La neblina que nos rodea

13: PERFUME DE SIRENA

Aunque no lo sepas

cada segundo te respiro.

En silencio te cuido

de lo que yo misma ignoro.

Y espero a ciegas

estar equivocada.

Quince pisos, calculé bien.

Me pregunto en cuál de todos estará ella, o si siquiera seguirá ahí. Me he tardado más de lo previsto gracias a la insistencia de Mirko.

«Es cierto que dice que se preocupa por mí, pero yo no le pedí que lo hiciera. ¿No lo agota eso?»

Los veo salir, son muchos más de los que pensé. Ni un rastro de mi sirena, solo gente común y corriente que omite mi existencia. Yo sí les hago caso y me doy cuenta de que hay rostros que reconozco. Los he visto en alguna parte, pasándome de largo.

Los nervios se me clavan en la piel como puñales, todo porque todavía pienso en lo impensable. En eso que se me ocurrió hace un par de horas, eso que no quiero recordar.

«Tengo que dejar de hacer eso.»

Lo demás son colores, movimientos, sensaciones. Mi caminata hasta acá es un vacío en mi mente con algunas pinceladas de cosas decorándolo. Sombras en las esquinas, siluetas de algo que de seguro no está allí. Pesadillas susurándome al oído incluso cuando estoy despierta, Vigilantes acechando desde detrás de los árboles.

Pero no, ¡no!

La voy a ver, y todo estará bien de nuevo.

Sigo buscando a mi sirena. Me acerco a un par de chicos y les pregunto si la han visto, pero —tal y como pensaba— soy muy poca cosa para ellos y ni siquiera me miran.

Quizás hay más de una entrada, o llegué al edificio equivocado. Miro a mi alrededor, ¿es posible que sea cierto? Mi corazón late con fuerza e intento moverme con más rapidez. Lucho contra una marea de humanos en el mismo uniforme, como clones desprovistos de cualquier rasgo de individualidad. ¿Estará mi sirena vestida así?

«¿Podía en serio existir alguien que quiera hacerle daño?»

De todos modos ese individuo misterioso está llamándome a mí, así que mi teoría puede no tener sentido. Pero es que estaba antes en Las Américas y llegó al continente casi al mismo tiempo que ella.

«No quiero verlo, no lo acepto.»

Una vez más todo desaparece cuando Ella entra en mi campo visual, tiene la cabeza agachada y no habla con nadie. Patea algo en el suelo y lo mira como si fuera lo más interesante del planeta, en general no tiene buena pinta.

Siento un cosquilleo en mi nuca como se supone que ocurre cuando uno está siendo observado.

«Necesito dejar de pensar en tantas tonterías.»

Me acerco sin que se dé cuenta y la abrazo desde un lado, veo que está a punto de soltar un grito, pero se tapa la boca y ríe con cansancio.

Su semblante ha cambiado en cuestión de segundos. Aquí estoy yo, estamos juntas de nuevo. A pesar de no haber tenido un plan, todo salió bien.

—¿Y entonces? —le pregunto algo nerviosa.

—¿Qué? —me responde ella mientras terminamos de alejarnos de los rezagados.

—¿Cómo que qué? —Tiene una mancha en su camisa, quizás sea comida, la limpio—. ¿Qué hacen ahí? ¿Es muy horrible? ¿Cómo te fue? ¿Te obligaron a hablar con muchas personas? ¿Cuántos hay? ¿Estás sola?

Algo me dice que no está tomándose en serio mis preguntas, cuando las hago se ríe como si estuviera hablándole al revés. No entiendo qué tiene de raro, jamás he estado en un sitio así. De hecho, ni siquiera le he preguntado la mitad de lo que quiero.

Al parecer, me he convertido en la persona más graciosa del universo.

—Es una escuela normal, se hacen cosas de escuelas normales —contesta. Se detiene y niega con la cabeza—. Bueno, no tan normal, pero tú me entiendes.

—No, no te entiendo.

—Sabes que Panorama es única por estar especializada, ¿no es así? —explica como si yo tuviera idea de lo que dice—. Los salones son un poco más pequeños para que los profesores puedan tomar más tiempo con cada estudiante, pero el resto es de lo más simple y muy, muy aburrida.

Lo comenta con fastidio, de manera mecánica, como si hubiera pasado toda la mañana aprendiendo esas mismas palabras.

Intento sacarle más información, pero esquiva mis preguntas y, en cambio, me suplica salir de allí y hacer algo divertido como ir a la playa. Yo no puedo decirle que no, es imposible.

La tomo de la mano y comienzo a caminar, ella se detiene y ahora es el turno de mirarla como un bicho raro.

No puedo dejar de pensar en que le lavaron el cerebro en ese sitio y todo es culpa de Mirko, me ha metido un montón de ideas de superespías y asesinos psicópatas en la cabeza y ahora veo cosas en donde no las hay.

«Todo está bien, las llamadas pueden ser un error inofensivo. Las coincidencias son solo eso. Nadie me vigila, mucho menos a ella.»

—¿Qué haces? —dice, dispuesta a comenzar a caminar hacia el lado contrario.

—¿No dijiste que querías ir a la playa? —respondo y frunzo el ceño— ¿O era solo una manera de expresarte? Si quieres hacer algo más podemos ir al bosque, a buscar comida, a explorar algún edificio abandonado. Te puedo llevar a conocer a los demás…

—¡Claro que quiero ir a la playa! Hoy la pasé fatal y necesito despejarme —contesta interrumpiéndome y negando con su cabeza—, pero ni pienses que voy a ir a pie. Ya te lo dije, quiero descansar.

Dicho esto comienza a caminar a grandes zancadas, arrastrándome detrás de sí.

—Hace calor y me voy a derretir si camino bajo el sol —explica y ni siquiera voltea a mirarme.

Por suerte no hay muchas personas a nuestro alrededor porque las pocas que quedan la ven de la misma manera que a mí, como si estuviera loca.

—¡No te imaginas! —continúa, como si yo supiera de lo que está hablando—. Supongo que esa fue su excusa, ya lo sabes, lo que utilizó para intentar comprarme. No le funcionó, claro, pero de todos modos me lo quedé.




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