Hay quienes piensan
que es mejor permanecer callado,
olvidar lo que no debe ser
y no pensar en lo que será.
Si yo fuera de esos,
de seguro no habrías vuelto.
La enfermería es luminosa y sé que debería sentir paz al estar aquí, pero solo quiero huir. No recuerdo la última vez que pisé este lugar y, a decir verdad, me tiene sin cuidado.
«¿Es normal que haya tantas cortinas cerradas?
¿Quiénes están tras ellas?»
La voz de Cutler llega a mis oídos a lo lejos, pero yo me separo de la realidad jugando con mi cabello mientras recuerdo la fragancia del de Ella.
—… descanso es lo primordial. Elara, ¿me estás escuchando? —Niego con la cabeza y Cutler suspira—. Que descanses y no te alejes mucho de la comunidad.
—¿Qué tiene que ver eso con los dolores en el pecho?
—No sabes qué enfermedades tengan los humanos que puedan pegarte —dice Mirko y el enfermero le lanza una mirada que no estoy demasiado segura de lo que significa.
—¿Y por qué Mirko, Kariye y todos los demás sí pueden caminar libremente por la ciudad? —Me cruzo de brazos mientras balanceo las piernas, Cutler me mira con el ceño fruncido.
—Porque ellos ya se desarrollaron —responde, y noto como Mirko le lanza una mirada de odio por haber tocado el tema— Elara, tu sistema inmunológico no se ha terminado de desarrollar. Y hasta que no pases por la transición es peligroso estar entre ellos. —Respira con lentitud, esta vez pareciera estar intentando elegir con cuidado sus palabras—. Por favor, tienes que cuidarte más.
Yo asiento y me encojo de hombros.
Ya no me importan los dolores, ni las pesadillas, ni las ojeras. Sé que todo estará bien cuando vea a Ella de nuevo. Ahora parece tan simple, tan obvio. Su risa era lo que me faltaba para vivir, su ausencia lo que me estaba enfermando. La razón por la que no lograba sentirme completa, la mejor versión de mí misma. Quizás ahora que las piezas de mi corazón han vuelto a unirse comenzaré a notar los cambios. Ella era lo que necesitaba para que mi vida dejara de estar en pausa. Ella.
Ella.
Asiento cada vez que hablan y cuando Mirko toma de mi mano para irnos, lo sigo sin importarme demasiado lo que ocurre. Es como si estuviera bajo el agua, o viendo todo desde una burbuja fuera de mí misma. Sé que sonrío cuando él lo hace, pero que sus ojos notan que algo ha cambiado.
«¿Cómo podría seguir con mi vida, pretendiendo que no hay nada más allá, después de ayer?»
Por más que me encante la mermelada de menta, no logro concentrarme en su sabor. Llevan rato hablándome, pero no tengo idea de qué es lo que me han dicho ni de cuándo me senté en la mesa. Sonrío y, aunque consigo engañar a Theo, Mirko me conoce demasiado bien como para ello.
—Sé que piensas que nadie se dio cuenta de que te escapaste —Intenta reprenderme, parece triste— Pero nosotros sí, porque somos tus amigos.
—Sé que apenas nos conocimos, pero le importas mucho a Mirko —interviene Theo con dulzura—. Yo también quiero ayudarte. ¿Fue por las llamadas?
Mi amigo asiente, con las mejillas coloradas. Titubea antes de hablar y mira a Theo de reojo mientras trata de esconder una sonrisa.
—¿Fue por… mí? —pregunta entonces y toma mi mano, sus dedos están helados.
Me mira a los ojos, con tal intensidad que siento que taladra mi alma. Yo no sé por qué, pero quiero llorar.
—¿Por qué Theo puede estar en casa de un humano y yo no puedo hablarles? —Decido ignorar todo lo que me dijeron, porque hay cosas más importantes dentro de mi cabeza.
—Karim es un niño. —responde el aludido con el ceño fruncido, Mirko lo ataja.
—Los niños son distintos, lo entenderás en tu primera reunión de Los Grandes —Las palabras del chico delgado cortan el aire como puñales. Ambos parecen darse cuenta—. Pero no vas a poder desarrollarte si sigues teniendo esos dolores, de seguro eso tiene mucho que ver.
—Sí, está bien. —No tengo tiempo ni cabeza para discutir con ellos, solo hay una cosa que me importe en este momento.
Mis labios saben amargos y dejo la comida a un lado. Theo solo nos mira incómodo, yo sonrío y trato de ignotar la tensión en el ambiente.
—Dime la verdad, ¿volvieron a llamarte? —Me llevo las manos al rostro y apoyo los codos en la mesa.
Asiento irritada y suelto un bufido, ¿por qué están empeñándose en recordarme todo lo negativo que me ha estado ocurriendo, cuando mi vida está por fin tomando color?
—Anoche. —Me rindo, y confieso. Dejando caer mi cabeza y mi frente termina apoyada en la mesa—. Y me sigue doliendo con cada llamada, y nada tiene sentido. No quiero hablar de eso.
—¿Por qué lo sigues teniendo? —Las palabras de Theo hacen que me incorpore, está señalando mi mochila. Por supuesto, tiene sentido que él pueda sentir su presencia—. ¿No sería mejor dárselo a Madre? Si te siguen molestando…
—¡No! —Mi reacción asusta a ambos—. Tiene fotos, cosas importantes. Lo necesito. —Mirko frunce el ceño, sé que no tiene idea de lo que hablo y prefiero guardarme esa información—. Además, no voy a dejar que un imbécil siga controlando mi vida de ese modo.
—Es peligroso —dice entonces mi amigo—, es lógico que alguien te está acosando.
«¿Cuándo llegó el teléfono a manos de Theo?»
—¿Qué hora es? —pregunto al barbudo, no responde—. Theo. ¿Qué-hora-es?
—Son las dos y quince —susurra por lo bajo mientras ve la pantalla del teléfono.
Su cabello está poniéndose blanco de nuevo, algo en el aparato está obteniendo toda su concentración.
Son las dos, todavía falta medio siglo para las cuatro y quizás no sea muy buena idea aparecerme por allí con tanta antelación.
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Editado: 14.11.2022