La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 32

Capítulo 32: “Usa el cerebro por una vez en tu vida”.

[8 de mayo del 2011, domingo]

*Deimos*

—La Base de Lewis es una sustancia capaz de donar electrones —le explico mientras subrayo aquel dato importante del libro. Volteo para confirmar que esté prestando atención y, como lo temía, no lo hace. Tiene la mirada perdida en algún punto de la sala e inconscientemente juguetea con el lápiz entre sus dedos. Suelto un suspiro de cansancio—. ¿Katherine me estás escuchando?

—¿Mmm? —me mira a los ojos, apenada—. Sí, sí.

La observo por un largo rato con los ojos entrecerrados. La mentira no le dura mucho y deja escapar el aire por la boca junto a un imperceptible quejido.

—Lo siento.

—No te disculpes —acuno su mejilla con mi mano. Las ojeras se le remarcan como si se las hubiera hecho con sombra para ojos y tiene los labios resecos. Aparto la vista de su cara, solo por un instante, para enfocarla en el reloj que cuelga de una de las paredes. Son pasado de la una, es tarde y ambos necesitamos dormir—. Mejor continuamos mañana.

—No tienes idea de cuánto esperé a que dijeras eso —lloriquea y se pone de rodillas para echar los brazos alrededor de mi cuello—. Estoy cansada y tengo mucho sueño.

—Haberlo dicho antes —sus labios forman un puchero y no me resisto al impulso de besarla.

No me extiendo demasiado porque sé que luego no podré parar y es ella la que rompe con el beso para que pueda ponerme de pie. No pierdo de vista ninguno de sus movimientos mientras se incorpora. La pequeña blusa de seda deja a la vista una franja de piel de su abdomen y los pezones se le remarcan sobre la tela transparente. Trago grueso.

A diferencia de ella, llevo mi pijama de los X-men. Estoy lejos de lucir atractivo, pero a mi novia le parece tierno que aún use pijama y ese es un muy buen motivo para seguir usándolas.

Empiezo a recoger mis cosas. Por el rabillo del ojo distingo como Katherine me observa con el gesto enternecido y al instante me detengo.

—¿Te vas? —inquiere con desilusión. Asiento despacio, dubitativo—. ¿No crees que es muy tarde para conducir?

Creo entender lo que quiere decirme y suavizo el gesto. Vuelvo a dejar las cosas donde estaban y me acerco para tomarla de la cintura. Mi acción la toma por sorpresa, pero reemplaza la reacción por una pequeña sonrisa.

—¿Quieres que me quede? —cuestiono en un susurro. Asiente, su respiración se vuelve pesada cuando cuelo las manos bajo la blusa. Mis manos ascienden por su torso, pero no voy más allá. Mi pulgar apenas roza el inicio de su seno y puedo sentir como se estremece entre mis brazos.

—¿En dónde dormirás? —inquiere en un hilo de voz, intentando disipar la excitación que la recorre entera.

—En el sofá —el éxtasis desaparece en un parpadeo. Su cejas se hunden tanto como para descifrar que la respuesta que le di no era la que esperaba y yo dejo mis manos sobre su cintura, quietas.

—¿En el sofá?

—Sí —afirmo. Debo morderme el interior de la mejilla para no reír y aprecio como su bello rostro se vuelve la representación viva de la confusión—. ¿Hay algún problema con eso?

Parece salir de su estado de perplejidad porque niega repetidas veces.

—No, no. Está bien —aún con la duda bailándole en el rostro, se zafa de mi agarre—. Iré a ver una colcha.

Asiento y me desplomo sobre el mueble individual cual niño pequeño que espera que le digan qué hacer.

Sé que esperaba que dijera que dormiría en su cama, pero me conozco y querré hacer de todo menos dormir. Katherine ya me había dicho antes que aún no se sentía lista para tener sexo y respeto eso, además, no tengo prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo; follaremos hasta que seamos unos viejitos arrugados.

Katherine regresa minutos después con una colcha que es el doble de grande que ella y la observo tenderla sobre el sofá más grande. Esbozo una pequeña sonrisa al obtener una excelente vista de su inexistente trasero.

—Creo que… ya está —se incorpora y le echa un vistazo a la sábana tendida. Me pongo de pie y en dos zancadas ya estoy frente al sofá. Aparto a Katherine con un empujoncito que la hace reír y cuando ella me empuja hace ni siquiera logra desestabilizarme.

Refunfuña por la escasa fuerza que posee. Me recuesto sobre el sofá; mis pies y más de la mitad de mis pantorrillas quedan por fuera, arrancándole una sonora carcajada a mi novia.

—No entras —señala lo obvio y rio por lo bajo. Cree que no me doy cuenta cuando da pequeños aplausos a modo de celebración.

—No me quedará de otra que dormir contigo —comento con fingida tristeza mientras me incorporo hasta quedar sentado.

Casi me saca a patadas del sofá y llevo a rastras la colcha por la escalera hasta llegar a su habitación. Todo está a oscuras, pero la luz de la luna que se cuela a través de la ventana es todo lo que necesitamos para llegar a la cama.

Nos quedamos al pie de esta, indecisos por quién se va a acostar primero.

—¿Puedes dormir al lado de la pared? Es que siempre me golpeo la cabeza —ruega y suelto una pequeña risa ante la confesión. Obedezco de inmediato.

Al instante la tengo pegada a mi cuerpo. Su cabeza recostada sobre mi pecho, su brazo rodeándome el torso y nuestras piernas enredadas. Nos arropo con la colcha.

—Abrázame —susurra con somnolencia y así lo hago. Minutos después, se queda profundamente dormida.

Yo no puedo conciliar el sueño, aunque estoy muy cansado. Detallo su perfil y procuro grabar hasta el último detalle en mi mente. Tiene un lunar casi imperceptible en la sien, las pequeñas cicatrices dan paso a la amargura que, con dificultad, se disipa, y me recuerda que no pude hacer nada.

Puedo sentir su respiración en mi pecho a través de la tela del pijama y cierta calma me embarga. Han sido tantas las veces en las que creí que la perdía, que su vida se escapaba de mis manos, pero ahora tengo la certeza de que está segura, en mi brazos.



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Editado: 29.06.2022

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