Capítulo 15: Cambio de roles.
*Deimos*
Las sienes me palpitan mientras veo a todos marcharse del corredor con la cabeza gacha. El evocar su mirada en medio de los gritos y las burlas, la forma en la que su cuerpo se estremecía de miedo, de pavor. Y la jugada final, la que me dejó ver como se rompía por completo, como partes de ella eran arrancadas hasta disolverse en el viento. Hasta convertirse en nada.
Esa piel tan suave como la porcelana, blanca como la nieve; manchada, con las texturas y los colores más horrendos que se puedan plasmar en un lienzo. El momento exacto en el que se develó toda esa pena que ha cargado a través de los años, nunca se borrará de mi memoria como la peor de las atrocidades. Y eso que yo he sido partícipe de muchas.
Mi musa está rota. No es más que una melodía distorsionada, débil, que intenta sobresalir entre la repercusión, pero los demás sonidos se la tragan hasta hacerla desaparecer.
Volteo a ver a Deneb quien no abandona el semblante de estupefacción. Todo pasó... tan rápido y la impresión fue tanta que al principio no sabía ni cómo reaccionar. No podía apartar la mirada de esas cicatrices, de los múltiples moretones esparcidos por todo su cuerpo.
La culpa se hace más grande al saber que pude haberlo evitado, que si hubiera llegado un poco antes nadie tendría que ver esa parte de ella que tanto se esmeró en ocultar.
Al principio, creímos que el alboroto era solo una tontería. Alguna pelea estúpida o una broma entre compañeros. Pero jamás se nos pasó por la cabeza que podría tratarse de Katherine.
Cuando la vi... cuando la vi sentí que me aporreaban hasta dejarme sin aire. La forma en que se aferraba a ese trozo de tela como si fuera una armadura y sus gritos ahogados suplicando que paren.
De repente era un mar el que nos separaba. Intenté llegar hasta ella, pero todos se amontonaron. Deneb dio pelea al igual que yo y todo fue en vano porque cuando asintió hacia mí supe que ya no podía hacer nada. Que no podría protegerla.
Un movimiento a mi costado me hace voltear y la observo meterse en los vestidores sin dejar de sollozar. Mis pies se mueven solos hacia allá, pero un mano que se aferra a mi brazo me detiene.
—No es el momento. No ahora —asevera Deneb con la voz afectada.
—¿Y si no es ahora, cuándo? ¿Cuando vuelva a ocurrir algo como esto? —espeto. La voz se me quiebra al final y paso saliva para obligar al nudo en mi garganta a desaparecer.
Me observa durante un largo rato y termina soltándome antes de tomar una profunda respiración.
—Solo escúchala, ¿sí? Lo necesita —asiento y volteo para dirigirme hacia los vestuarios—. Y Deimos... no la juzgues.
Es lo último que haría.
Al atravesar el umbral de la puerta doble, los sollozos inundan mis oídos y siento que se me achica el corazón. Doy un repaso general a la estancia, pero no la veo por ningún lado. Me guío por el llanto y la encuentro en uno de los cubículos. Lo sé porque sus pies quedan visibles gracias al espacio que hay entre la puerta y el piso.
Cierro las puertas tras mi espalda, haciendo que su llanto se detenga. Sabe que hay alguien adentro y me duele que aún se mantenga a la defensiva. Que crea que van a seguir haciéndole daño.
Me acerco hacia el cubículo con cautela. Solo se perciben nuestras respiraciones y, de vez en cuando, como sorbe la nariz.
Poso mi mano sobre la plancha de metal con extrema delicadeza, como si pudiera sentirme a través de esta. Apoyo la frente sobre la puerta y cierro los ojos en busca del valor suficiente para lo que viene.
—Musa… —susurro en un quejido lastimero. Quisiera traspasarme todo su dolor, ser yo quien porte todo ese sufrimiento y ella vuelva a brillar. Si es que alguna vez lo hizo.
Escucho un poco de movimiento dentro del pequeño cuadrado y luego de un par de minutos, la puerta se abre, obligándome a retroceder.
Mi mirada hace un recorrido desde sus pies hasta su cara. Ya tiene el uniforme puesto, excepto las medias y los zapatos. Tiene la cara roja por el llanto; el metal en sus ojos se pierde entre la esclerótica enrojecida y las lágrimas continúan deslizándose por sus mejillas, hasta morir sobre la ropa, o en la blancura del mármol.
—No necesito tu pena, solo lárgate… —no es capaz de terminar la frase cuando un lamento de dolor se le escapa de los labios y de sus ojos brotan más lágrimas.
Me adentro en el cubículo y, aunque al principio se rehúsa, termino atrayéndola hacia mi cuerpo y la abrazo. La abrazo con fuerza. Sus manos se hacen puño en mi camisa y los gritos se oyen ahogados contra mi pecho.
Las piernas le fallan y termino apoyándome en la pared antes de dejarnos caer sobre el piso mientras no deja de llorar. La posición es incómoda, pero a ninguno de los dos nos importa y ella llora. Llora de dolor, de impotencia, de cansancio.
La sostengo intentando transmitirle que no está sola. Que voy a protegerla de todo y de todos. Porque nadie más va a dañar a la mujer del demonio, a la pianista.
Su cuerpo se estremece entre mis brazos y las primeras lágrimas se me escapan, cayendo sobre su cabello. Juro que soy capaz de sentir su dolor como el mío propio. Demostrándome una vez más que nuestras vidas están atadas. Que el uno sin el otro no vive y eso lejos de asustarme, me empuja a seguir luchando por ella.
Los minutos pasan. Sé que ahora deberíamos estar en clases, pero eso es lo de menos y ni siquiera me importa que las pertenencias de las otras chicas se hayan quedado aquí adentro.
Su llanto se vuelve silencioso y sigue aferrada a mi camisa como si al soltarla fuera a caerse. Medio se remueve hasta acomodarse entre mis piernas. Aún tiembla, pero ya no como antes.
Levanta la cara para verme a los ojos y me pregunto quién podría hacerle daño a algo tan hermoso.