La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 7

Capítulo 7: “Odio”.

[5 de octubre del 2010, martes]

*Katherine*

Arranco un trozo de papel del dispensador para secarme las manos y luego de hacer uso de este, lo desecho en el bote basura. Salgo del baño encontrándome a Deimos y Deneb, cada uno de pie a un costado de la puerta. Como si fueran mis guardaespaldas.

No me quejo. Ellos siempre me esperan. Cuando voy al baño, antes de entrar a clases, cuando salimos de clases, en la fila para el almuerzo, cuando tengo que ducharme luego de deportes, en todo. Casi pareciera que somos trillizos. Lo único que nos falta es vivir bajo el mismo techo, que yo me apellide Sallow Tolleman y claro, tenga el cabello rubio y los ojos de un café muy oscuro.

Ambos me ofrecen su brazo y no dudo en engancharme a ellos, empezando a caminar hacia el salón de clases pues quedan pocos minutos para que se acabe el descanso.

El día de ayer no estuve con ellos y parecen querer compensarlo con todo tipo de atenciones. Deimos me dijo que pasarían el fin de semana en Manchester por un asunto familiar y no llegarían a Abalee hasta el lunes por la tarde, así que mi única compañía en el almuerzo fue la parlanchina de Jade. No me molestó. Ella es muy dulce y amable, todo lo contrario a la amargada de Alya. Creo que por eso se complementan.

Los gemelos, para redimirse de haberme dejado “abandonada”, me trajeron un trozo de un delicioso postre de arándanos que Alhena había preparado. Estaba muy rico, parecía salido de un restaurante finísimo.

—Kat, ¿tienes vejiga de elefante o qué? Tardaste como mil años en salir del baño —Deimos suelta una risotada ante el comentario de su hermano y en mi cara se dibuja una mueca de fingida indignación.

—Disculpe señorito orino parado, pero no es mi culpa tener que hacer un ritual para sentarme en la bendita tasa —y no miento cuando digo que debo realizar todo un procedimiento. Soy muy asquienta, no me gustan los inodoros sucios y estos la mayoría del tiempo lo están.

Deimos no puede parar de carcajearse y termina contagiándonos su risa.

¿Qué haría yo sin este par?

Por momentos les dedico miradas fugaces a sus demacrados rostros. No tengo la menor idea de qué serán esos dichosos “asuntos familiares”, pero parece que vienen de la guerra. Deneb tiene un ojo que atraviesa la etapa post-hinchazón luego de un fuerte golpe. El otro no se queda atrás, con una cortada casi imperceptible a un costado de la frente y el pómulo derecho del color de una mora, es como si hubiera tenido la pelea de su vida.

Aún así no dejan de verse atractivos.

—¿Hoy me enseñaras a entonar otra canción, musa? —inquiere Deimos cuando estamos a escasos pasos del salón. El mote logra que me sonroje de inmediato.

Estoy por responder, pero la exclamación que emite Deneb me interrumpe.

Viii, ¿ahora cómo te digo yo? ¿Ama? —suelto a reír por la declaración, más a Deimos no le hace ni un poco de gracia.

—Idiota —masculla este antes de deshacer el agarre de nuestros brazos para, a palma abierta, golpear a su gemelo en la cabeza.

—¡Oye! ¿Acaso solo tú puedes ponerle apodos empalagosos? Yo también tengo derecho —ruedo los ojos siendo la intermediaria de aquella riña infantil.

—No, porque es algo nuestro —trago saliva luego de escuchar a Deimos pronunciar aquellas palabras. Para él puede sonar como algo insignificante, pero no tiene ni la más mínima idea de lo que significa para mí. De lo que despierta en mí.

—Bien, déjenme de lado como siempre lo hacen —expresa el aludido con dolor antes de adentrarse en el salón de forma dramática. Las comisuras de mi boca se elevan hasta formar una sonrisa antes de correr tras él y abrazarlo por la espalda, deteniendo su huida—. Suéltame —continua en su papel de ofendido y río contra su espalda.

—Ya, no te enojes. Sabes que eres mi gemelo favorito —susurro solo para los dos, sintiéndome un poco mal porque a Deimos también le digo lo mismo.

—Escuché eso —el susodicho pasa por nuestro lado y aprovecho que Deneb no me está viendo para posar un dedo índice sobre mis labios. Deimos niega divertido.

***

—Gracias señor Sallow —digo antes de bajar del Ferrari, pero Deimos aferra su mano a mi muñeca, deteniéndome.

Volteo un tanto desconcertada para averiguar qué sucede y entonces empieza acercar su rostro al mío. No sé si ahora todo transcurre en cámara lenta o va demasiado rápido. Mi ritmo cardíaco se dispara ante la expectativa de lo que va a hacer y…

Termina por posar sus finos labios en mi mejilla, en un suave beso que, en los segundos que dura, se siente como tocar el cielo solo por un instante. Si supiera que una acción tan simple como esa me desarma y me pone el mundo de cabeza.

—Nos vemos mañana, musa —musita luego de apartarse y asiento en automático, aún flotando en aquella nube de ilusión de la que espero nunca caer.

Ya fuera del auto, agito mi mano mientras lo veo perderse entre las calles. Me quedo quieta en la acera sintiendo como de a poco, mi semblante cambia por uno sombrío, dando paso a la zozobra y al miedo que me provoca estar en mi casa.

Hogar dulce hogar.

Con el tiempo he aprendido que al parecer llevo una doble vida. Fuera de esas cuatro paredes soy la alegre y amable Kat, que disfruta del instituto con sus amigos aunque no tenga buenas calificaciones. Pero luego está la otra que sufre de un terrible depresión cuando se encierra junto a su madre y a su padre en aquella deteriorada casa donde las palabras duelen más que los golpes.

Tomo una profunda respiración antes de entrar. Luego de cerrar la puerta tras mi espalda, lo primero que captan mis ojos es la silueta de papá, sentado en uno de los muebles. El aire abandona mis pulmones. Cierro mis manos en puños, las uñas se entierran en mis palmas en un intento por controlar las emociones que me avasallan el tórax. Entre ellas, el miedo es el que predomina.



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Editado: 29.06.2022

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