Capítulo 21: Promesa rota.
[4 de febrero del 2011, viernes]
*Deimos*
Aprieto los puños sobre mi regazo cuando la jornada comienza y ella no se ha presentado. Como en los cuatro días anteriores.
Sé que se lo prometí. Que no volvería a meterme en su vida, pero me es imposible no preocuparme si se encuentra en constante peligro. No olvido a los padres de mierda que tiene, sobre todo si Clark la golpea hasta el cansancio.
Ella jamás ha faltado. Nunca. Al menos no por tantos días. La preocupación hace mella en mi cabeza, haciéndome imaginar los peores escenarios.
Enfoco mi vista en Maryam. Luce algo inquieta, probablemente por la misma razón que yo. No me sorprendería que también supiera sobre el infierno que padece Katherine; ese horrible video llegó a manos de todos los estudiantes, todos.
Deneb posa su mano en mi hombro, dándole un leve apretón en señal de apoyo. Dejo escapar el aire que no sabía que estaba reteniendo y destenso los hombros. Necesito pensar. Necesito planear alguna forma de acercarme a ella sin ganarme una orden de alejamiento.
—Ojalá este bien Deimos, tiene que estarlo —habla Deneb. Parece estar intentando convencerse a sí mismo de que aquello es cierto—. Si quieres podemos dar una vuelta por su casa cuando terminen las clases.
Asiento de acuerdo. Las horas pasan y cuando el timbre anuncia que podemos ir a la cafetería, intercepto a Maryam apenas abandonamos el salón.
—Ey —sus ojos marrones hacen todo un recorrido hasta llegar a mi rostro. Los bucles castaños le caen con elegancia sobre los hombros, resaltando en la blancura de la camisa—. ¿Has sabido algo de Katherine?
Niega apretando los labios.
—Le he enviado cientos de mensajes, pero no contesta. El otro día llamé a su casa y pregunté por ella… su padre me contestó. Fue muy grosero —arruga la frente al recordarlo—. Solo me dijo que Katherine no regresaría al instituto por un buen tiempo.
Hijo de puta.
—Gracias —me las arreglo para decir. Ni siquiera sé por qué le agradezco, si probablemente acaba de darme la peor noticia de mi vida.
Angustiado, busco a Deneb. Esta parece ser una pesadilla que no tiene fin. Si yo soy la razón de vida de Katherine, ella es la de mi existencia. Aunque no estemos juntos, le pertenezco y eso es algo que difícilmente va a cambiar. Si algo le pasara a mi musa yo…
—Oye, oye, ¿todo bien? —cuestiona Deneb tomándome por los hombros—. Parece que hubieras visto un fantasma.
—Su padre… le hizo algo, estoy seguro —mi gemelo tensa la mandíbula. De repente todo me da vueltas, las sienes me palpitan y tengo muchas ganas de vomitar.
—Llegó la hora de hacerles una visita a los señores Black.
***
Deneb aparca el auto junto a la acera, frente a la casa de Katherine. Paso las palmas de mis manos por el pantalón, frías, sudorosas. Una clara señal del nerviosismo que me embarga, la rabia por saber que ese malnacido pudo haberle hecho algo horrible.
Bajo del auto. Cada paso que doy hacia la puerta se siente como atravesar un desierto, uno al que le hace falta un oasis. La sed de saber que ella se encuentra bien.
Toco la puerta con más fuerza de la que debería. Espero. Pasan un par de minutos y nada. Vuelvo a llamar y, al instante, la puerta se entreabre, apenas unos centímetros, que me permiten ver el ojo de la persona del otro lado.
—¿Qué se te ofrece? —habla una voz temblorosa, femenina. Eleonor, la madre de Katherine. Hago acopio de todo mi autocontrol para no abrir la puerta de una patada y sacarle los ojos. Por no proteger a mi musa, por hacerle creer que no es importante para ella.
—Estoy buscando a Katherine —intenta cerrarme la puerta en la cara, pero estampo la mano sobre la madera con fuerza, dejando su tarea a medias. Si quiero, puedo empujar la puerta hasta abrirla por completo, pero quiero llevar la fiesta en paz. Lo único que necesito es ver a Katherine, si sigue mostrándose renuente… tendré que adoptar medidas más drásticas.
—No está —responde con voz queda. Intenta cerrar la puerta de nuevo y esta vez uso el pie como traba. Yo de aquí no me muevo hasta saber en dónde está mi musa.
—¿En dónde puedo encontrarla? —cuestiono en un tono más amable de lo que esperaba. Eleonor se mira inquieta, tanto como para hacerme deducir que las cosas no andan bien. La oigo tragar saliva y voltea hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que nadie la está escuchando.
¿Clark está aquí?
Si eso es cierto, daría lo que fuera por poder entrar y matar a esos dos de una buena vez.
—Está en el hospital —revela en un hilo de voz. Mis dientes castañean cuando aprieto la mandíbula con demasiada fuerza y mis fosas nasales se explayan al tomar una respiración profunda.
En el hospital. Está en el puto hospital y allí estuvo todos estos días.
Eso significa una sola cosa, que fue grave. Tan grave como para mandarla al hospital por una semana.
Me aparto de la entrada con un movimiento brusco y Deneb advierte mi estado de ánimo cuando cierro la puerta del copiloto del Mercedes con fuerza desmedida.
—Al hospital, ahora —no tarda en poner el auto en marcha. El aire dentro del vehículo se siente pesado, ninguno de los dos se atreve a pronunciar palabra alguna y es que no hay nada para decir, solo un cabreo inmenso hacia esas dos bestias que se hacen llamar padres.
El trayecto se me hace eterno y, cuando llegamos, ambos abandonamos el auto en un santiamén. En la recepción pregunto por Katherine mientras Deneb espera tras mi espalda. La enfermera me dice que no puede darme el número de la habitación y eso incrementa mi enfado.
—Sé que no soy familiar directo, pero entiéndame, estoy desesperado.
—Lo siento mucho, pero sus padres fueron muy claros al prohibir que la señorita tuviera visitas —hijos de puta, hijos de puta.