La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 19

Capítulo 19: Maldiciones y artículos de limpieza.

[3 de enero del 2011, lunes]

*Katherine*

Nunca creí decir esto, pero después de tantos años, prefiero quedarme en casa a tener que ir al instituto. A tener que enfrentarlos a ellos.

Las imágenes siguen nítidas en mi cabeza, cada vez más crudas, más brutales. Y el hecho de que estuve apunto de ser rebanada por Alya, hace que la piel se me erice. Ahora tengo muchas más preguntas que antes, pero no me atrevería, ni en mil años, a intentar encontrarles una respuesta. No cuando sé que no van a gustarme y harán que todo se vuelva más real.

Cualquier pensamiento dirigido a él, se ve perturbado por una mancha oscura, horrenda. Es como si lo hubiera tenido en un altar y ahora este se haya desmoronado. Por la mugre, el moho, la suciedad que yo nunca pude ver por concentrarme en la deidad, mas no en lo que la rodeaba.

No puedo creer que estuve enamorada ciegamente de un asesino. Alguien que maltrata y tortura a sus victimas sin ningún tipo de contemplación, sin remordimientos ni vacilaciones. Podría jurar que disfruta haciéndolo.

Mamá me apremia al ver que no tengo intenciones de salir de la casa y, a regañadientes, paso el umbral. Nos encaminamos en silencio hacia el instituto. El año apenas comienza y ya lo ha hecho de una forma memorable, al menos para mí. Parece que la vida no quiere darme un descanso. Los dioses de la comida chatarra me han abandonado.

Al llegar, ni siquiera distingo las instalaciones. Creo que mi mente me juega una mala pasada al hacerme ver que estoy en una carnicería. Dentro, cuelgan los cuerpos de los estudiantes; rasgados, mutilados. Meneo la cabeza, desapareciendo aquel escenario horrible.

Afortunadamente no me los topo en la entrada, pero sí en las primeras horas de clase y creo que no pueden ser más descarados. Observan cada uno de mis movimientos con cautela, obligándome a estar más tiesa que momia en sarcófago. Ganas no me faltan de sacarles el dedo medio y gritarles que son unos malditos asesinos.

Entro en pánico cuando las ganas de hacer pis me hacen apretar las piernas. Si salgo, Deimos va a seguirme. Me va a obligar a que lo escuche y yo probablemente me eche a llorar como una magdalena desconsolada. Estoy harta de esta persecución, donde parece que ambos estamos corriendo en círculos. Caemos en las mismas trampas, los mismos errores. Me prometió que no habrían más secretos, y él fue el primero en faltarle a su palabra.

Y vaya secreto.

No me aguanto las ganas y le pido permiso a la maestra para ir al baño. Era eso o orinarme en la silla. No podía enfrentarme a otra humillación.

Salgo cual alma que lleva el diablo. Una tranquilidad indescriptible me embarga al no percibir pasos tras mi espalda, mas me fío y de vez en cuando volteo la cabeza para ver hacia atrás.

El baño está vacío, por lo que me tomo la libertad de tardar luego de hacer mis necesidades fisiológicas. En realidad, hago tiempo para no estar en el salón. Para no estar encerrada con ese par de locos que, aunque el resto lo ignore, son como una bomba que está en pleno conteo regresivo.

Al salir, un cuerpo se me atraviesa y no tengo que pensarlo demasiado, pues la cabellera rubia lo delata. Abro la boca lista para gritar, pero el clamor se ve opacado cuando posa la palma de su mano sobre mis labios. Con el brazo libre me rodea la cintura hasta apretujarme contra su cuerpo y le peleo. Me retuerzo como una larva entre sus brazos, dando manotones y patadas que, en vez de infringir daño, parece que le hicieran cosquillas.

Le muerdo la mano y solo entonces la aparta de mi boca, un momento nada más, hasta volver a posarla mientras su rostro se deforma en una mueca de dolor, pero se las aguanta.

No sé a donde rayos me arrastra, pero no dejo de forcejear y parece que tiene toda la paciencia del mundo porque no se queja. Solo me traslada cual muñeca de trapo entre los silenciosos pasillos del instituto. Sabrá el dios de las dones a qué rincón me llevará para matarme.

Empiezo a llorar al ser consciente de lo que me espera. Pero no voy a dejársela tan fácil, aunque sea el doble de alto, fuerte, astuto…

Estoy muerta, literalmente.

Gimoteo sin dejar de retorcerme y sé que no tiene caso volver a morderlo porque parece que ha nacido con anestesia integrada. Pasamos el umbral de una puerta angosta, pequeña. Todo a mi alrededor se vuelve oscuro y tarde me doy cuenta que estamos en el cuarto de limpieza. Apenas me suelta, se va hasta la puerta y la cierra con pestillo, dejándonos encerrados.

Enciende la luz y con dificultad esquiva la escoba que le tiro. Tomo un balde, aventándolo hacia su cabeza; todo frasco que veo en la repisa se lo lanzo, esté lleno o no, no me importa. Le arrojo los artículos de limpieza como una clase de defensa y funciona, ya que se encoje en su sitio mientras intenta esquivar lo que le tiro.

La maniobra no me dura mucho, pues no quedan más cosas que aventarle y, ambos con la respiración acelerada, yo sollozando, nos quedamos uno en cada esquina. Lejos, queriendo que la distancia que nos separa fuera mucho más grande.

—¿Terminaste? —inquiere jadeante. Busco a mi alrededor, hayo un trapo, lo tomo y se lo tiro a la cara también.

—Ahora sí —suelta un bufido de cansancio—. Déjame salir o te juro que empezaré a gritar tan fuerte que te van a sangrar los oídos.

—Kat…

—No. Nada de Kat, ni musa, ni toda esa mierda que usas para manipularme. Para que ceda.

—¿Manipularte? —cuestiona estupefacto.

—Déjame salir.

—Katherine solo quiero que me escuches, es lo único que te pido.

—Ya escuché demasiado. Tuviste tantas oportunidades y en todas me ocultaste la verdad. ¿Acaso crees que yo necesito un vengador? —se queda callado. Interpreto su silencio como una respuesta y paso saliva, intentando que mi voz salga firme, pero el llanto la vuelve casi inteligible—. Agradece que no se lo conté a la policía.



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Editado: 29.06.2022

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