La musa de mis melodías [sangre Oscura #0.5]

Capítulo 34

Capítulo 34: La llamada.

 

[13 de mayo del 2011, viernes]

*Katherine*

Recobro la conciencia al oír un par de gritos en la lejanía. Me tallo los ojos, somnolienta. Trato de enfocar la vista en algún punto de la habitación, pero no logro ver nada. Todo está más oscuro de lo normal y es como si un aura triste engullera toda la casa.

El colchón se hunde cuando me incorporo y saco los pies de la cama con lentitud. La madera cruje bajo mis pies y siseo porque el piso está más helado de lo normal. De hecho, mi cuerpo tirita de frío aunque la ventana esté cerrada.

Los gritos vuelven a oírse, esta vez más fuertes, amenazantes. No puede ser Eleonor, ella está en el hospital y él… está en coma.

Deimos. Él se quedó a dormir, pero es imposible que esté peleando consigo mismo. Son dos voces las que se perciben, una más ronca que la otra. Me levanto dispuesta a encender la luz y presiono mi dedo en el interruptor. El foco no hace el amago de querer encenderse y vuelvo a intentarlo. Nada.

Un golpe seguido de un quejido de dolor me hace pegar un respingo. No sé quienes están abajo, pero si de algo estoy segura es que se están matando. Dejo el interruptor en paz y salgo de la habitación con el corazón latiendo desbocado.

Los gritos se oyen mucho más claros. Son dos voces masculinas que no dejan de vociferar un montón de improperios y me quedo de piedra bajo el umbral de la puerta al reconocer a una de ellas.

No puede ser él.

Tiene que ser una jodida pesadilla, porque es imposible que esté aquí. Me obligo a avanzar y, con pasos temblorosos, atravieso el oscuro pasillo hasta llegar a la escalera. Los gritos me taladran los oídos, pero apenas alcanzo a entender un par de insultos, mas no el resto. Es como si sus voces estuviesen distorsionadas y el eco las hiciera mucho más inteligibles.

Bajo los escalones con el cuidado de un ladrón que no quiere ser descubierto. La sala está a oscuras, así como la cocina y solo percibo el movimiento de las dos personas que no dejan de gritar un montón de improperios.

Uno de ellos es Clark, lo sé, pero el otro…

En cuanto pongo un pie en la planta baja reconozco la silueta de Deimos en el otro extremo de la sala. Sé que es él por la pequeña luz que se cuela de uno de los ventanales y le ilumina el cabello rubio. Vuelvo la vista al frente y solo entonces soy consciente de lo cerca que tengo a Clark. Me encojo en el sitio; el miedo inmovilizándome las extremidades.

Me abruma el no poder entender lo que dicen. Es como si las voces estuvieran lejos de mi alcance, o es que en realidad no quiero escuchar lo que dicen.

Mantengo los ojos bien abiertos, alerta, aunque no distingo más allá de la negrura de la estancia. No tiene sentido prestar atención a lo que dicen porque parece que me he quedado sorda y mi cuerpo adopta la postura de una estatua viviente presa del pavor.

Tengo que hacer algo, no, debo hacer algo. Pero ¿qué? No hay golpes de por medio, de hecho, se encuentran separados por más de dos metros de distancia, sin embargo, no dejan de gritar y eso empieza a aturdirme.

Doy un paso al frente, dispuesta a intervenir. Al parecer, Clark no ha notado mi presencia y eso es un alivio…

Me detengo en seco al oír el clic de un arma a la que le retiran el seguro.

Yo… yo no la había visto, ni siquiera había adivinado que alguno de los dos llevaba un arma consigo. El panorama empieza a volverse más claro, o es que ahora mis ojos son un par de infrarrojos, porque distingo con claridad como Deimos mantiene el brazo derecho elevado, sujetando el arma con fuerza.

Me está apuntando ¿a mí? No, la imagen cambia en un parpadeo. Apunta hacia la cabeza de Clark.

Y como si la repentina claridad hubiese revelado mi ubicación, los ojos plomizos del monstruo se vuelven hacia mí, hambrientos, demoledores.

Tarde noto que, también sostiene un arma entre sus manos, apuntando hacia la cabeza de mi novio. Siento que el aire abandona mis pulmones.

¡Katherine! grita Deimos, y es la primera vez que entiendo lo que dice, pero me gustaría no haberlo hecho, porque baja la guardia.

Aparta la mirada de su objetivo para verme a mí y tiene las intenciones de llegar a mi encuentro, pero el disparo de Clark lo detiene.

El grito que emerge desde lo más profundo de mi garganta retumba en las paredes mientras veo como el cuerpo de mi ángel se desploma sobre la vieja alfombra. Cada paso que doy hacia él se siente como una eternidad y en cada uno de ellos, una parte de mi alma se marchita, se vuelve nada. La rabia y el dolor me arrastran cual mar embravecido, y aquel sonido distorsionado se toma mis oídos.

Mis sentidos no captan más allá de la enorme mancha de sangre que se forma alrededor de su cabeza y su ritmo cardíaco va bajando al igual que el mío.

Termino arrastrándome hacia su cuerpo entre gritos y lamentos que, por más que suplique, no van a traerlo de vuelta. Mi cuerpo se estremece con violencia; el aire entra a mis pulmones con dificultad. El temblor en mis manos no es normal cuando tomo ambos lados de su cabeza.

El tiro le dio en toda la frente. Aquel agujero expulsa el líquido carmesí por borbotones, manchándome las manos, el pijama y la más horrible, la que deja una mancha en mi corazón.

¡¿Qué le hiciste?! le grito a la sombra de Clark sin apartar la mirada de Deimos.

Su cabello ya no es rubio. El rojo lo ha teñido por completo y ya no me place enredar los dedos en aquellas hebras sedosas. Su cabello tan bonito… tengo que limpiarlo. Necesito esos mechones dorados que me encantaba peinar, que adoraba día a día.



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Editado: 29.06.2022

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