La Necesidad Del EngaÑo

III

A la mañana siguiente entré en la consulta con la intención de mostrarle mi enfado al doctor Hall, pero al verlo frotándose los ojos de cansancio, mi falso mal humor desapareció.

-¿Se encuentra bien? Parece realmente cansado. -Dije acercándome a él.

-Estoy bien, sólo trasnoche demasiado.- Respondió entrando en la sala de atención.

-No me lo imagino a usted saliendo a divertirse... - Con mi respuesta intentaba sacarle algo de información, pero él no dijo nada, por lo que añadí. -Seguro que la herida de tu viejo amigo te mantuvo ocupado por un tiempo... y más sin mi ayuda.

-No es mi amigo, y no quiero que le dejes entrar si vuelve a venir.- Ordenó.

-Pensé que usted atendía a todo el mundo.- Me resultó muy extraño que dijera aquello.

-Los que buscan ser dañados no merecen ser curados.-Dijo sin más.

-Los dos sabemos que usted no piensa eso de verdad, pero si así cree que dejare de preguntar...- Salí de la habitación y me senté tras el escritorio de la entrada, el cual hacia a la vez de mostrador y de mesa de trabajo.

Aquella fue una mañana tranquila y alegre. El muchacho que se encargaba de hacernos llegar el correo a casa paso por la consulta y me entregó una carta de Camille.

Yo la guardé con la intención de leerla en mi tiempo libre. Tanto yo como Hall nos tomábamos muy enserio nuestro trabajo. Por ello, aunque no tuviéramos que visitar ningún paciente o la consulta estuviera bacía, aprovechábamos todo el tiempo para mejorar. A lo largo de esos años, en alguna ocasión el carnicero nos había traído algún que otro conejo para que yo aprendiera a coser correctamente o habíamos acudido a alguna granja a curar a algún animal. El tiempo de trabajo era para trabajar.

Cuando llegó la hora de comer, me quité el delantal que empleaba en la consulta y me acerqué a la habitación para despedirme de Hall.

-Me voy a comer. -Dije asomando mi cabeza por la puerta.- Y usted debería hacer lo mismo.

-Sí en cuanto termine con esto. -Respondió señalando su libro.

-¿Algún día me dejará leer esos libros? Sé que siempre dice que como señorita no debo, pero y qué pasa si siempre soy señorita, si nunca me caso...¿No me dejará verlos en la vida?- Él pareció muy sorprendido.

-¿Por qué no ibas a casarte? ¿No te presentas en sociedad para eso? – Yo reí ante aquella errónea conclusión.

-Me presentó en sociedad porque no supe decirle que no a la señora Trick, ella necesitaba algo con lo que distraerse...Lo que me recuerda que el lunes de la próxima semana no podré venir ¿Le parece bien? Sé que esto es mucho más importante que ir a la modista, pero... Es que la señora Trick ha insistido tanto que...

-Me parece bien.- Dijo el doctor sonriendo.- No puede ir a los bailes con los vestidos con los que viene a trabajar.

-¿Qué tienen de malo mis vestidos?- Pregunté mirando mi indumentaria.

-Nadie diría que eres una señorita noble.

-Tampoco lo dirían aunque me vistiera de oro.- Respondí divertida.- No crea usted que con toda esta conversación me ha hecho olvidar los libros.- Dije retomando el tema de mi interés.

-Aroha....- Aquella voz de cansancio era la que el doctor empleaba cuando no iba a cambiar de opinión.

-Está bien... ya los leeré cuando no esté usted.- Los dos sabíamos que yo no era capaz de desobedecerle.- Esta mañana la señora Terri estaba haciendo tarta, así que quizás, le traiga un trozo.

Salí de allí y me dirigí a mi hogar. Al entrar por la puerta el olor a tarta inundaba toda la estancia ¡Qué agradable!

-Señorita Aroha .- Dijo la señora Terri acercándose a mí.- La esperan en el comer.

-Gracias. Sabe, no me hace falta probar su tarta para saber que está deliciosa, sólo con respirar ya se me hace la boca agua...- Ella se sonrojó ante mi alago.

-No pienses que así te dejaré comer más. -Respondió risueña.

Fui directa al comer, en el que mis padres y mi hermana Zuzanny me esperaban sentados a la mesa.

- Siento el retraso.

-No llegas tarde.- Dijo mi padre.- Todos teníamos tantas ganas de comer que nos hemos sentado antes de hora.- Aquello me hizo reír.

La comida comenzó sin contratiempos.

-¿Mamá iremos pronto a casa de los Dominth?- Preguntó Zuzanny con gran interés.- Javi se irá dentro de poco y quiero pasar más tiempo con él.

-¡Más! Pero si estáis todo el día juntos... no creas que no sé qué cuando te vas a dar tus paseos en realidad estas con el señorito Dominth haciendo alguna maldad.

-Vendrán el lunes a almorzar, pero si tantas ganas tienes, mañana podemos pasar a tomar el té. – Aquello contentó tanto a Zuzanny que como era habitual en ella comenzó a hablar y no había quien la pudiera parar. Aprovechando que se metió comida en la boca mi madre se dirigió a mí.- ¿Contaremos con tu presencia el lunes por la mañana? Seguro el doctor puede prescindir de ti por unas horas.

-Lo cierto es, que me ha dado el día libre, pero no podré estar en casa.- Mi madre levantó una ceja interrogativa.- Le prometí a la señora Trick que acudiría a la ciudad con ella. Quiere comprarme algunos vestidos...-dije bajando la voz. Sabía que aquello no agradaría a mi padre. Cuando alguien nos regalaba algo él sentía que lo hacían por caridad a nuestra condición, puesto que aunque por nuestras venas corría sangre noble, mi padre no poseía título ni una gran fortuna.

-No comprendo porque no me has pedido a mí que te compre los vestidos.- Dijo malhumorado.

-Querido, mejor así, un gasto menos.- Respondió mi madre tan tranquila.

-Cubrir las necesidades de mis hijas no es ningún gasto.

-Papá, no necesito ningún traje. Es la señora Trick la que necesita distraerse, cree que es su responsabilidad.

-¿Por qué habría de serlo?- preguntó mi padre.

-No puedo creer que lo olvidaras querido. -Le dijo mi madre cantarina- La señora Trick nos suplicó encargarse de la presentación de Aroha.- Mi madre siempre sabía cómo calmar a mi padre y cómo desviar los temas de conversación más delicados.



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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