Capítulo 27: Paz.
*Katherine*
El mundo enmudece en un parpadeo. Doy un paso atrás, dos, hasta que mis piernas chocan con el mueble añejo. Me dejo caer sobre el reposabrazos.
Es como si el tiempo se hubiera tomado un momento para descansar, para esperarme. Pero no a Eleonor. No a ella.
Mi madre llora en silencio mientras mantiene el teléfono contra su oreja. Se agarra el pecho con fuerza, como si algo dentro de él doliera. No la entiendo. Mi cerebro solo repite las palabras que acaba de pronunciar hace unos pocos minutos.
“—Tu padre tuvo un accidente”.
Parece que aún no le encuentro sentido a aquella frase, o es que en realidad no quiero analizarla demasiado. Pero no hay nada que analizar. Es un hecho concreto, sorpresivo.
No lloro, no sonrío. No me siento feliz, tampoco triste. Me siento… en paz.
Una sensación de alivio nace de mi pecho y, como si fuera las raíces de un árbol, abraza hasta la última parte de mi cuerpo que fue apagada por Clark. El miedo ha sido ahuyentado por un enorme reflector, encendido por aquella reciente llamada.
—Sí… entiendo —Eleonor calla—. Iré en cuanto pueda… sí, lo sé… muchas gracias.
Cuelga. Observo las lágrimas escurrirse de sus ojos y no entiendo. Y ella parece no entender mi rostro inexpresivo. Bien, es la primera vez que estamos de acuerdo con algo.
—¿Por qué lloras? —la pregunta abandona mis labios antes de que pueda retenerla.
—Kat tu padre acaba de sufrir un accidente —solloza—. Se encuentra en estado crítico, probablemente no sobreviva, ¿por qué haces una pregunta como esa?
No le respondo. Solo observo su rostro demacrado mientras las lágrimas abandonan sus ojos y me pregunto si habrá llorado de la misma manera cuando terminé inconsciente al pie de la escalera.
—¿Estás feliz? ¿Es eso? —inquiere como si quisiera hacerme sentir mal por sentirme bien. No dejo que mi expresión le revele lo que está pasando por mi cabeza.
—No —le respondo con sequedad—. ¿Por qué lloras? —repito la pregunta. Quiero entender, en verdad quiero hacerlo, quiero entender cómo te puede preocupar una persona que te hace daño.
Me observa con el entrecejo fruncido. Supongo que intenta comprender mi comportamiento, así como yo el de ella. Hipea antes de decir:
—Porque puede morir… y nos quedaremos sin nada. Tu padre es el sustento de esta casa —se calla cuando estallo en una carcajada cargada de ironía.
—¿De eso te trata? ¿Te preocupa el dinero? —me pongo de pie. Avanzo unos cuantos pasos hasta quedar frente a ella. Es un tanto más alta que yo, pero mantengo la barbilla en alto—. Trabaja, entonces. Yo también conseguiré trabajo si así lo quieres.
Niega con la cabeza. Bajo la mirada solo para contemplar la muñequera que me cubre parte de la palma y el antebrazo. Un recordatorio, de que el hombre que ahora se debate entre la vida y la muerte estuvo a punto de matarme y ella no hizo nada.
—¿Por qué no? Si muere ¿qué harás? —continúo, la rabia viajando por mi sistema—. ¿Nos matarás de hambre? ¿O te drogarás hasta que no recuerdes cuál es tu nombre?
Me observa con los ojos bien abiertos. Nunca, nunca en mi vida me había atrevido a hablarle de esa manera. Todo era ruegos y súplicas, algunas palabras cortantes, mas no reclamos. Pero estoy cansada. Estoy cansada de este mundo de fantasía en el que vive y se niega a salir.
—Ahora entiendo. No te preocupa que Clark esté al borde de la muerte, te preocupa que no viva para mantenernos —vuelvo a reír, sarcástica—. Te preocupa quedarte sin el dinero para tus malditas drogas…
No me da tiempo a reaccionar cuando levanta la mano en el aire y me voltea el rostro de una sonora bofetada.
El eco de su mano al impactar contra mi mejilla resuena en la estancia hasta que el silencio se vuelve a asentar, pesado, asfixiante. Giro la cabeza con lentitud, encarándola. Los ojos me pican, pero no derramo ni una mísera lágrima. No vale la pena. No merece que me preocupe por ella, que siga creyendo que nuestra relación puede cambiar.
Mantiene una expresión imperturbable en el rostro, pero al instante suaviza el gesto y me observa con los ojos cargados de culpa.
—Cariño lo siento, no quise… —intenta tomar mi rostro entre sus manos y no la dejo, doy un paso atrás. La impresión da paso a la ira y ahora mi respiración es dispareja. No se puede razonar con ella, nunca se pudo.
Suspira con fuerza, como si quisiera reunir paciencia. Mordisqueo mi labio inferior queriendo disipar el llanto, pero al parecer mis lágrimas esperan una palabra, un acto, para poder fluir libremente, pero hago acopio de todo mi autocontrol para no dejarlas salir.
—Alístate, iremos al hospital —dictamina en un tono apacible. Mantengo la espalda recta, como un tronco, mientras me dirijo hacia las escaleras. Las piernas me tiemblan, mas no me permito derrumbarme frente a ella. No le voy a dar ese gusto.
No tardo ni diez minutos en cambiar mi ropa por una más abrigadora y me es inutil retener las lágrimas cuando estoy en el baño. Me golpeó. Ella nunca lo había hecho. Supongo que ahora que Clark no está, se encuentra entusiasmada por ocupar su lugar.
Al bajar, la encuentro lista y al pie de la puerta. Evito el contacto visual a toda costa. Cierra con llave luego de que yo haya atravesado el umbral y debemos esperar por algunos minutos hasta tomar un taxi.
El trayecto se funde en un silencio incómodo. Me pego bien a la puerta del auto en busca de alejarme de ella lo más que pueda. Lo nota, pero no me dice nada, solo me dedica miradas penosas.
El taxi ni bien se detiene y yo ya estoy abajo, frente a las puertas de cristal que dan hacia la recepción del hospital. Ya perdí la cuenta de las veces que he visitado este lugar. Solo espero no volver mientras me encuentre en un estado profundo de inconsciencia.