La Nana

Capítulo 2

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Un rato después, Alberto regresó donde estaban ellos y los miró en silencio por un momento. 

— ¿Todo bien? — Preguntó Oona sin moverse y sin soltar a la niña. 

— Sí — Contestó él algo preocupado. — Es sólo que mi hijo se va a quedar internado esta noche y no sé cómo organizarme. 

— Quédese con él, yo llevo a los otros a su casa y veo que cenen y se acuesten, si está de acuerdo. 

— No me atrevería a pedírselo, ya le hemos causado muchas molestias. — Dijo con un toque de duda en su voz. 

— Esto es una emergencia, su hijo lo necesita. En este caso no es ninguna molestia en lo absoluto para mí. 

— Papá… — Interrumpió Joel. — Sé que no se debe confiar en extraños, y menos tratándose de Raquel, pero… Hace rato tuve que hacerlo, no te enojes conmigo, pero la tuve que dejar sola con Oona en el parque mientras yo venía en la ambulancia con Daniel, no me quedó otro remedio, ellas vinieron en su auto… 

Se detuvo y lanzó a su hermana una mirada cariñosa; luego regresó la vista a su padre. 

— Yo confío en Oona. 

— ¡Yo también! — Exclamó la niña. — ¡Ha sido muy buena con nosotros! Le dijo a la enfermera que era nuestra niñera. ¿Sabes? Para que no nos quedáramos solos mientras tú llegabas. 

— Yo… — Alberto dudó por un momento, sopesando la situación. 

— ¡Albertooo! ¡Tesoroooo! — Los interrumpió una mujer acercándose a ellos, perfectamente maquillada, vestida con elegancia y haciendo sonar sus altísimos tacones mientras caminaba. — ¿Cómo está Danielito?  

Llegó junto a él y dándole un beso en la mejilla. 

Los hijos de Alberto difícilmente lograron disimular un gesto de fastidio. 

— Elizabeth. — Dijo Alberto tomando la mano de la mujer que se había puesto muy junto a él.  — No era necesario que vinieras. 

— Amor, cancelaste nuestra cita por tu hijo enfermo. ¿Cómo no iba a venir a apoyarte? — Dijo ella en tono meloso dirigiéndole una sonrisa que se notaba algo falsa. 

— No está enfermo. — Aclaró Joel con el ceño fruncido. — Daniel tuvo un accidente. 

Elizabeth lo miró lanzando un suspiro de fastidio. 

— Enfermo, accidente, es lo mismo. — En eso reparó en la mujer que abrazaba a Raquel y preguntó con suspicacia. — ¿Quién es ella? 

— ¡Nuestra niñera! — Exclamó la niña con una enorme sonrisa. —Oona es la que nos cuida. 

— Pues no hace muy buen trabajo cuidándolos si Danielito tuvo un percance tan grave que lo trajo al hospital. — Repuso la mujer con desprecio, dirigiéndose a Alberto. — Deberías investigar tesoro. Quizá deberías demandarla por negligencia. 

Joel se puso de pie de un salto. 

— ¡No te atrevas a difamarla! — Exclamó molesto. 

— No te pases Elizabeth. — Dijo Alberto algo enojado. — La señorita Oona no es culpable en lo absoluto, al contrario. Le estoy bastante agradecido por haber apoyado totalmente a mis hijos esta tarde. 

Oona se puso de pie con una leve sonrisa en los labios.  

— Raquel, veamos si nos dan permiso de que pases a despedirte de tu hermano.  

Tomó a la niña de la mano y se acercó con ella al mostrador de recepción. 

— ¡Qué mujer tan maleducada! ¡Ni siquiera me saludó! — Exclamó Elizabeth mirándolas alejarse. 

— ¿Y qué esperabas luego de amenazarla con una demanda? — Dijo Alberto aún molesto. 

Joel puso los ojos en blanco y soltó un bufido. 

— Voy con ellas papá. — Dijo poniéndose de pie y caminando hacia el mostrador. 

Alberto se giró a mirarlos. Sorprendido, vio como una sonriente enfermera los llevaba a los tres a través de una puerta, Joel llevaba abrazada a su hermana y Oona caminaba discretamente un paso detrás de ellos. 

— No sabía que tus hijos tuvieran una niñera. — Elizabeth interrumpió sus pensamientos acercándose a él y susurrando junto a su oreja. 

— Es mucha responsabilidad para Joel hacerse cargo de sus hermanos mientras yo estoy trabajando. — Respondió Alberto, sorprendiéndose a sí mismo con esas palabras que soltó sin pensar. 

— Pero, hasta ahora se habían manejado muy bien sin necesidad de otra persona. — Insistió la mujer haciendo un puchero. 

— Daniel va a tener que quedarse en casa un par de días luego de esto. ¿Quién lo va a cuidar mientras sus hermanos están en la escuela y yo en la oficina? ¿Tú? — Preguntó levantando una ceja en forma irónica. 

— ¡Oh! — Exclamó la mujer algo frustrada y luego disimuló fingiendo una sonrisa preocupada. — Tienes razón tesoro. Sabes que yo lo haría con mucho gusto, pero tengo demasiados compromisos que no puedo cancelar. 

— Por supuesto… — Murmuró Alberto con algo de ironía pensando en cómo iba a resolver las cosas con su hijo. Sabía de antemano que no podía contar con la mujer con la que había estado saliendo los últimos meses. Además, no quería que se involucrara mucho con su familia, estaba consciente de que a sus hijos no les agradaba en lo absoluto y no estaba seguro de querer llevar las cosas más lejos con ella. 




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