La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 22

Capítulo 22: Cascarón.

[12 de febrero del 2011, sábado]

Mamá se aferra a mi brazo mientras nuestros matones se acercan para tomar el equipaje de papá y de mis hermanos.

Tienen un trabajo en Austria. Decidí que no iría porque hay alguien aquí que me necesita, aunque me odie, me hice la promesa de que velaría por ella hasta que saliera del hospital.

Deneb palmea mi hombro, sacándome de mi ensimismamiento. No disimula la preocupación en su rostro al ser consciente de la situación en la que me deja. Pero confío en que podré manejar esto yo solo. Espero no arruinarlo.

—Cuídate y no hagas tonterías —dejo escapar una risita ronca—. Cuídala a ella también.

Asiento con convicción.

Mi gemelo deposita un beso en la cabeza de mamá para luego hacerse a un lado y dejar que mis hermanas se despidan de ella. Papá ya lo había hecho, por lo que los espera al pie de la escalerilla que conduce al interior del jet privado.

En el lado derecho de mamá, Adhara agita su mano a modo de despedida.

Se siente extraño estar del otro lado. Ahora entiendo la incertidumbre de mi progenitora durante esos días en los que pasamos fuera de casa, exponiendo nuestras vidas por un trabajo que mantiene a raya nuestros instintos y que nos hace felices.

Mamá conduce de regreso a la mansión y me permito cerrar los ojos mientras apoyo la cabeza en el vidrio de la puerta del auto. Estoy exhausto. Estos últimos meses han sido un sube y baja de emociones que me mantienen con el corazón acelerado, sobre todo, los miedos de mi musa que se sienten como propios.

Y es que mi vida está tan arraigada a la suya que no creo siquiera dar un paso mientras ella no lo de conmigo. Me pertenece tanto como yo a ella, aunque no estemos juntos. Siempre será mía, mi inspiración.

***

[13 de febrero del 2011, domingo]

Dejo caer todo el peso de mi cuerpo sobre el capó del auto. Solo me falta el cigarrillo y cumplo con todas las características de chico malo, aunque hablemos de una maldad diferente. No como la que llevo en la sangre, en el alma.

La camiseta negra, el abrigo del mismo color, el jean, un poco roto en la parte de las rodillas, y el gorro de lana azul que oculta casi todo mi cabello, dejando apenas unos cuantos mechones rubios al descubierto. Las botas negras dejan una huella sobre la leve capa de nieve que cubre el asfalto.

Espero. Hoy le dan el alta a Katherine luego de dos semanas en cuidados intensivos. Según los informes médicos —que tuve el descaro de hurtar y luego devolver a su sitio—, la recuperación de mi musa ha sido excelente. Ninguna complicación, ningún contratiempo. Y me he asegurado de ello con mis propios ojos.

Estuve viniendo algunos días al hospital, colándome en el tercer piso e intentando pasar desapercibido. Reprimiendo las ganas de abrirle la garganta a Clark y de sacarle los ojos a Eleonor. Ambos se turnaban para cuidar a Katherine y creo que jamás había presenciado tanto cinismo.

Cada vez que la puerta de cristal se abre me sobresalto. Pero veo que no se trata de ninguna de las tres personas a las que quiero ver salir y regreso a mi postura despreocupada.

No temo a que Katherine me note, pues estoy en el último lugar del estacionamiento.

Si estuviésemos en otra situación, probablemente correría a su encuentro en cuanto saliera, pero no. Debo conformarme con observarla desde la distancia.

Levanto la vista cuando la puerta vuelve a abrirse. Siento que mi corazón se detiene, que me han arrancado la respiración de golpe y que mis extremidades no responden a las órdenes de mi cerebro.

Clark empuja la silla de ruedas en la que reposa Katherine. Su pierna derecha ya no está completamente vendada, solo hasta un poco más arriba del tobillo. El cabestrillo sostiene su brazo derecho a la altura del abdomen y las vendas de la cara ya no están, revelando aquel daño que no había visto.

Las múltiples heridas en los pómulos y en la frente me hacen apretar las manos hasta volverlas puño. Aún estás un poco rojas, manchadas por aquel líquido amarillento que usan para las heridas pequeñas como los raspones.

Clark continúa empujando la silla de ruedas hasta hacerla bajar por aquella pequeña pendiente y sigue su camino para llegar a la patrulla. Katherine mantiene la cabeza ladeada, es un milagro que no lleve collarín. Tiene la mirada perdida y hasta parece que no respira. Ni siquiera hace el amago de moverse, solo deja que su padre la conduzca hasta la patrulla mientras un enfermero los sigue de cerca.

Es como si estuviera muerta. Una muerta en vida.

Eleonor no para de preguntarle si se siente cómoda, si le duele algo o necesita que hagan algo por ella. Me pregunto cuánto les durará este circo. Supongo que hasta que Katherine mejore, entonces volverán a pisotearla, y no creo que para la próxima vez su destino sea el hospital.

De hecho, me encargaré de que no haya próxima vez.

Justo antes de que la ayuden a subir a la patrulla, siente el peso de mi mirada. Suelto una maldición por lo bajo y me incorporo dispuesto a ingresar al auto, pero la mirada que me dedica me deja de piedra sobre el asfalto.

Sus ojos… nunca se habían visto tan claros, ni con la luz del día. Pero eso no es lo que me conmociona, no, es el hecho de que me mira y a la vez no. Que aquella plata impoluta no denota sentimiento alguno, ni odio, ni amargura. Nada.

No es más que un cascarón hueco que respira solo porque su mente se lo ordena.

Mi musa se cansó de luchar contra la corriente y ahora solo deja que la arrastre, lejos, a donde sea que quiera llevarla.

Rompemos el contacto visual cuando entra por completo y solo entonces consigo salir de aquel trance al que me llevan esos ojos que hechizan, pero que ahora se han quedado sin magia.



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Editado: 29.06.2022

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