela al escuchar un objeto estrellarse contra alguna pared y el chillido de Katherine me hace acelerar todavía más.
—Me va a matar, ¡Deimos, me va a matar! —grita ella desgarrándose la garganta y las primeras lágrimas empiezan a escurrirse por mis mejillas.
Percibo el terror en sus palabras, lo que incrementa mi exasperación al sopesar que esta noche puedo perderla.
No le pasará nada.
Me repito, porque si muere yo...
Estrello una de mis manos contra el volante. La fuerte lluvia hace contraste con la horrible situación y dificulta mi visión de la calzada pues el parabrisas no es de mucha ayuda. Parece que el puto cielo se va a caer y junto a él, mi vida.
Escucho como el engendro que se encuentra con ella no deja de vociferar un montón de improperios mientras Katherine le ruega que no le haga daño. Me pudre y encoleriza que todos estos años siempre haya sido lo mismo. Un ciclo de maltratos sin fin de los que nunca supe y pude evitar.
Rememoro la dirección de la casa, girando en las calles que son y tomando uno que otro atajo para llegar. La estructura vieja salta a la vista y freno en seco, dejando el Ferrari mal estacionado junto a la acera.
Con desesperación, rebusco el revólver que papá lleva siempre en la guantera, hallándolo segundos después. Salgo dando un portazo y la lluvia me empapa por completo al ser un aguacero torrencial.
Avanzo hacia la puerta principal a grandes zancadas, posicionando bien mi arma y con el corazón latiéndome desbocado por el miedo de lo que pueda encontrar.
Pierdo tiempo forcejeando con la perilla hasta que logro estropearla e ingreso con el revólver en alto.
La escena es desgarradora.
Katherine está de pie en una esquina de la sala. Tiene una enorme herida en el pómulo izquierdo y montón de hematomas en los brazos. Su menudo cuerpo tiembla preso de los espasmos por los sollozos y yo siento como si me estuvieran arrancando la piel a pedazos.
Aún sostiene el teléfono contra su oreja, negando con la cabeza desde que entré.
Mi objetivo se encuentra al otro extremo del salón. El maldito sostiene una glock con torpeza, sin dejar de apuntarle a su hija.
—¡¿En dónde está?! —cuestiona Clark desactivando el seguro de la glock, haciendo que Kat se hunda en su sitio. El que arrastre las palabras me demuestra que está borracho—. ¡¿En dónde está, bastarda de mierda?!
—No lo sé, solo se fue... —responde ella en un tono casi inteligible sin dejar de llorar.
Muero por dispararle al malnacido de Clark, pero un paso en falso podría costarle la vida a Katherine y ya dije que no puedo perderla. Ni siquiera debe considerarse como una posibilidad.
Le hago señas a Kat para que se acerque. Solo logra dar un paso cuando el monstruo de su padre lanza un disparo hacia la losa, dejándonos quietos hasta el punto de no respirar.
—¡No te muevas! ¡Y tú! —ahora apunta el arma en mi dirección. Katherine ahoga un jadeo con la mano y empieza a suplicarle que le dispare a ella—. ¡Lárgate que esto no te incumbe!
No me muevo del sitio ni dejo de apuntarle. Por ratos le dedico miradas fugaces a Kat para que se calle porque no deja de gritarle a su padre que le dispare y lo único que va a conseguir es que lo haga de verdad.
El pavor que siento me abruma. No logro pensar con claridad y ahora no sé cómo carajos voy a sacarnos de aquí sin que alguno termine con un disparo en la frente.
—¡Apúntame a mí! ¡Él no tiene nada que ver con esto! —vocifera batiendo los brazos y logra su cometido—. ¡¿Qué esperas?! ¡Dispárame y acaba con esto!
>>¡Haz lo que siempre quisiste, pero nunca pudiste por cobarde!
—¡Cierra la boca! —grito haciendo que se calle de golpe.
Está desesperada. Entiendo su miedo, pero sé que ella puede seguir adelante sin mí. En cambio yo, sin ella no soy nada.
—Resultaste más valiente que la puta de tu madre, aún así, seguirás revolcándote en tu miseria porque no eres más que una mojigata asquerosa —escupe sin pudor alguno y ella solo agacha la cabeza, confirmándome lo acostumbrada que está a aquellas palabras.
El monstruo ese sigue vociferando un montón de injurias y yo empiezo a sentir que el tiempo se me agota. Puedo ver como con cada palabra, Katherine se desmorona cual pila de bloques. Parte por parte, acabando con la inexistente esperanza que aún le quedaba.
—Kat, mírame —murmuro solo para los dos, intentando captar su atención por sobre los gritos de su padre—. Kat por favor.
Con lentitud, eleva la cabeza en mi dirección. La tormenta de sus ojos choca con los míos, desencadenando la usual rebelión entre mis demonios internos; los que aman con fervor y asesinan por pasión.
>>Cuando yo te lo diga, vas a salir de la casa. ¿Entiendes? No te preocupes por mí, tú solo vete —asiente no muy convencida y los tres pegamos un brinquito con el rayo que cae bastante cerca de la zona.
—¡Cállate! —grita Clarck antes de soltar un segundo disparo. Esta vez, hacia el suelo.
—¡Vamos idiota, dispárame y veamos quién es el que muere primero! —lo incito logrando que me apunte a la cabeza.