La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 31

Capítulo 31: Un café para dos.

[3 de mayo del 2011, martes]

—¿Nerviosa? —inquiere Deimos echándome un pequeño vistazo antes de regresar la vista a la carretera.

—Mucho —admito, aunque él ya tuvo que haberse dado cuenta de ello por la forma en la que retuerzo los dedos sobre mi regazo. Reconoce cada uno de mis gestos; cuando algo me molesta, me emociona o me pone triste. Me conoce más de lo que cualquier persona pueda llegar a hacerlo.

La falda se me recoge un poco cuando me acomodo sobre el asiento. Es mi primer día de trabajo, nuestro primer día de trabajo en Gillian's coffee. Una pequeña cafetería un tanto alejada del centro del pueblo. La dueña, Gillian, es una mujer de la tercera edad que destila ternura hasta por los poros. Sus hijos —esos ingratos— decidieron que no la ayudarían más con el negocio, por lo que Deimos y yo no tuvimos que convencerla demasiado para que nos contratara.

Le hicimos saber que no teníamos mucha experiencia preparando bebidas, aunque ella apeló que junto al recetario y unos pocos días de práctica nos volveríamos todos unos expertos. Para mí no representaba un problema, ya que al estar acostumbrada a cocinar para mí misma todos estos años, me resultaría fácil aprender, pero para Deimos, eso sí que sería un reto.

La paga es muy buena, al menos para mí. Son cien libras por semana, sin contar la propina. Deimos no necesita el trabajo, ni siquiera el dinero, pero insistió tanto en querer trabajar conmigo que no pude hacer más que resignarme.

A veces creo que necesitamos un poco de espacio, dejar de hacer todo juntos. Pero la idea de separarme de él al menos por un par de días me causa pavor, y a él igual. Lo quiero presente en todo momento, a cada instante, porque su presencia me transmite aquella tranquilidad que me hace falta cuando estoy sola.

Unas calles más y Gillian's coffee aparece en nuestro campo de visión. El lugar es pequeño, pero acogedor. Tiene un estilo rústico, como el de las casas de campo. Las luces que cuelgan de la entrada hacen resaltar el lugar de entre las casas y el letrero que reposa sobre la puerta, aunque un poco viejo, es bastante vistoso.

Deimos aparca el Mercedes en el primer espacio libre que encuentra y en cuanto apaga el auto dejo mi mochila en los asientos traseros para poder salir.

—¿Lista? —cuestiona posicionándose a mi lado. Asiento y entrelazo mi mano con la suya para encaminarnos hacia el local.

Debemos rodear la estructura, ya que solo tenemos las llaves de la puerta trasera. La otra muchacha que también contrató la señora Gillian tiene las llaves de la entrada. Creo que le pediré una copia.

—Parece que no la hubieran usado hace años —comento al notar como Deimos forcejea con la cerradura. Las bisagras rechinan cuando mi novio consigue, finalmente, abrir la puerta.

Ante nosotros aparece una cocina bastante amplia que, a diferencia de la puerta que la separa con la calle, está bien cuidada e impecable.

Deimos enciende los focos y obtenemos una mejor visión del lugar. Hay dos grandes mesones y sobre estos reposan estantes con varios ingredientes.

—¿No crees que llegamos muy temprano? —le pregunto y niega con la cabeza.

—Ya deberían estar aquí... —como si las hubiera invocado, se escucha el tintineo de llaves al chocar entre sí cuando abren la puerta principal de la tienda.

El eco de dos risas femeninas inunda la estancia y al instante me pongo nerviosa. Un estrecho pasillo es el que separa la cocina del lugar de atención y le pongo cara al par de voces que ahora se han quedado de piedra al vernos.

—Ustedes deben ser los nuevos —habla la que luce un tanto mayor—. Recuérdenme darles una copia de la llave de la puerta delantera.

Deimos y yo asentimos por igual. La otra muchacha que viene con ella ya la había visto, Gillian la contrató el mismo día que a nosotros. Se mantiene en el mismo sitio, apartada, me atrevería a decir que hasta temerosa, mientras que la otra se acerca a nosotros sacando algo de su mochila.

—Aquí tienen sus uniformes —nos entrega una muda de ropa a cada uno, es idéntica a la suya—. Mi nombre es Lyla y soy la gerente. ¿Tienen alguna experiencia preparando bebidas?

Ambos negamos.

—Pero podemos aprender —dice Deimos por los dos. Lyla lo observa de pies a cabeza, analizándolo.

—No es necesario, puede encargarme yo sola —eleva la barbilla en mi dirección—. Tú, niña, serás mesera junto a Norah.

Asiento repetidas veces. Ruego a todos los dioses de la comida no trabarme cuando atienda a los clientes.

—Y el rubio oxigenado —debo tragarme la carcajada por la forma en la que Lyla llama a Deimos—, te harás cargo de las cuentas.

—Es natural —la corrige pasándose una mano por el cabello.

—Como sea. Allí está el baño —señala la única puerta que está en todo el centro del pasillo—, para que puedan cambiarse.

Deimos hace un gesto con la mano para que vaya primero y así lo hago. Tarde noto que la camiseta deja al descubierto las cicatrices de mis brazos y sobre esta me coloco el buzo del instituto. No creo que Lyla tenga problema con eso.

En cuanto salgo del año busco a Deimos con la mirada y lo encuentro intentando entablar una conversación con Norah. La muchacha está más roja que un tomate mientras mantiene la vista fija en el piso. Lejos de darme celos, me causa ternura porque en su momento estuve igual que ella. Siempre me ponía nerviosa al estar cerca de Deimos y aún lo hago.

Mi novio me ve y enseguida se encamina hacia el baño, no sin antes dedicarme una pequeña sonrisa. Guardo el uniforme del instituto en la mochila de Deimos y la dejo sobre la silla que reposa junto a la puerta.

Lyla se acerca a Norah y a mí, una libreta junto a un esfero en cada mano. Tomo lo mío con manos temblorosas.



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Editado: 29.06.2022

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