Flotando en la brisa,
ahí están nuestros recuerdos.
Los más oscuros, los prohibidos.
Todos yacen en las sombres.
Eternamente deben estarlo
para evitar la tortura.
Aprovecho que todavía llueve y me deslizo hacia abajo usando las gotas como escalones. Mirko opta por lo convencional y decide ir por las escaleras.
Esta vez dejo que mi cabello se empape, el agua se desliza por mi rostro y me refresca. Me siento llena de vida y disfruto el espectáculo que las gotas crean a su paso, mientras él tarda demasiado tiempo en salir de mi casa y llegar hasta su bicicleta.
Reviso el teléfono al tocar el suelo, sonrío al notar que las llamadas desconocidas han sido reemplazadas por mensajes de Ella, como si en cierto modo fuera capaz de alejar al acosador invisible.
«Quizás lo es.»
Elara [10:03PM] : Te quiero! :)
Mirella [10:03PM]: Y estoy tan cansada! Tengo mucho sueño. Quiero dormir, pero al mismo tiempo no porque mañana tengo clases >:(
Mirella [10:04]: Aw, yo también te quiero! <3 Eres la mejor amiga del mundo :3
Pronto podré comprender cosas que hasta ahora no me habían importado. Estar más cerca de Ella y dejar de sentirme como si estuviera en pañales cada vez que me habla. Un millón de preguntas que antes me tenían sin cuidado se arremolinan a mi alrededor. Quiero saberlo todo de ellos para poder entenderla. Un cosquilleo recorre mi cuerpo, electricidad que por un segundo pienso que ha sido provocada por un rayo.
Solo me doy cuenta de que él está esperándome cuando siento una piedrita chocar contra mi muslo. Guiña un ojo mientras comienza a pedalear y yo lo sigo sobre las gotas.
La escena, vista desde afuera, debe ser increíble. Un caballero moderno en su bicicleta, con una tempestad rodeándolo sin poder tocarlo. Lo acompaña una silueta blanca flotando al nivel de sus hombros, todo está oscuro, iluminado por la piel del chico que brilla en la más absoluta penumbra.
«¿Así se sentirán ellos cuando piensan en historias fantásticas?»
Quizás deba contarle a Ella la idea, dejar que la dibuje y algún día lo convierta en película. Nos imagino juntas, creando un mundo de la nada, haciendo historia, cruzando fronteras que nunca debieron existir.
Comienzo a correr porque sí, las gotas viajan bajo mis pies y casi parecen solidificarse. La lluvia que no lo empapa se convierte en mi soporte y al movernos nos vemos envueltos en una burbuja luminosa desplazándose por las calles de nuestra comunidad. Él va despacio, disfrutando cada segundo, y yo sigo su ritmo.
«Tengo todo el tiempo del mundo.»
En otro momento el silencio que nos envuelve me resultaría abrumador. Las casas que nos rodean nos miran con confusión. Somos los únicos en la calle en este instante, danzando a través del laberinto vertiginoso que sube y baja.
Y aquí estamos.
Mirko se detiene de golpe y yo desciendo con calma. Me duelen las mejillas de tanto sonreír. Termino de acortar la distancia entre nosotros y lo abrazo.
Sé que es ella la que me da estas fuerzas, la que me ha concedido el permiso de sentirme un poco viva. Es su presencia, saber que está en la misma ciudad que yo, que es real y ha regresado, suficiente para recordarme que hay cosas que valen la pena.
—Ellie —susurra él en tono casi inaudible.
Lo suelto y es en ese instante en que me percato que no me devolvió el abrazo, de que nunca soltó la bicicleta.
Tiene su vista fijada al frente y ha palidecido, sigo el recorrido con mis propios ojos.
Una luz dentro de su casa está encendida, brilla como una estrella fugaz en medio de la noche. Intenta hablar, pero no puede pronunciar las palabras, señala la puerta una y otra vez y comienza a hiperventilar.
Sus ojos están muertos.
Su mandíbula cae como si no pudiera soportar su propio peso.
El cascabel de la bicicleta chilla, porque una de sus manos no para de temblar.
Y la puerta está abierta.
Una hoja de papel sale volando por la ventana y troto sobre la lluvia para alcanzarla. Él parece no recordar cómo moverse. Hay algo escrito, pero está en inglés y no hago el esfuerzo por comprenderlo.
Es el olor lo que me hace reaccionar y correr hasta adentro, halandolo conmigo. Tengo que forzarlo a entrar y, cuando lo hace, se rehúsa a abrir los ojos. Sus pies rechinan contra el suelo y suenan como uñas en un pizarrón.
Mis neuronas comienzan a conectar los hechos, me he tardado un milenio en comprender lo que en realidad ocurre.
Las ganas de contarle la historia del caballero de dos ruedas salen volando para reemplazar a la página perdida. Mirko abre los ojos y deja escapar un gimoteo.
Recuerdo que estoy descalza cuando siento algo filoso enterrándose en la planta de mi pie, me agacho y arranco el vidrio lleno de sangre violeta. Dejo una estela que se pierde en la alfombra oscura mientras arrastro mi pie hasta donde está mi amigo arrodillado, frente a la biblioteca de la entrada.
La respiración se me entrecorta cuando los veo, sus preciados libros desparramados por el suelo, trozos de papel amontonados y arrugados como hojas en otoño. El gran mueble de madera está fuera de su sitio, solo unos pocos números permanecen sin daño aparente.
Lo veo llorar por primera vez desde que lo conozco y lo rodeo con mis brazos, devolviéndole la paciencia que tuvo conmigo cuando nos conocimos. Intenta hacer encajar las piezas de nuevo, unir las páginas arrugadas entre sí, pero son demasiadas. Muchas están rotas.
«¿Por qué?»
Él es uno de los avins más nobles que conozco, con su sonrisa perfecta y su voluntad de ayudar y meterse donde no le importa.
Todos lo tratan como si fuera uno de nosotros y jamás lo he visto discutiendo. Nadie en su sano juicio querría hacerle daño, a él no.
Lo suelto mientras recorro el minúsculo primer piso, intento encontrarle algún sentido a lo que acaba de ocurrir. Mi expectativa, mi motivación, mis ganas de todo han sido suplantadas con un pánico atroz que últimamente parece perseguirme.
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Editado: 14.11.2022