La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 26

Capítulo 26: “Accidente”.

[5 de abril del 2011, martes]

*Katherine*

Llega un punto de tu vida en el que crees que las cosas no podrían ponerse peor. Que ya has pasado por tanta mierda, que te han tratado como bazofia y es imposible imaginarse un escenario en el que las cosas se compliquen todavía más. Pero pasó; sufrí el rechazo de la última persona que creí que jamás me abandonaría, me drogué, fui humillada frente a un montón de adolescentes cegados por el morbo y estuve al borde de la muerte a manos del monstruo que se hace llamar mi padre.

Sin embargo, cuando te tienden la felicidad en bandeja de plata, te niegas a tomarla. Porque temes que desaparezca, que se trate de un espejismo. Porque la vida te ha acostumbrado a revolcarte en la miseria que la felicidad te es desconocida.

Pero yo la arranqué, con uñas y dientes. Me aferré a esa felicidad al aceptar a Deimos como mi pareja. Esa maldición no había impedido que fuéramos cercanos antes y no impedirá que estemos juntos ahora. A la mierda la moral. Solo debo ignorar aquella faceta de él y concentrarme en lo que verdaderamente importa, y es que es mío. Después de tantos años en los que lo creí indiferente, ahora me adora como si fuera su tesoro más preciado. Me ama, de la forma más hermosa y retorcida, y eso me gusta.

Me cansé de ser la víctima perpetua. Solo quiero que el villano de la historia me resguarde bajo su brazo y disfrutar de esa felicidad que merezco, que es lo que estoy haciendo justo ahora.

Deimos abre un espacio entre sus piernas para que entren las mías y enseguida apresa mi cintura con sus brazos. Está sentado, de espaldas al piano y deja descansar su frente en el espacio entre mis senos. Llevo mis manos a su cabello. Enredo los dedos entre las hebras rubias, suspirando al sentir la suavidad de estas. Diablos, tiene el cabello mejor que el mío.

La abstinencia no le dura mucho y levanta la cabeza de sopetón, golpeándose con mi barbilla. Nos quejamos y reímos. Mi lamento se ve interrumpido cuando atrapa mi labio inferior entre sus dientes y tira despacio antes de besarme con brío. De su garganta emerge un sonidito parecido a un gruñido cuando tiro de su cabello y ladea la cabeza buscando profundizar el beso.

Es como si nunca tuviera suficiente. Cuando el aire nos falta, deja besos castos sobre mi boca, pero está reacio a abandonar el morreo.

—¿En qué piensas? —cuestiona antes de volver a besarme con fiereza. Siento que nos encierra una burbuja de éxtasis, puro entusiasmo. Sonrío contra su boca para luego apartarlo.

—Si no dejas de besarme, no voy a poder responder —su boca forma un puchero que me hace reír con fuerza. Es como robarle un dulce a un niño, un niño grande y apuesto. Exageradamente apuesto.

—Podría besarte todo el día —me da un pico en los labios—, a cada hora —otro más—, en todos lados —y otro—, y en cada parte de tu cuerpo.

La insinuación hace que el estómago se me revuelva y me descompongo cuando sus grandes manos afianzan el agarre en mis caderas.

Dioses de las malteadas, van a hacerme pecar.

—Creo que… deberíamos calmarnos —parece que estoy hablando con una pared, una pared calenturienta, porque empieza a besar mi barbilla y hace todo un recorrido hasta llegar al centro de mi clavícula. Que los dos primeros botones de mi camisa estén desabotonados le dan mejor acceso y jadeo cuando su lengua entra en contacto con mi cuello—, y mantener… un metro de distancia.

Mi respiración es un desastre. Mi epicentro se contrae mientras Deimos no deja de besarme y termina por apartarse de mala gana. No sin antes pellizcarme el trasero que no tengo. Suelto un gritito agudo.

—Idiota, eso dolió.

—Estamos a mano —mira hacia abajo y yo lo hago junto a él.

Mis ojos se explayan al ver la erección que se remarca en el pantalón de tela. Y el muy desgraciado tiene la osadía de pasar la mano por encima de la bragueta, en un intento vago por acomodarse la erección para que la cremallera no le maltrate el pene.

—¿Disfrutando de la vista, pervertida? —inquiere en tono burlón. Elevo los ojos de golpe, encontrándome con esa mirada felina. Suelto un gruñido de frustración.

—Eres un descarado —niego divertida. Palmea sus muslos para que me siente sobre su regazo y así lo hago. Solo entonces soy consciente de lo pequeño que es mi cuerpo en comparación al suyo, pues su torso, aunque menudo, me arropa casi por completo. Trago grueso con la erección que queda contra mi muslo, pero a él parece no importarle porque se concentra en apartarme el cabello de la cara. Me aclaro la garganta antes de preguntar—: ¿No se supone que tocaremos el piano?

Mmm… —encaja su mano en mi mandíbula y acerca su rostro al mío con una lentitud desesperante. No me besa, solo roza nuestros labios, como si quisiera alargar el momento en el que se encuentren—. Prefiero besarte —murmura contra mi boca.

Y lo hace. Un beso lento, húmedo. Es como si quisiera recuperar todo el tiempo perdido, como si lo nuestro tuviera fecha de caducidad.

Aquel pensamiento me provoca un malestar en el pecho.

No. No voy a arruinar nuestros momentos juntos pensando en escenarios tristes. Apenas empezamos, aún nos queda un camino muy largo por recorrer. Muchas cosas por vivir, juntos.

Pierdo la noción del tiempo mientras nos extraviamos en la boca del otro como si el mundo se fuera a acabar y solo nos separamos cuando el timbre anuncia que debemos volver a clases.

Deimos emite un quejido de cansancio.

—Fuguémonos —dice en un hilo de voz. Lo observo como si estuviera loco y suelto una sonora carcajada—. Estoy hablando en serio. Anda, dime que sí…

—A diferencia de ti, no puedo darme el lujo de faltar a clases. Apenas si pude pasar el periodo anterior.



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Editado: 29.06.2022

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