La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 23

Capítulo 23: La curiosidad mató al “gato”.

[20 de marzo del 2011, domingo]

*Katherine*

—¿Necesitas algo más? —inquiere Eleonor, tambaleante. Las lágrimas se acumulan en mis ojos, pero me niego a dejarlas salir. Está hasta el tope de anfetaminas y aún así intenta arreglar lo irreparable.

—Que te largues —ni se inmuta con la respuesta cargada de veneno, en vez de eso, me ayuda a recostarme, evitando que el brazo haga un esfuerzo mayor.

La vista se me nubla y no puedo retenerlas más. Las lágrimas se escurren por mi mejillas, de rabia, resentimiento hacia la mujer que decidió quedarse allí parada y no hacer nada. Por no evitar que Clark casi me matara aquel día.

Intenta retirar mis lágrimas con los pulgares y volteo la cara, reacia a su contacto. Entonces ella también empieza a llorar. Ni siquiera sé por qué lo hace; ella no fue la que estuvo en una cama de hospital por un tobillo y brazo rotos, ni fue sometida a una cirugía riesgosa por tener cristales enterrados en el rostro. No le importó y no tiene por qué importarle ahora.

—Perdóname —musita luego de varios intentos tratando de acunar mi mejilla—. Perdóname por todo, por dejar que te hiciera esto. Te prometo que no volverá a suceder…

Niego mientras más lágrimas abandonan mis ojos. En el momento en el que me recupere del todo, Clark no dudará en volver a golpearme hasta la inconsciencia. No tiene caso que me prometa protección cuando ni ella misma puede defenderse de él, si se va a quedar de piedra a la primera que me ponga una mano encima.

—Perdóname tú a mí —logro pronunciar en medio de la llorera—. Por esperar algo de ti sabiendo que no te importo un carajo.

—No digas eso Kat, soy tu mamá…

—Dejaste de ser mi madre hace mucho tiempo, Eleonor —el dolor le pasa por los ojos como una estela lúgubre y en mi pecho se abre paso el arrepentimiento. Aún hay una parte de mí que quiere entenderla, a pesar de todo, busca la manera de justificar su ausencia—. Quiero dormir.

Asiente y deposita un beso en mi frente. Apenas se levanta, me restriego el lugar en el que acaba de dejar el beso con el antebrazo. Solo cuando cierra la puerta tras su espalda me permito sollozar con fuerza.

Es la primera vez que lloro, después de… lo que pasó. No había derramado ni una mísera lágrima. Era como si hubiese estado sumida en un estado de trance; respiraba y me movía por instinto. No sentía nada. Nada más allá de aquel vacío en el que me dejé caer y el cual creí que no tendría fondo. Pero acabo de estrellarme, justo ahora, porque Eleonor me recordó que sigo inmersa en esta rutina de maltratos.

Y si Deimos no es capaz de sacarme de ella, nadie más va a hacerlo.

***

[21 de marzo del 2011, lunes]

Maryam viene a mi encuentro en cuanto Eleonor se da la vuelta para regresar a casa. El instituto de Aballe me da la bienvenida. Luego de casi dos meses ausente, mi doctor dijo que podía retomar mis actividades diarias, entre ellas, regresar al instituto.

—Déjame decirte, que esas cicatrices te hacen lucir como una chica mala —comenta Maryam haciéndome esbozar una sonrisa. Tiene un humor negro bastante peculiar y no es falsa como el resto de las chicas de Abalee. A veces te sorprende con opiniones descabelladas y teorías espeluznantes, pero es es un amor de persona.

Me ofrece su brazo derecho para que pueda apoyarme y así lo hago. Con pasos cortos, nos adentramos en el instituto. No paso desapercibidas las miradas de sorpresa por parte de los estudiantes, sobre todo cuando detallan mi cara como si me hubiese salido un tercer ojo.

Me es inevitable encogerme y…

Maryam toma mi barbilla con una de sus manos, elevándola hasta dejarla recta.

—Nada de vergüenza Kat, no dejes que esos idiotas te intimiden —asevera con seguridad. Agradezco a cualquiera que sea la deidad que me la haya enviado porque no sé qué sería de mí sin ella—. Debes aprender a ladrar.

Literalmente, empieza a ladrarle a cualquiera que se nos quede viendo más tiempo del que debería y parece no importarle las miradas burlonas que algunos nos dedican. Mi mejillas se encienden por el bochornoso momento.

—Basta, ya entendí —le digo y solo entonces deja de comportarse como una perra rabiosa.

Avanzamos por los pasillos y sigo su consejo. Mantengo la barbilla en alto, como si una barrera de seguridad me protegiera y evitara la entrada de aquellas miradas penosas. No me dejaré amedrentar por ellos. No más.

Cualquier rastro de altivez en mí desaparece ante la presencia del par de rubios que vienen caminando en dirección contraria. Los pasos cautelosos, dubitativos.

La mirada que Deimos me dedica hace que mi estómago se contorsione. No olvido, no olvido ni una sola de sus palabras aquel día en el que no se como carajos se coló en la habitación del hospital. Las repito en mi memoria como una grabadora, una promesa latente y retorcida que está lejos de hacerme sentir culpable.

Solo salgo de mi ensimismamiento cuando desaparece de mi campo de visión junto a Deneb. Entonces noto que Maryam también lo estaba observando, no a Deimos, sino al gemelo que ahora esboza una sonrisa ladeada hacia ella mientras desaparece entre la marea de estudiantes.

Empujo a Maryam.

—¿Pero qué...

—Ni se te ocurra —advierto con voz tajante—. Créeme, no quieres relacionarte con Deneb.

—¿Qué? ¿Es él el que te gusta?

—¡No! —el recuerdo de aquel beso hace que mi rostro se deforme en una mueca—. No me gusta ninguno.

Arquea una ceja y prefiero dar el tema por zanjado. No es una conversación que quiera tener con ella, no si implica maldiciones, destinados y toda esa mierda que parece sacada de una película paranormal.

***

Tanteo la comida con la cuchara antes de llevarme un poco de ensalada a la boca. Me he acostumbrado a comer con la izquierda, no fue tan difícil como creía. Maryam pudo haberme transmitido toda la seguridad del mundo, pero eso no quita que los estudiantes dejen de observarme como si fuera un enigma que deben resolver.



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Editado: 29.06.2022

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