La Necesidad Del EngaÑo

VIII

Mi estancia junto a la señora Trick llegaba a su fin, y mi tío había decidido quedarse aquella última velada junto a nosotras. Los tres entramos en aquel precioso edificio. Por muchos palacios o hermosas mansiones que visitáramos nunca dejaban de sorprenderme... me sentía como en un cuento cada vez que ingresaba en una de ellas. Pero pronto comprendí que aquella noche no iba a ser como las anteriores, había demasiada gente, parecían salir de todas partes. Esa no era una velada íntima y familiar como a las que yo estaba acostumbrada a asistir.

Tras bailar una pieza con el agradable señor Fuller, dos con el señor Mander y unas cuantas más con caballeros cuyos nombres no recuerdo, mi cuerpo ya no se tenía en pie. Pensaba que me desmayaría en cualquier momento. El corsé, los zapatos y la multitud eran demasiado agobiantes. Busqué a la señora Trick entre la multitud, pero no la encontré, por lo que decidí decirle a uno de los sirvientes que la buscara y le dijera que me encontraba en el saloncito de las mujeres. Por lo menos allí podría descansar un rato y respirar tranquilamente.

Izquierda, derecha y de nuevo izquierda. Estaba segura de que esas eras las indicaciones para llegar hasta el saloncito, pero al abrir la puerta comprendí que no era así. Ante mí se descubría un pequeño salón privado, pensaba en cerrar la puerta y rehacer mis pasos, pero el chisporroteo de la chimenea y el enorme sofá supusieron una atracción demasiado fuerte, antes de darme cuenta estaba plácidamente acomodada entre aquellos cojines.

Cuánto había dormido... problamente no lo suficiente, pero una sonora maldición me devolvió al mundo real.

-¡Joder! ¿Cómo puedo tener tan mala suerte! – Aquel vulgar vocabulario me llamó la atención. Seguramente sería algún criado... la verdad estaba acostumbrada a escuchar aquellos vocablos, pero eso no quería decir que los tolerara. Siempre que atendía a alguien que decía palabras mal sonantes no podía evitar reprenderle.

-Señor creo que debería usted controlar....- Me levanté velozmente al contemplar el gran corte que presentaba aquel hombre en su espalda.- Está usted sangrando.- Dije acercándome a aquel hombre. Él permaneció girado, por lo que pude seguir inspeccionando la herida.

-Señorita.. será mejor que salga de aquí.- Su orden fue firme y amenazante, pero yo no podía dejar a un herido desatendido.

-Mire, soy enfermera y no voy a dejarlo aquí. No señor, debo ayudarlo...- Dije mientras buscaba por la habitación algo con lo que lavar la herida.

-Señorita...- Yo me giré para presentarme y la jara que había cogido cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.

-¡Señor Lluch!- Él pareció reconocerme.- Parece que es usted propenso a hacerse lesiones profundas. -Solté sin pensar.

-Señorita Sant...-Dijo con voz firme, pero pareció arrepentirse del tono y añadió algo más cálidamente.- Le repito que debería irse, puedo curarme la herida solo y no deseo meterla a usted en problemas...

-Seguro que podría si estuviera en otro lugar, pero me va explicar cómo van a llegar sus manos hasta ahí.- Pregunté señalando el lugar en el que se encontraba la herida. – Vamos ...permítame ayudarle, le prometo que soy casi tan buena como el doctor Hall... sé que usted no está muy conforme con ser atendido por una mujer, pero...- Aproveche que el vizconde parecía distraído con mis palabras para acercarme a él y con mi pañuelo taponé su herida.- Creo que deberíamos pedir ayuda. Este corte no es nuevo, parece que se ha abierto una vieja herida. Quizás el señor de la casa pueda proporcionarnos...

-No.- dijo en seco, pero antes de que pudiera decir algo más la puerta de la estancia fue abierta por el señor Fuller.

-¡Qué escandalo es este! – Exclamo al vernos, y en ese momento comprendí en la delicada situación en la que nos encontrábamos, el vizconde y yo estábamos a solas en una estancia casi a oscuras y para colmo él no estaba completamente vestido.

-Señor Fuller esto no es lo que usted piensa...- Me apresuré a decir.

-Jamás me huera esperado esto de usted señor Lluch... me había dado usted a entender que era todo un caballero y que respetaba a las damas....-El señor Fuller parecía resentido, como si encontrarnos en aquella situación hubiera sido una traición a su persona.

-Ella es mi prometida.- Dijo el señor Lluch tan tranquilamente.- Se que no es excusa para encontrarnos así, la verdad nos hemos dejado llevar demasiado y me disculpo por ello. Pero le ruego que no destroce la perfecta reputación de mi futura esposa.

-Eso lo cambia todo.- Dijo volviendo a ser el hombre afable de siempre.- ¡Qué alegría! Los dejo pues, pero para que se adecenten y salgan, no crean que estar prometidos los exime de cumplir con las normas del decoro. -Dicho esto se fue cerrando la puerta.

¿Qué demonios acababa de pasar? Yo no podía moverme, esperaba que el señor Lluch me diera una explicación o por lo menos se retractara de la afirmación tan seria que acababa de formular. Pero sus palabras no fueron las esperadas.

-Nos casaremos en menos de dos semanas.- Dijo mientras se envolvía el torso con mi pañuelo y volvía a colocarse la camisa.

-No – Logré articular tras unos minutos de asimilación.- No pienso casarme con usted. No he hecho nada malo y no puedo arruinar mi vida por haber intentado ayudarlo.

-He dicho que nos casaremos.- Dijo autoritariamente.

-Pues a ver si es capaz de casarse sin novia.- Dije saliendo apresuradamente de la estancia. 

 



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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