Capítulo 24: Decisiones.
—No… bueno sí, tal vez —tartamudeo. La necesidad de cubrir mi rostro hace que me lleve la mano izquierda a la cara. No me gusta que me vea así, con todas estas imperfecciones que me vuelven defectuosa. Un problema que nadie se molestaría en solucionar.
Su entrecejo se frunce en un gesto de desaprobación.
—¿Pasó algo? ¿Alguien te está molestando? —inquiere alarmado. Niego de inmediato y avanza unos cuantos pasos hasta posicionarse frente a mí, a una distancia prudente. La diferencia de altura se ve marcada cuando me obligo a levantar la cabeza para poder verlo a la cara. Aun no me familiarizo con aquel corte de cabello; acostumbraba a llevarlo más largo, pero eso no disminuye las ganas de enredar mis dedos entre los mechones rubios.
Ahora que lo tengo enfrente, no se me pasaría por la cabeza, jamás, que es un asesino sádico. Pero entonces te das cuenta que hasta el rostro más bonito puede esconder a la más horrible de las bestias.
—¿Por qué me buscas, Katherine? —inquiere en un hilo de voz—. Dejaste muy claras las cosas conmigo, ¿qué ha cambiado?
Puedo ver la chispa de esperanza en sus ojos y eso me duele. Porque no estoy segura de lo que quiero, de lo que siento por él. Quiero decirle que ha cambiado mi forma de verlo, pero no de la manera en la que él lo anhela. Solo es un sentimiento que divaga por el limbo en busca de una decisión a la que aferrarse, la de aceptarlo por completo o alejarlo de una vez por todas.
—Estoy confundida y no sé… —me ofusco y termino haciendo un puchero que le saca una sonrisa triste. Es como darle replay a una grabadora, aquellos gestos a los que estábamos acostumbrados y ahora nos son desconocidos—, no sé qué hacer.
—¿Y crees que acercándote a mí va a esclarecerte el panorama? —me reprimo las ganas de asentir porque eso me haría ver como una verdadera egoísta. Parece adivinar mis pensamientos porque suelta un suspiro, afectado—. No tengo problemas con eso, de hecho, sería todo un privilegio.
>>Pero ¿sabes lo difícil que es tenerte cerca y no poder hacer nada? —levanta su mano como si quisiera acunar mi mejilla, pero mantiene una distancia considerable—. No poder besarte, abrazarte, tomar tu mano, repetir que te amo las veces que yo quiera —siento una opresión en mi pecho ante esas palabras—. Me estás condenando y si me lo volvieras a pedir diría que sí, todas las veces.
—Si no quieres, no… —me interrumpe, negando con la cabeza.
—Lo que tu quieras, lo que tu decidas Katherine. Aunque sea solo para que puedas despejar tus dudas —lo dice con tanta convicción que duele. Está dispuesto a que... lo use.
Mi cara se deforma en una mueca de horror ante el pensamiento.
—Pero no es justo...
—No me importa.
—¿Y si al final me doy cuenta que no quiero estar contigo? —se queda quieto, pensativo. Hasta parece que ha dejado de respirar—. ¿Que no te amo?
No me responde. Solo me observa con el gesto enternecido. Quisiera saber qué está pasando por su cabeza en este momento; si está sopesando que no vale la pena volver a llenarse de esperanza por un futuro incierto.
—Si decides que no quieres estar conmigo... —hace una pausa. Su voz no es más que un susurro—, voy a aceptarlo. Si no llegas a amarme, me voy a resignar. Pero habrá valido la pena, cada maldito segundo junto a ti. Habrá valido la pena que me rompas el corazón, musa.
Mi corazón da un vuelco al escuchar aquel mote con el que me bautizó hace meses. Siento como si hubiese pasado una eternidad. No logro identificar el momento exacto en el que todo empezó a irse al carajo, cuando los secretos se acumularon y nos explotaron en la cara. Nos estrellamos contra una pared de realidad.
—Tienes que estar muy enamorado como para aceptar esta locura.
—Como no tienes idea —esboza una amplia sonrisa. No puedo retorcerme los dedos por el jodido cabestrillo, pero aprieto mi mano libre hasta volverla puño, clavando las uñas en la palma.
Un silencio incómodo nos envuelve. Supongo que ya no hay nada que decir, al menos no de mi parte.
—Nos vemos mañana, Deimos —me despido, la voz temblorosa por los nervios.
Extiendo el brazo, pero él abre los suyos esperando un abrazo. Ahora yo aparto mi brazo y él extiende uno de los suyos buscando el apretón. Reímos. Terminamos por chocar los puños. Mucho mejor.
—Hasta mañana, musa —esbozo una pequeña sonrisa.
Me doy la vuelta y avanzo unos cuantos pasos, deteniéndome cuando dice:
—Oye Kat —lo miro sobre mi hombro—. Sabía que me seguirías.
Finjo indignación.
Maldito astuto.
***
[22 de marzo del 2011, martes]
Llego al instituto y lo encuentro de pie junto a la entrada, esperándome. También hay otra persona que aguarda por mí, pero esta se adelanta a mi encuentro.
—Parece que seguiste mi consejo —canturrea Maryam, mirando de soslayo a Deimos. Este último no deja de sonreír como si fuera el ser humano más feliz sobre la faz de la tierra.
—Algo así —comento, distraída.
Sus palabras de ayer aún resuenan en mi cabeza como un eco intermitente, y me hacen sentir mal, solo un poco. Estoy siendo egoísta, pero a él parece importarle muy poco.
Asegura que pasar unos minutos junto a mí es lo único que anhela, sin temer a que mi decisión termine por destrozarlo.
Despacio, nos dirigimos hacia la entrada y él se nos une.
—Hola —saluda, situándose junto a mí, pero manteniendo distancia, como si temiera espantarme. Le dedica un leve asentimiento a Maryam y esta sonríe en respuesta.
—Hola, ¿dónde está tu hermano? —inquiere mi amiga y golpeo mi hombro con el suyo. Mi brazo protesta ante el brusco movimiento, ya que aún está bastante sensible. Maryam me reprende con la mirada.
—Tiene una reunión con los cerebritos de informática —a Maryam le brillan los ojos, extasiada.