La Nana

Capítulo 1

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En la sala de emergencias, una trabajadora social hacía preguntas a Joel mientras él trataba de responder, algo angustiado. Habían llevado a su hermano a través de unas puertas donde no le permitieron pasar y lo retuvieron ahí mientras llenaba formularios. También le preocupaba su hermana en manos de una desconocida, por lo que no dejaba de voltear constantemente hacia la puerta de acceso. 

Suspiró con alivio al ver entrar a las dos mujeres tomadas de la mano, caminando a toda prisa. 

— Siento mucho la tardanza. — Dijo Oona acercándose a él y poniendo una mano sobre su hombro por un momento. — Me costó un poco de trabajo encontrar estacionamiento. 

— Gracias. — Murmuró Joel con alivio dando un abrazo a la pequeña Raquel quien a duras penas contenía las lágrimas. 

— ¿Es usted la mamá? — Preguntó la trabajadora social dirigiéndose a ella. 

— No señorita, sólo soy la niñera. — Respondió Oona con aplomo y una sonrisa firme. 

— Necesitamos a un familiar directo, adulto responsable, aquí. — Dijo la trabajadora social. 

Oona se giró hacia Joel y le volvió a dar su teléfono.  

— Llama a tu padre, Raquel y yo estaremos sentadas allá esperándote para cuando te desocupes. — Dijo señalando unas sillas al fondo de la habitación llena de gente y encaminándose hacia ellas, con la niña tomada de la mano. 

Una vez que se sentaron en un par de asientos vacíos, Raquel empezó a llorar en silencio.  

Oona la abrazó y empezó a frotar suavemente su espalda.  

— Tu hermano va a estar bien. — Dijo mientras depositaba un beso en su cabello. — No tengas miedo. 

La pequeña se aferró al cuello de la joven mujer y siguió sollozando.  

— Su brazo se veía muy feo. — Dijo en voz baja en medio del llanto. 

— Es cierto. — Respondió Oona tranquilamente. — Pero no es nada que los médicos no puedan solucionar. Una vez que acomoden los huesos en su lugar, le pondrán una escayola para mantener el brazo inmóvil y lo van a dejar así por un par de semanas… ¡Y listo! Verás que va a quedar como nuevo. — Remató con una sonrisa. 

— ¿Me prometes que mi hermano va a estar bien? — Insistió la niña sin separarse de su abrazo. 

— Va a estar un poco adolorido un par de días… Luego sólo va a sentir algo de molestias. El resto del tiempo, el yeso le va a dar mucha comezón por ratos, pero fuera de eso, te prometo que va a estar perfectamente. — Dijo mientras volvía a depositar un beso en la cabeza de Raquel. 

Joel, que había terminado de hablar con la Trabajadora Social y también había llamado a su papá, se había acercado a ellas en silencio y había contemplado toda la escena. 

Oona levantó la vista hacia él y añadió con una sonrisa. 

— Va a necesitar algo de ayuda para bañarse, vestirse y algunas otras cosas que no va a poder hacer por sí mismo mientras esté enyesado. Pero, afortunadamente, cuenta con un par de hermanos maravillosos que, estoy segura, lo van a apoyar totalmente durante su recuperación. 

Luego, estiró un brazo hacia una silla vacía junto a ella y la palmeó un par de veces indicándole al joven que se sentara. 

Joel se acercó, y se dejó caer en el asiento lanzando un suspiro resignado. 

Oona le dijo a la niña con una dulce sonrisa. 

— Cariño, necesito que me devuelvas mis brazos por un momento, alguien más necesita algo de consuelo. 

La joven se giró hacia Joel, y para sorpresa de este, lo abrazó. Raquel se levantó de su silla y también corrió a abrazar a su hermano, quien por un instante se quedó rígido y sorprendido, pero luego se dejó hacer devolviendo el abrazo a su hermanita. 

— Gracias señora… — Dijo en un susurro. — …Por todo. 

Oona sólo asintió mientras soltaba el abrazo. Raquel regresó a su silla y se volvió a cobijar junto a la joven. 

— ¿Por qué le dijo a la trabajadora social que era la niñera? — Preguntó Joel, algo intrigado. 

— Mentir no está bien cariño, nunca lo hagas. — Respondió ella con seriedad. — Pero, en este caso, era necesario. No iban a permitir que una desconocida estuviera con ustedes, y consideré que me necesitarían hasta que llegara su padre. Por cierto… ¿Te comunicaste con él? 

— Sí. — Contestó el joven con un suspiro. — No debe tardar en llegar. 

Luego de hablar, cerró los ojos y recargándose en la silla. 

Oona tomó su mano para darle algo de consuelo, mientras mantenía abrazada a Raquel con la otra mano. 

 

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Así es como los encontró Alberto el padre de los niños quien, intrigado por verlos con una desconocida en actitud tan íntima, se acercó inmediatamente. 

— ¿Chicos? ¿Están bien? 

— ¡Papá! — Gritó Raquel poniéndose de pie de un salto y corriendo a abrazar a su padre. Joel también se levantó y se acercó. Alberto lo jaló hacia él y lo unió en un abrazo grupal. Oona permaneció sentada tranquilamente observando la escena. 




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