La Nana

Capítulo 4

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Cuando Alberto regresó, Oona ya había terminado de limpiar la cocina.  

— La despensa está casi vacía. — Dijo la joven. — Necesito ir al supermercado. 

Alberto sacó la billetera del bolsillo trasero de su pantalón y le entregó unos billetes a la joven. 

— ¿Será suficiente con esto? — Le preguntó. 

— Es más que suficiente. — Contestó ella con una sonrisa amable. — Cuando regrese le entregaré el comprobante de compra. 

Alberto asintió. 

— Hay una habitación al fondo del patio trasero, se supone que es un cuarto de servicio. Está equipado con mobiliario básico y tiene baño propio, pero creo que la cama no tiene sábanas. 

— No se preocupe yo me encargo de todo. — Asintió ella. 

— ¿Qué demonios es eso? — Preguntó Alberto, sorprendido, mirando hacia la ventana de la cocina. 

Oona siguió su mirada y descubrió un enorme gato negro reposando en el quicio de la misma.  

— ¡Oh! ¡Hola Tom! ¡Qué gusto verte! — Saludó al animal con una gran sonrisa.  

El gato respondió con un suave maullido. 

— ¿Es tuyo? — Preguntó Alberto, totalmente desconcertado. 

— En lo absoluto. — Respondió ella negando con la cabeza. — El viejo Tom Tildrum hace siglos que dejó de ser un animal doméstico y no acepta ni aceptará dueño. La última vez que tuvo uno salió huyendo por la chimenea para asumir sus responsabilidades y, desde entonces, es un alma libre.  

Explicó con una sonrisa mientras el gato los observaba moviendo la cola como si entendiera cada palabra. 

Alberto sólo levantó una ceja sin saber qué responder. 

— ¿Irá al hospital ahora? — Preguntó Oona. 

— Sí. — Reaccionó él, echando una última mirada al gato.  

— Subiré a darme un baño y luego voy con mi hijo. Hay un juego de llaves de la casa colgadas en ese gancho junto a la puerta y… — Sacó una tarjeta de su billetera. — Aquí están mis números de teléfono por cualquier cosa que se necesite. 

— Bien. — Dijo ella tomando la tarjeta. — Yo iré al supermercado. 

— Por cierto… — Añadió Alberto. — Raquel detesta el brócoli y Daniel pasa totalmente de las zanahorias. 

Oona sonrió  

— ¿Y Joel? 

Alberto meditó por un momento  

— El pescado… Lo come si no le queda otro remedio, pero definitivamente no es su comida favorita. 

— Lo tomaré en cuenta. — Dijo ella asintiendo. — ¿Se le ofrece algo más? 

— No, de momento nada, te veo más tarde y… Gracias de nuevo por todo. — Sin más, salió de la cocina. 

— ¿Qué te parece esta familia Tom? ¿Crees que vamos a estar bien aquí? 

— Miau — Respondió el gato mirándola fijamente 

— Sí…— Dijo ella meditando. — Pensé exactamente lo mismo. 

— Miau — Volvió a decir el gato enderezando el cuello. 

— ¡Oh vamos Tom! ¡No empieces con tonterías! — Exclamó Oona sacudiendo la mano como desechando algo. — A veces, tu imaginación supera todo límite. 

El gato se levantó, la miró fijamente un momento, lanzó un maullido indignado, luego giró y se alejó dando un gran salto para desaparecer entre los matorrales del jardín. 

— ¿Cómo se le ocurre? ¡Habrase visto semejante desatino! — Dijo Oona levantando la nariz.  

Luego tomó su bolso, las llaves de la casa y se dirigió a su auto. 

 

 

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Era poco más de medio día cuando Alberto volvió a estacionar su auto frente a la casa. Esta vez venía acompañado de su hijo Daniel, a quien los médicos ya habían dado de alta. Se bajó y caminó hacia la puerta del copiloto abriéndola para ayudar al niño a bajar del auto. 

— ¿Te sientes bien, campeón? 

— Me duele un poco. — Dijo el niño mientras descendía. — Pero estoy bien. 

— En un rato más, te toca de nuevo tomar los analgésicos, eso te va a ayudar.  

La puerta se abrió de pronto y Oona apareció toda sonrisas saliendo a recibirlos. 

— ¡Hola, cariño! ¡Qué gusto verte tan bien! — Dijo acercándose a Daniel y dándole un beso en la mejilla. 

— ¡Oona! — Exclamó el niño totalmente emocionado. — Papá me dijo que te vas a quedar con nosotros. ¡No sabes que gusto que me da! 

—A mí también cariño, tú y yo nos vamos a divertir mucho estos tres días que te libras de la escuela. — Respondió ella guiñándole un ojo. — Ven necesitas descansar. ¿Por qué no te quedas reposando en el sofá de la sala hasta la hora de la comida? 

Lo tomó del hombro sano y empezó a caminar con él hacia la casa. — Buenas tardes, señor. — Dijo por encima de su hombro a Alberto, quien miraba la escena sin comentar nada. 




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