Dime lo que nadie sabe,
te lo cambio por lo que desconoces.
En silencio juraré
guardar tus fechorías.
Y tú las mías,
pase lo que pase.
Veo que Mirko palidece y sé que ya no podré arrepentirme de haberle confiado mi interés por los humanos.
Este tema ha estado muerto para nosotros por años, pero a pesar de jamás haber llegado a ver los libros, sé que existen.
Mirko no miente.
Es una de esas convicciones que tiene, de las cosas que dice que lo hacen un superhéroe como los que tanto anhela ser. Chasqueo mis dedos frente a su rostro y sacude su cabeza como si hubiera estado en trance. Ríe, yo lo imito y ruedo mis ojos. Odio un poco que siempre haga lo mismo, que me quite la concentración en los momentos más inoportunos.
«Al menos me contagia su sonrisa».
—Pero Ellie, sabes que todo este tiempo fue una broma. —Está nervioso, lo sé. ¿Por qué?— Porque lo sabes, ¿no es así?
—Esos libros existen y los tienes tú, ¿sabes cómo lo sé? Porque son la única manera de que conozcas tanto sobre el mundo de los humanos.
Abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla. Sé que le he ganado, incluso si deseara hacerlo, es demasiado inocente como para mentir bien.
Ahora tiene miedo de que le pida los libros, ¿habrá algo en ellos que me ayude a comprender por qué no debemos hablarles? ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Quizás desarrollarme y comenzar a asistir a las reuniones no sea la única manera de encontrar respuestas después de todo.
Ya no necesitaré a Mirko para ayudarme a comprender, tampoco tener que hacerle preguntas incómodas a Kariye. Y por fin podré comprender a Mirella.
«¡Mirella!»
El teléfono lleva rato sonando, mensaje tras mensaje. Me levanto y salto por encima del espaldar del sofá para buscarlo.
«Es ella, claro que es ella, ¡por supuesto que es ella!»
Su siesta por fin ha terminado y no dice nada relevante. Es lo usual, su padre quiere pasar tiempo juntos y, aunque a ella no le guste la idea, tiene que hacerlo.
Ninguno de sus padres está en las fotografías de mi teléfono, pero los recuerdo vagamente. Los helados de frutas que preparaba su madre en verano, y los chistes malos que a veces soltaba su padre cuando estaba de buen humor. Nunca había tenido problemas con ellos, no lo suficientemente graves como para no querer pasar tiempo juntos.
Quizás las cosas para los humanos cambien con el paso de los años.
Me doy la vuelta y me encuentro con dos ojos anonadados.
—¡¿Es el acosador?! —pregunta atónito—. ¡¿Te está enviando mensajes ahora?! —Yo niego con la cabeza.
Sé que no tiene sentido seguírselo ocultando, pero no cederé con tanta facilidad.
Levanto un dedo índice para que espere y él calla, termino de contestarle a Ella y guardo el celular en el bolsillo del pijama.
Mirko está pálido y mueve sus dedos con nervios, sus ojos cambian de color con la rapidez de una bombilla titilando. Entonces me acerco a él con los brazos cruzados y una sonrisa que esta vez no me ha contagiado.
—Te cambio un secreto por otro, ¿qué te parece?
—Vaya, creo que estás aprendiendo. —La sonrisa no llega a sus ojos, pero al menos luce más relajado. Toma la flor que dejé tirada en el sofá y la pone junto al resto— Quizás puedas ser una buena secuaz después de todo.
—¡Yo no soy secuaz de nadie!
—Ni siquiera conoces el nombre de un superhéroe, tonta. —Luego de contestarme me saca la lengua y suspiro.
Se pone de pie y me ofrece el brazo, galante como en las películas viejas que le encanta ver. Tengo miedo, pero no puedo entender con exactitud por qué. Él parece sentirse igual.
«¿Son nervios, quizás?
Esa podría ser una palabra más apropiada.»
Una sensación de pavor, de que algo va a salir mal. Un sentimiento estúpido e inexplicable. Como una tormenta que se acerca.
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Editado: 14.11.2022