La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 1

Capítulo 1: "Sé mi musa".

[6 de septiembre del 2010, lunes]

*Katherine*

Qué vacío está todo.

Acomodo las asas de mi mochila y me paso las manos por el cabello. Los pasillos del instituto carecen de estudiantes. Cómo no, si he llegado antes de la hora impuesta.

No quise desayunar con mis padres y por ello madrugué. Gracias a todos los dioses de las hamburguesas que no les dio por levantarse temprano.

Saco el horario del bolsillo de mi falda para saber cuál es mi primera materia y empiezo a buscar el salón de clases. Debería estar saltando de alegría porque es mi último año, pero lo único que quiero es que el tiempo pase rápido y poder largarme a la universidad.

Con mi chico de cabellos dorados.

Es lo único que anhelo.

Encuentro el dichoso salón -que está vacío- y me voy hasta los últimos puestos. Dejo caer la mochila entre mis pies, ocasionando un golpe seco que retumba en la pálida habitación.

Me limito a observar la pizarra. La primera en llegar es la maestra, quien se sorprende al verme tan temprano. Digamos que tengo la fama de ser la chica que siempre llega tarde a clases.

Nunca es tarde para cambiar la rutina.

Acomodo las mangas del buzo y se me escapa un quejido al rozar la herida del brazo izquierdo. Los recuerdos de la noche anterior invaden mi mente cual ráfaga de viento y mi vista se nubla de inmediato. Me insto a tranquilizarme porque no quiero que se preocupe.

Los alumnos van llegando de a poco, algunos me saludan y otros simplemente me ignoran. No despego la vista de la entrada. Me paso las manos por el cabello cada dos por tres y reviso si no tengo alguna lagaña o moco, eso sería muy vergonzoso.

¿Por qué lo haces?, sabes que solo te ve como su mejor amiga.

Lo sé y no me importa. Mejor amiga, hermana, prima, vecina, lo que sea; lo quiero a mi lado porque se ha convertido en el oxígeno que necesito para respirar.

¿Está mal? Sí. Pero desgraciadamente es la única razón que me queda para aguantar un poco más.

Y entonces sucede.

Como todos los años.

Atraviesa la entrada, con una sonrisa de oreja a oreja, el uniforme bien puesto, el cabello rubio hasta los hombros y esos ojos marrones casi negros que derriten a cualquiera.

Suspiro.

—¿Cómo está la chica más guapa de Abalee? —canturrea antes de plantar un sonoro beso en mi mejilla.

Se deja caer en el puesto a mi lado izquierdo, dándole paso a Deneb que viene a saludarme.

—Hola Kat —besa mi frente y se siente a mi derecha.

Sí, soy la consentida de los gemelos Sallow.

Y eso no es todo. Deimos ha sido mi mejor amigo desde que empecé la secundaria, pero no lo veo así. Llevo todos estos años profundamente enamorada de él.

¿El sentimiento es mutuo? No. Y tampoco quiero averiguarlo.

Si se lo digo, las cosas se pondrán raras; y si las cosas se ponen raras, me dejará de hablar; y no puedo permitir que eso suceda.

Es lo único que me queda.

—¿Qué tal las vacaciones? —cuestiona el susodicho sacándome de mis dilemas internos.

—Bien, pero extrañé tocar el piano —hago un puchero y suelta una risita que me pone a delirar.

Es precioso.

—Tú y ese aburrido instrumento —rueda los ojos. Manoteo su hombro a la vez que me hago la ofendida.

—El aburrido serás tú —hace como que me arremeda y me aguanto la carcajada. Con él es imposible no reír.

La maestra empieza con la clase, trato de concentrarme, pero mi mente se va de viaje a cada nada y me quedo ida mientras observo un punto fijo.

Detesto eso. El año anterior estuve a punto de reprobar varias materias por la misma situación y no quiero que se repita.

—Oye Kat —susurra Deimos antes de codearme para ganar mi atención.

—¿Qué?

—Usa mis apuntes —me extiende su pequeño cuaderno de cuadros y asiento agradecida.

¿Qué haría yo sin este chico?

Las horas pasan, pongo todo mi esfuerzo en atender las clases, especialmente matemáticas. Odio los números.

Muevo mi pierna con nerviosismo y me fijo en el reloj del salón a cada instante. Necesito con urgencia la hora del recreo, más bien, necesito con urgencia visitar el salón de música.

El timbre es como música para mis oídos y salgo disparada del asiento no sin antes avisarle a los muchachos en donde estaré. Camino a paso rápido por los pasillos, tropiezo con uno que otro estudiante y me disculpo para continuar con mi desesperada búsqueda.

Ante mí aparecen las dos puertas corredizas que ocultan el objeto más preciado que me pudo dar la vida. Ingreso y mi vista se clava en el pequeño escenario antes de observar todos los instrumentos, y entonces lo veo.

El añejo piano de cola color negro, que reposa en el centro de la habitación.

Es como el amor a primera vista.

Camino hasta él y levanto la tapa con suma delicadeza, pasando las yemas de mis dedos por las teclas creando una débil melodía.

Siempre lo he tratado como un objeto invaluable, nunca tuve el dinero como para comprar uno, así que lo acogí como si fuera mío. Además, soy la única estudiante que lo utiliza.

Empiezo a entonar Claro de luna, de Claude Debussy. La melodía endulza mis oídos y cierro los ojos disfrutando de la sensación, mis dedos se mueven con agilidad sobre las teclas, sin equivocarme ni una sola vez.

Es como si el mundo desapareciera, solo somos yo y el instrumento encerrados en una burbuja de melancolía que me hace olvidar por pequeños instantes los problemas de la vida.

Okey, eso rimó.

Sonrío sin dejar de tocar la canción y mantengo el dedo sobre la tecla final, alargando la melodía. Me sobresalto al escuchar los aplausos que provienen de la puerta.



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Editado: 29.06.2022

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